Brittney, por Ana Pastor
En su misma situación (número uno del ‘draft’), un hombre gana 100 veces más al año.
Brittney Griner está a punto de cumplir 24 años. Luce unas largas rastas, domadas, en ocasiones, por una coleta y, otras veces, por una raya perfectamente situada en un lateral. En cada uno de sus hombros se ha tatuado una estrella que se deja ver cuando lleva el uniforme de trabajo. Además, en el brazo izquierdo apenas queda piel libre de tinta por el resto de motivos dibujados. Brittney es una mujer que no pasa desapercibida, entre otras cosas, por sus 2,03 metros de altura y porque es una figura destacada de la liga de baloncesto más importante del mundo, la WNBA (la NBA de mujeres).
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Brittney Griner está a punto de cumplir 24 años. Luce unas largas rastas, domadas, en ocasiones, por una coleta y, otras veces, por una raya perfectamente situada en un lateral. En cada uno de sus hombros se ha tatuado una estrella que se deja ver cuando lleva el uniforme de trabajo. Además, en el brazo izquierdo apenas queda piel libre de tinta por el resto de motivos dibujados. Brittney es una mujer que no pasa desapercibida, entre otras cosas, por sus 2,03 metros de altura y porque es una figura destacada de la liga de baloncesto más importante del mundo, la WNBA (la NBA de mujeres).
En apenas dos años ha recogido, casi siempre vestida con divertidas pajaritas, multitud de premios por su excelente calidad como jugadora del Phoenix Mercury (Arizona). Este verano, la pívot ha pasado unos meses jugando con un equipo chino y engordando su cuenta corriente.
El sueldo de una deportista de prestigio del baloncesto femenino en Estados Unidos está en torno a los 50.000 dólares al año (unos 38.000 euros), aunque ella ha conseguido bastante más a lo largo del verano en China. Un dato: en su misma situación (número uno del draft), un hombre, como por ejemplo el ala-pívot Anthony Bennett, ha superado los cinco millones de dólares (unos 3.800.000 euros) de salario al año. Cien veces más.
Al margen de todo esto, Brittney se ha convertido en un icono por ser la primera mujer de la WNBA en hacer pública su homosexualidad. Hace unos días pidió matrimonio a una jugadora rival con la que mantiene una relación, Glory Johnson, del Tulsa Shock (Oklahoma).
Ambas hicieron público su compromiso en las redes sociales como prueba de normalidad en un entorno poco dado a dar un paso así. Brittney habla abiertamente del tema, consciente de que se ha convertido en una referencia y de que sus palabras tienen mucha repercusión a pesar de su juventud. La escuché explicar que, antes del anuncio, primero se lo dijo a su madre. La respuesta de la persona que más influencia ha tenido en su vida aquel día fue: «Muy bien, cariño. Te quiero».
Brittney sonríe al recordar aquella tarde mientras un público entregado la jalea, sobre todo cuando dice que nunca hay que esconderse y que si el miedo aparece hay que buscar a alguien que te ayude a defender quién eres.
En las redes suele bromear con su aspecto andrógino. Hace unos días tuiteó un mensaje en el que se reía de que una pareja que había a su lado discutía sobre si era un hombre o una mujer. Más allá de los gestos, valientes, que ha tenido esta jugadora, su reto es otro. No descarta intentar dar el salto a una liga de hombres. Jugar con ellos y contra ellos. Su nombre empezó a sonar hace algo más de un año cuando el dueño del Dallas Maverick, Mark Cuban, dijo que no descartaba ficharla. Ella respondió entonces: «Hagámoslo». De momento, no ha ocurrido. Pero el debate está abierto. Solo hay algo parecido a un antecedente. En 1979, el Indiana Pacers llegó a incorporar a los entrenamientos a Ann Meyers, estrella de la Universidad de California. No pudo debutar y al final abandonó el equipo. Han pasado casi 40 años. Veremos si Brittney consigue otro hito.