Blanca Lacasa: «No entiendo por qué parece que la literatura infantil es menor o menos relevante»
Su cuento ‘Ni Guau ni miau’ (Nubeocho, 2017) va por la quinta edición y se ha convertido en un alegato inclusivo que desde terapeutas hasta profesores usan para enseñar a los niños qué es la diversidad. Esta mujer renacentista, que trabajó durante muchos años como periodista de moda pero jamás pudo enterrar sus pulsiones creativas paralelas (desde cantante en diferentes bandas hasta ilustradora) es hoy en día una de las autoras infantiles más interesantes del panorama nacional. Su última propuesta ‘¡Ey!, ¡Esta es mi casa’ (Errata Naturae, 2021) enseña un tipo muy particular de «interiorismo».
Trabajaste muchos años en una de las grandes cabeceras del periodismo de moda y de tendencias, ¿qué echas de menos de aquel mundo?
Tengo muy buen recuerdo de aquellos años. Me lo pasé muy bien, aprendí mucho, hice temas muy chulos, conocí a personas con mucho talento, coincidí con gente estupenda y creo que pillé una época bastante dorada del periodismo de moda. Pero no soy muy partidaria de la nostalgia vital.
¿Qué has aplicado de lo que aprendiste en aquellos años a tu faceta como escritora de cuentos?
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Trabajaste muchos años en una de las grandes cabeceras del periodismo de moda y de tendencias, ¿qué echas de menos de aquel mundo?
Tengo muy buen recuerdo de aquellos años. Me lo pasé muy bien, aprendí mucho, hice temas muy chulos, conocí a personas con mucho talento, coincidí con gente estupenda y creo que pillé una época bastante dorada del periodismo de moda. Pero no soy muy partidaria de la nostalgia vital.
¿Qué has aplicado de lo que aprendiste en aquellos años a tu faceta como escritora de cuentos?
Creo que escribir tantísimo durante tantos años, de temas tan diversos y, en muchos casos, en textos de dimensiones limitadas como sucede a menudo en este tipo de prensa es un buen entrenamiento. Agiliza los dedos y la cabeza y te da un poder de síntesis que luego es muy de agradecer a la hora de escribir un álbum infantil.
Periodista, narradora, Ilustradora, costurera, música. Eres una mujer renacentista. ¿En qué momento y cómo descubriste que, además, tenías algo que contarle a los niños?
Conste que no me considero para nada una mujer renacentista. Digamos que he perdido bastante vergüenza y cierto miedo escénico y eso hace que, como me gustan muchas cosas, pues vaya probando a ver qué sale. Que haya acabado escribiendo cuentos es algo bastante azaroso. Empecé escribiendo un relato por capítulos a un amigo -adulto- que estaba atravesando una mala época. Ese cuento se convirtió en Casi un musical. Y a partir de ahí me di cuenta de que me sentía muy cómoda en ese campo. También debo decir que nunca he militado mucho en esa distinción entre literatura infantil y adulta. Nunca he dejado de leer libros supuestamente para niños.
¿Hay que ser “niñera” para escribir cuentos para niños?
La verdad que no lo sé. Si niñera es tener niños, obviamente no. Si niñera es que la cabeza de los niños te parezca una cosa fascinante, creo que sí. Me chifla escuchar las diatribas infantiles.
¿Cuáles eran tus dos cuentos favoritos de niña y por qué? ¿Qué valor o idea imprimieron en tu personalidad que eres capaz de reconocer todavía hoy?
Fui lectora voraz. Nada me gustaba más que leer. Nada. Recuerdo El hada acaramelada de Gloria Fuertes. Me encantaba. No sé si fue por ese libro de Gloria Fuertes o por otro suyo por el que fuimos a la Feria del Libro. Recuerdo mi sensación de estar sepultada por piernas ajenas, de muchísimo calor y de pensar: “me gustaría algún día ser yo quien firme en la Feria”. Sucedió unos cuantos años después y sigue siendo mi evento anual favorito. También me gustaban muchísimo los hermanos Grimm, Jules Verne, Alicia en el país de las maravillas… Imagino que la inventiva que había en esos libros me hechizaba. Pero mi personaje favorito era sin duda Guillermo Brown de la fascinante Richmal Crompton.
