Caroline de Maigret, rebeldía a la francesa
Embajadora y modelo de varias firmas de lujo, la empresaria gala llega a España para presentar su último proyecto: un libro sobre el arte de ser parisina.
Es la parábola de la buena fortuna. Y no solo económica, también vital. Sangre aristocrática, familiares con vínculos en la política; madre, novia y mujer realizada; coautora de un exitoso libro sobre el estilo de las francesas (Cómo ser parisina estés donde estés; editorial Roca, que saldrá a la venta el 14 de mayo en España), modelo y activista. Caroline de Maigret no puede quejarse. Al menos, lo reconoce. «Soy afortunada, mi vida es idílica. Mi trabajo en la moda es privilegiado y me permite pasar tiempo con mi hijo, viajar, colaborar con mi chico, dedicarme a lo...
Es la parábola de la buena fortuna. Y no solo económica, también vital. Sangre aristocrática, familiares con vínculos en la política; madre, novia y mujer realizada; coautora de un exitoso libro sobre el estilo de las francesas (Cómo ser parisina estés donde estés; editorial Roca, que saldrá a la venta el 14 de mayo en España), modelo y activista. Caroline de Maigret no puede quejarse. Al menos, lo reconoce. «Soy afortunada, mi vida es idílica. Mi trabajo en la moda es privilegiado y me permite pasar tiempo con mi hijo, viajar, colaborar con mi chico, dedicarme a lo que me gusta…».
Sesiones para importantes revistas de moda, portadas, embajadora de firmas de lujo, rostro habitual de los front rows… Pero la disciplina que realmente vuelve loca a esta parisina de 40 años es la música. Junto a su pareja, el multiinstrumentista Yarol Poupaud (guitarrista habitual del intérprete Adanowsky), dirige una discográfica, Bonus Tracks Records, y una productora, Yarock Productions. Son el trampolín de la nueva ola punk rock francesa (Nast, Parisians o Second Sex son algunos de sus fichajes). «Me muevo mucho y dedico muchas horas al tema; también necesito ir a conciertos y a bares. Cuando termino la jornada, ceno con mi hijo, lo acuesto y a veces, salgo. Así no pierdo el contacto con mis amigos», cuenta. Su idilio con el indie empezó la década pasada en Nueva York, donde residió una temporada. «Son las dos caras de una misma moneda: Nueva York es la ciudad donde se me ocurren cosas; París, donde las desarrollo. La primera me llena de energía, pero después de diez días, me la quita. La segunda, me aporta tranquilidad».
En su estancia en Manhattan, se movía en círculos underground. Empezó ayudando a músicos a alquilar una furgoneta, un amplificador, prestándoles dinero. Hasta que el capricho de esta especie de mecenas se tornó en profesión.
Aun así, las facturas siempre las ha pagado la moda. Y, eso que comprar ropa no le atrae especialmente, como sí les ocurre a otras fashionistas de la era digital. «No es importante para mí. Es una afición… un elemento más en mi día a día», afirma. Punto. Pero no aparte. De Maigret representa la reciente fascinación del sector por exhibir sus creaciones a través de mujeres reales. Y maduras. Un ejemplo: la campaña de p/v de 2014 de Louis Vuitton con una Maigret en la penumbra, poco retocada, con ojeras y hasta pequeñas arrugas en cuello y rostro. Una imagen que demuestra que los 40 ya evidencian el paso del tiempo. Otra de las últimas marcas en reclamar sus favores ha sido la francesa Lancôme. «Lanzaremos una línea de maquillaje en septiembre, pero no puedo hablar del tema… Solo en China, donde se comercializará antes».
«No tengo ningún problema en reconocer que me hago publicidad a través de Instagram. Me gusta mostrarme en público», asegura.
David Vasiljevic
Cuando la entrevistamos, esta trotamundos acaba de regresar de Beijing. «Es paradójico: a pesar de la censura, del recorte de libertades –todo un atraso–, en algunos aspectos las chinas gozan de más igualdad que en otros países. La cultura del trabajo está tan arraigada que en las grandes urbes ellas tienen tantas responsabilidades como ellos y están menos encorsetadas». En China, donde también se distribuye su libro, adoran y copian su estilo. «Y a mí el suyo, están muy adelantados: hace tiempo que superaron el momento logo. Apuestan por la artesanía, por el lujo discreto. Además, ya no se trata solo de trabajar, sino de vivir, salir, disfrutar…», plantea.
