Una cabaña en el centro de Madrid sin televisión ni ruido: el refugio de Fernanda de la Puente
La actriz y profesora de yoga nos invita a su ático en el barrio de Justicia. Un oasis repleto de recuerdos de sus viajes y de su Perú natal donde se refugia de la ciudad.
Cuando la peruana Fernanda de la Puente llegó a Madrid ni siquiera pensó en rematar su cama comprando un cabecero. Acababa de mudarse desde Nueva York, donde había vivido los últimos siete años, y aún tenía muchas dudas sobre si había tomado la decisión correcta. «Me vine porque empecé a estudiar interpretación y me di cuenta de que quería hacerlo en mi lengua materna», explica esta joven de 30 años, que compagina su formación como actriz en la escuela Work in Progress, fundada por el director de tea...
Cuando la peruana Fernanda de la Puente llegó a Madrid ni siquiera pensó en rematar su cama comprando un cabecero. Acababa de mudarse desde Nueva York, donde había vivido los últimos siete años, y aún tenía muchas dudas sobre si había tomado la decisión correcta. «Me vine porque empecé a estudiar interpretación y me di cuenta de que quería hacerlo en mi lengua materna», explica esta joven de 30 años, que compagina su formación como actriz en la escuela Work in Progress, fundada por el director de teatro Darío Facal, con su trabajo como instructora de yoga. «Siempre me había gustado España, la gente es mucho más cálida que en Estados Unidos y me acogió muy bien, pero tomé la decisión de mudarme muy rápido y al principio no fue fácil». Dos años después de aquello ha encontrado su lugar: da clases presenciales y online en su propio centro de yoga, Asana Groove, y tras compartir piso con una amiga los primeros meses, encontró en el barrio de Justicia un luminoso ático situado en un edificio de principios del siglo pasado en el que pretende echar raíces.
«Lo que más me gusta de esta casa es que siento que estoy en una cabaña en la montaña de Cuzco, en Perú. Es muy calladita, no sientes la ciudad y cuando llego por las noches es como estar en un oasis», asegura con un acento limeño que sus profesores de interpretación le recomiendan disimular si quiere encontrar buenos papeles. «Estoy trabajando en ello, pero al mismo tiempo creo que como mujer latina se me pueden abrir puertas sin tener que forzar el castellano neutro. Ahora todo está conectado y todos estamos en todos lados, así que una película o una serie que no muestren esa diversidad son algo falso», reivindica. Más allá de forjarse una carrera en la industria del cine –»me encantaría trabajar con el director chileno Pablo Larraín»–, De la Puente tiene una amplia experiencia dentro del mundo de la nutrición –se formó en California y llegó a ejercer como coach guiando a las modelos recién llegadas a la famosa agencia IMG Models durante su etapa en Nueva York–, el bienestar y, por supuesto, el yoga. «Mi madre tiene una finca de verduras ecológicas en mi país y me crie rodeada de naturaleza. Siempre entendí como algo muy importante tener una buena relación con mi cuerpo y mi mente para poder crecer y evolucionar», explica.
Esa conexión, con la naturaleza y con su país natal, se percibe nada más poner un pie en su «cabaña» urbana. Una decena de plantas preside un salón de paredes blancas y madera cálida, como mandan las reglas de interiorismo milenial. El verde comparte espacio vital con piezas de cerámica compradas en el lago Titicaca, tazas que ya la acompañaban cuando vivía en un loft industrial en Brooklyn «de techos altísimos» y varios recuerdos de sus viajes. También acumula algunos dibujos hechos por ella o por amigas artistas, como la neoyorquina Ruby Kean, y pequeños tesoros que ha encontrado en El Rastro o en Mestizo, su tienda de decoración favorita de Madrid. «No soy de llevarme la casa a cuestas cuando me mudo. Vendí o regalé mis muebles cuando me fui de Nueva York y tuve que dejar allí la mayoría de mis libros. Solo me traje los más prácticos, pero lo que siempre llevo conmigo son mis piedras y cristales, y mis utensilios de yoga», apunta.
Persiguiendo la paz que encuentra en la meditación –también la diversión, ya que sus clases de Jivamukti Yoga cuentan con música en directo a cargo de un dj–, lo primero que hizo al trasladarse a este ático fue librarse de la televisión. «Pedí que se la llevaran porque estéticamente me parecía muy fea, no me gustan las pantallas. Veo series en el ordenador o las proyecto en la pared», aclara. Ese empeño por vivir rodeada solo de aquello que le resulta bello es extensible a su cuenta de Instagram, en la que comparte con sus casi 15.000 seguidores sus conocimientos de yoga, pero también inspiración deco, lugares de ensueño y algunos de sus looks diarios. «Instagram es un escaparate en el que puedo crear comunidad y dar a conocer mis clases, pero no me identifico con el término influencer. Soy una profesora de yoga que comparte sus conocimientos porque creo que lo que a mí me ha ayudado puede ayudar a otros», reconoce con la misma naturalidad que impregna su hogar.
La amplitud del salón y de sus ventanales también es requisito indispensable, dice, para una yogui con proyección escénica. Allí realiza sus rutinas deportivas diarias y ensaya con su grupo de teatro. «Por cliché que pueda parecer, la luz es muy importante en mi vida y, de algún modo, diría que a través de ella esta casa conecta con mi personalidad. Me encanta despertarme y sentir que el día ha empezado porque ya está entrando el sol. Eso, junto a la calidez de los materiales, me enraíza de algún modo. De momento tengo pensado quedarme aquí por tiempo indefinido». ¿La señal inequívoca? Ya está buscando cabecero nuevo.