¿Qué ha sido lo mejor de trabajar con Errata Naturae?
Todo. Ellos son absolutamente maravillosos. Me gusta mucho la filosofía que tienen y cómo trabajan los libros. Nos han dado tanto a Gómez como a mí muchísima libertad y confianza. Y nos lo hemos pasado muy bien en el proceso de ¡Ey! Esta es mi casa, algo que para mí es básico. Y, por supuesto, que es una gozada estar en un catálogo tan cuidado.
¿Qué opinas sobre la radical separación que hace la industria editorial entre autores “para niños” y autores “para adultos”? ¿Crees que esas categorías están condenadas a desaparecer?
Lo que te decía antes. No la entiendo, ni la entenderé nunca. Parece que la literatura infantil es una literatura menor o menos relevante o qué sé yo. Tampoco entiendo muy bien porque a una determinada edad no puedes disfrutar de, por ejemplo, Momo de Ende. Lo volví a leer hace poco y hay ahí demasiadas capas como para pensar que eso tiene fecha de caducidad. Un álbum infantil como Donde viven los monstruos de Sendak, por citar otro clásico, tampoco se acaba cuando uno pasa a la fase adulta. No estoy en ningún caso a favor de los compartimentos estancos, ni de esa fatídica distinción entre alta y baja cultura. Siempre que algo (una lectura en este caso) se disfrute, está fetén. Da igual el público al que esté dirigido y la edad que uno tenga.
¿Quién es el autor o autora que más te ha inspirado en esta vertiente de tu creatividad y por qué?
Me resulta complicadísimo responder a este tipo de preguntas. He pasado por miles de obsesiones literarias y no sé quién me ha inspirado y quién no. Pero si hablamos de literatura infantil, tengo que remitirme a Gloria Fuertes, a Charles M. Schulz y sus Peanuts, a Bill Watterson y su Calvin y Hobbes y, claro, a El pequeño Nicolás de Goscinny/Sempé. Amor incondicional por todos ellos. Mención aparte para Peter Pan de James M. Barrie. Me obsesioné muchísimo con este personaje durante una temporada. Tengo una preciosa edición prologada por Leopoldo María Panero. El relato original de Peter Pan es bastante escalofriante y cruel, poco que ver con la edulcorada idea que tenemos del personaje y de sus acólitos. Luego me hice con la obra de teatro, con un ensayo muy chulo de Silvia Herreros de Tejada para acabar leyendo Los jardines de Kensington de Rodrigo Fresán y viendo la adaptación al cine de 1924, una de las películas más alucinantes que jamás he visto.
¿Qué gran obra de la literatura “adulta” te parece claramente por su vocación, su estructura, su mensaje (o lo que sea) un cuento infantil?
De primeras me viene a la cabeza casi toda la obra de Calvino que creo que transita muy bien entre esos dos mundos. Y si lo pienso un poco más quizás metería a muchos de los grandes cuentistas considerados para adultos desde Poe a Chéjov pasando, por supuesto, por Salinger o Bradbury. También el cuento ha sido injustamente considerado durante demasiado tiempo como un género menor.
Tu primer gran éxito editorial, Ni guau ni miau, se ha convertido en una especie de alegato inclusivo. ¿Pensabas que ocurriría? ¿Era el mensaje que querías transmitir?
Debo confesar que cuando escribo un libro no pienso en el mensaje. Hay una historia que me hace gracia, la escribo y luego ya vienen las interpretaciones. Es obvio que cuando uno elige una historia y no otra está queriendo transmitir algo, pero en mi caso es de un modo muy orgánico y poco consciente. Y me hace inmensamente feliz que Ni guau, ni miau se haya convertido en ese alegato inclusivo que mencionas. Es muy bonito.