No solo realiza viajes como embajadora de firmas. También como activista. «Colaboro con la ONG Care desde hace tres años. En estos momentos estamos haciendo una serie de documentales en India, Perú y Tanzania sobre la importancia de la educación. No se trata de alarmar ni de crear ansiedad. Sino de concienciar de las ventajas de la escolarización femenina. Que una niña vaya al colegio es un beneficio económico, aumenta los ingresos de su familia entre un 15% y un 20% al año», defiende. Está montando su propio proyecto solidario. «Si todo sale bien, lo presentaremos en septiembre; pero todavía está en pañales… Y no debería dar detalles…». No siempre fue tan solidaria. «Con 20 eres una egoísta que experimenta; con 30, te construyes, y con 40, te asientas, dejas de ser egocéntrica y te vuelves altruista. Ser madre ha dado sentido a mi existencia. Me ha hecho responsable. Además, mi vida es ideal: me siento agradecida y me toca devolver el favor. Mi activismo es la manera de hacerlo. Todos deberíamos implicarnos más».
Esta mujer de inquietud y actividad imparables, también reconoce flaquezas: «Para los documentales de Care, me he negado a viajar a algunas zonas conflictivas. No soy valiente, no soy capaz de arriesgar mi vida como una reportera de guerra». Aunque no sería la primera vez que ejerciera de periodista. Hace unos años entrevistó a diseñadores –entre ellos su amigo Karl Lagerfeld– y a fashionistas para la revista francesa L’Officielle. «No creo que tenga talento periodístico. Lo que me gusta es hablar con la gente. Si me proponen un personaje interesante, accedo». También si le dan pie a hablar sobre la condición de la mujer en el mundo: «En los países en vías de desarrollo y en los desarrollados existe desigualdad y sexismo. Las religiones deberían dar el primer paso, son las más machistas. Promueven valores como el amor, el altruismo, pero no luchan por nosotras. No nos protegen. Me encantaría que este Papa, mucho más enrollado, que ningún otro, actuara».
Vestido de algodón y encaje de Chloé (5.780 €); collar fino de Viceroy (c.p.v.); collar trenzado de Aurelie Bidermann (795 €).
David Vasiljevic
La moda es un juego para De Maigret. Uno en el que siempre gana. Cómo ser parisina estés donde estés, traducido a 28 idiomas, está presente en 32 países y, desde su salida en septiembre de 2014, ha copado los primeros puestos en la lista de los superventas del diario The New York Times. Un tratado irónico con pautas, escrito junto a Anne Berest, Audrey Diwan y Sophie Mas, sobre cómo convertirse en la perfecta parisina. ¿Algunos de sus consejos de estilo? Vestir un sujetador negro debajo de una camisa blanca, no temer a las arrugas, mostrarse naturalmente seductora incluso cuando se sale a comprar una baguette y saber ser infiel a tu chico sin que él se dé cuenta. «Se trata de una actitud, de un estado de ánimo, no de un pasaporte. Charlotte Rampling , Jane Birkin y Romy Schneider, todas extranjeras, son quienes mejor lo representan. Mujeres guapas pero también estilosas y misteriosas… Rampling expresaba muchas cosas con una mirada. Entre ellas, inteligencia». ¿Y cómo definiría ese chic desaliñado, ese je ne sais quoi? «La filosofía de la mujer en París es ser indolente. Utilizar la moda para sentirse una misma».
A primera vista, no parece dar demasiadas vueltas a su look: camiseta, chaqueta de cuero, jeans y zapatillas. O bien unos pantalones anchos combinados con una camisa. O unas Dr. Martens y un vestido largo. Pero esa estética relajada está pensada al milímetro. «Los ingleses hablan de effortless: un término que, en mi opinión, no significa ‘sin esfuerzo’; sino ‘disimular lo que te ha costado’. Se tarda mucho en construir una imagen. En mi caso, toda una vida». No hace concesiones estéticas. «Mi concepción es esta: ¿qué prendas de la pasarela me definen?, ¿qué chaqueta encaja en mi armario? Lo contrario, ir a la moda, no tiene sentido para mí. Lo tuvo con 20 años, cuando experimenté con el peinado, el tinte, el maquillaje, la ropa… Pero con 40, una ya sabe quién es. Las tendencias se ponen al servicio de la personalidad», razona. Y lo resume en una frase: «Comodidad ante todo».