¿Cuál es la anécdota más emocionante que te ha contado un padre o una madre sobre la relación de sus hijos con tus cuentos?
Pues desde padres y madres pidiéndome que sacara otro libro, que estaban hartos de leer el Ni guau, ni miau cada noche hasta terapeutas o profes diciéndome que estaban usando ese mismo libro para hablar de diversidad… También me hace muchísima ilusión cuando me llegan mensajes desde muy lejos felicitándome por algún libro mío.
En qué influye no haber vivido la experiencia de la maternidad a la hora de comprender el universo infantil. ¿Es un factor que permite poner más distancia?
No lo sé. En mi caso, creo que es un tema de imaginación. El universo infantil es muy imaginativo y en él cabe mucha fantasía. Y yo de eso tengo un poco… Así que creo que por ahí conecto rápido.
¿Qué es la cosa más sorprendente o la que te ha dejado más impactada que te haya dicho un niño después de leerte?
Lo que más me gusta es cuando se mueren de la risa. Y lo que más me sorprende es que ellos, de partida, suelen aceptar cualquier locura, pero una vez que has instalado las bases de esa locura no puedes no mantener una cierta coherencia. Entonces de repente te preguntan que por qué Casi (la protagonista de dos de mis libros a la que en el primer volumen se le iba cayendo la nariz, una oreja, un ojo, los dedos…) recupera todo lo que ha perdido menos los deditos. Para ellos lo raro no es que a una niña se le caigan partes del cuerpo, lo que no puede ser es que lo recupere todo menos los dedos. Es en plan “¿dónde están ESOS deditos?”. Fue en mi primer libro. Desde entonces he tenido mucho cuidadito en dejarlo todo bien atado. Jajajaja.
“¡Ey! Esta es mi casa” es un libro muy bien documentado en el que explica a los niños cómo son los hogares de muchos animales. ¿Cómo se hace para escoger la información que se hace llegar a los niños y la que no?
Hay que tener en cuenta que un libro para niños siempre va a tener un texto limitado. Eso condiciona mucho. Hay que ir al grano y ser divertido. En este caso, cuestiones muy técnicas o complicadísimas de explicar, fuera. Cosas curiosas, inesperadas o directamente descacharrantes, dentro. Si tienen que ver con la caca (como el tapón fecal de los osos), ¡absolutamente imprescindibles!
¿Qué ingredientes secretos hay que añadir siempre para que el niño se entusiasme?
No creo en fórmulas mágicas. Pero diría que humor. A los niños les pirra el humor.
¿Cuáles son los que dan “bajona” automáticamente?
No lo tengo claro, pero quizás que se vea demasiado una intención moralizante. O sea, la ausencia de humor [risas].
¿Qué tres libros infantiles te llevarías a una isla desierta?
Alicia en el país de las maravillas en una alucinante edición anotada de Akal porque es un libro que no se acaba nunca. El preciosísimo Ane, Mona y Hulda de Jenny Jordahl, de mis favoritos recientes. El tebeo Catalina y la isla del cíclope y su continuación Catalina. El secreto de la ciudad de las ratas de Miguel B. Nuñez que son fabulosos y tronchantes. Y cualquiera ilustrado por Gómez (mis preferidos, El dedo en la nariz de Paula Merlán o Por una mosca de nada de Gracia Iglesias), alguno de Puño (¡Ñam! o La niña invisible ilustrado por Marta Altés), Los leones no comen pienso de André Bouchard, Astronautas de Chang-hoon Jung y In-kyunk Noh que es una belleza y muy gracioso. Y alguno de Shinkuse Yoshitake que es un prodigio de ingenio y siempre me hace carcajearme locamente.