Su estilo es de los más observados, analizados y copiados de Francia. Y no solo por su atuendo, también por su físico: piel muy blanca, flequillo a lo Anna Karina y melena prerrafaelita. Tiene un vocero, Instagram, con más de 230.000 seguidores. El título con el que ha bautizado su página es descarado: Shameless Self Promotion Diary (Diario de autopromoción desvergonzado). «No habría abierto una cuenta por iniciativa propia. No es lo mío. No me interesa. Pero en 2015 no podemos obviar las redes sociales, son una gran plataforma de comunicación. En mis inicios como modelo, mi imagen se construía en el papel cuché. Ahora puedo mostrar quién soy sin intermediarios. Me inspiran muchas cosas: la música, los viajes, el arte… Me gusta mostrarme en público, que se me conozca. A través de Instagram hablo de las marcas con las que trabajo. No tengo ningún problema en reconocer que me hago publicidad». Ni tampoco en que le falta técnica, pero no tablas. «No soy buena fotógrafa, me he rodeado de grandes artistas que me han enseñado los rudimentos de la imagen. Al final, una termina absorbiendo el saber por osmosis».
Chaqueta Kelby (520 €) y cinturón de piel (220 €), ambos de Isabel Marant; vestido de Emilio Pucci (11.865 €); botas negras de Sendra (c.p.v.) y sombrero de Baptiste Viry (c.p.v.).
David Vasiljevic
Pero ¿no le pasa factura con los fans o las marcas ser tan sincera? «No quiero mentir a la gente que me sigue. No es mi filosofía». Ahí va otra confesión: «Nunca he sido muy deportista y detesto los gimnasios: hacer cardio, coger pesas no es lo mío… Prefiero el tenis y la natación [su madre fue nadadora profesional], pero solo los practico en vacaciones. Ahora hago aqua bike, pero porque no me supone un problema: el centro está a cinco minutos andando de casa, puedo escuchar música y desconectar». Otra cuenta pendiente: la meditación. «Vacía la mente, ayuda a concentrarse y a ser creativo. Pero solo medito cuando estoy al borde del ataque de nervios».
Cómo ser parisina estés donde estés está lleno de contradicciones, como ella misma. «Soy de las que comen pizza pero endulzan el café con sacarina…». Y de humor. «No podría vivir sin la risa, es mi válvula de escape». ¿Opina lo mismo del sarcasmo? ¿Le gustan las caricaturas de publicaciones como Charlie Hebdo? «Mucho, su labor es fundamental. Su objetivo es denunciar problemas ante los que cerramos los ojos. Además, los periodistas y dibujantes de estos rotativos están en todo su derecho de hacer lo que quieran, ese es el principio de la libertad de expresión. Las leyes solo evolucionan cuando la población se queja… Como activista, a mí casi nadie me hace ni caso. Es difícil que la gente te escuche. Por eso entiendo la actitud de las feministas de FEMEN, aunque no sea fan. La foto de una de ellas saltando sobre [Mario] Draghi [presidente del Banco Central Europeo] ha dado la vuelta al mundo».
De alma rebelde y buena familia, sus raíces entroncan con la tradición de los pensadores revolucionarios: los filósofos del Siglo de las Luces, los propulsores del Estado de Bienestar; en fin, los defensores del pueblo llano a pesar de sus orígenes nobles. Por las venas de De Maigret corre sangre azul. Es descendiente de un rey polaco y de una emperatriz francesa. También le sobran lazos políticos: es hija de un diputado, y nieta de un exministro del Interior. «Mi abuelo, padre [Bertrand de Maigret], tíos… todos son políticos. Pero no por el poder. El objetivo de mi padre era cambiar las cosas, hacer el bien, hacer avanzar el mundo. Siente respeto por el ser humano», defiende.
Los mismos valores que quiere inculcar a su hijo Anton, de 8 años. «Ecología, derechos humanos, igualdad… Hablamos de todo en casa. Anton es consciente de lo que come, de la brecha de género, de los derechos fundamentales…». A pesar del entorno musical que le envuelve, su vástago no es tan melómano. «La música, de hecho, le molesta. Lo que más le convence es el hard rock». Su nombre es un homenaje literario. «Mi abuelo, de origen polaco, murió poco antes de que naciera mi pequeño. Buscaba un nombre eslavo. El escritor Anton Chéjov me encanta, adoro su humor, me hace reír. Y su nombre es realmente poético… Si un tal Anton me invitara a una fiesta, iría de cabeza… Es intrigante y misterioso».
Sus padres no se lo pusieron tan fácil. Caroline quiso cursar Historia del Arte. «Pero no lo consideraban un oficio». Así que se matriculó en Literatura Moderna en la Universidad de La Soborna. Lo dejó pronto, cuando la moda llamó a su puerta. «Al principio rechacé la propuesta, pero cuando vi que podía ganarme la vida así, acepté. Jamás pensé que seguiría en esto con 40 años». Y aún le queda.