Asuntos de familia
Arte, literatura y joyas. Hay legados que traspasan su mero valor material. Objetos queridos, recibidos de aquellos a quienes amamos, cuyo significado no pierde memoria.
Su herencia está en el Museo Chillida Leku, pero Susana creó su casa a partir de objetos de su progenitor, el escultor Eduardo Chillida. Nos recibe con una chaqueta de tenista que se quita para posar. «Era de mi padre. Un ejemplo de disciplina sana y amor por el trabajo que me gustaría inculcar a mis hijos. Luego está lo que se escapa a la razón, incluido el arte. Y también cierta fe en algo más allá que él me transmitió. Sin ello me sería difícil vivir». Susana sigue buscando el calor de su padre en la chaqueta, la escalera y la chimenea que se trajo de San Sebastián. «Poní...
Su herencia está en el Museo Chillida Leku, pero Susana creó su casa a partir de objetos de su progenitor, el escultor Eduardo Chillida. Nos recibe con una chaqueta de tenista que se quita para posar. «Era de mi padre. Un ejemplo de disciplina sana y amor por el trabajo que me gustaría inculcar a mis hijos. Luego está lo que se escapa a la razón, incluido el arte. Y también cierta fe en algo más allá que él me transmitió. Sin ello me sería difícil vivir». Susana sigue buscando el calor de su padre en la chaqueta, la escalera y la chimenea que se trajo de San Sebastián. «Poníamos ahí los zapatos en Navidad. Estaba en el salón de Villa Paz, la casa familiar». Para Susana el legado está vinculado a lo que es capaz de evocar. «Ese grabado que he visto desde niña es mi padre, y las flores que siempre lo acompañan son mi madre. Con eso me llevo mi hogar a todas partes». El privilegio de una hija acostumbrada a vivir rodeada de belleza. Susana habla y fuma sin parar. «Mi padre tuvo siempre una pelea, que también he heredado, con el tabaco. Por eso guardo esta pipa. Soy muy visual y si el objeto se va, se va el recuerdo». Mientras habla acaricia su pieza central, la escultura-escalera que recibe a quien la visita. «El último que puso algo encima está enterrado en mi jardín», bromea. Es el centro de su universo. «Un Elogio de la arquitectura. Por él han pasado todas nuestras manos. He hecho fotos de cómo crecían mis hijos con relación a ella». Eduardo Chillida está en todas partes. «Me sirve de referencia compartida con el mundo. Quien no ha tenido contacto con el arte, ni sabe mirar ni puede buscarlo. Por eso trabajo para acercar las artes al público en general».
Pipa de madera tallada por Eduardo Chillida y Cristo de alabastro recuperado de su estudio.
Pablo Zamora
Chimenea de Granito y grabado de Chillida en la casa de su hija Susana
Pablo Zamora
Tiempo de vida (editorial Anagrama), del escritor Marcos Giralt Torrente, habla de la muerte de su padre. Un libro valiente que desgrana su herencia. Hijo del pintor Juan Giralt y nieto del escritor Gonzalo Torrente Ballester, afirma de forma precisa y tranquila: «Las herencias importantes son las intangibles. De todo, lo que más me enorgullece es que mi padre educó mi mirada». Al recordarlo habla del cuadro que preside su casa. «Es de su última exposición. Murió cuando su pintura era especialmente fértil y potente. Me recuerda su enfermedad y toda su sabiduría pictórica». Junto a él cuelga un Miró. «Mi madre fue galerista e hizo con él una exposición. Yo tenía cuatro años y me dio este dibujo. Dijo que no lo dedicaba porque así valdría más dinero. Es lo que tienen los pintores, que pueden firmar cheques al portador. He pensado que me sacaría de un apuro, pero aún ha sobrevivido». Desde pequeño se acostumbró a que algunos objetos salieran del hogar en épocas de penuria. «Me operaban de apendicitis y, como no teníamos seguro, se pagaba al cirujano con dos cuadros. Lo que yo tengo es tan humilde que probablemente no sacaría nada, pero todo es negociable. Si tengo que pagarle el dentista a mi hijo, vendo lo que haga falta». Humilde como la nuez que recibió del poeta José Bergamín. «Fue la persona a la que más admiré. Cuando ya estaba muy enfermo quisimos pasar el verano a su lado. Al irnos, sabiendo que le quedaban pocos días, me animó a que me llevase algo. Si hubiese cogido otra cosa más valiosa, habría admitido que no nos volveríamos a ver. Me limité a llevarme una nuez que desde entonces tengo en mi mesa de trabajo». Junto a ella, un cartel de Carmen Martín Gaite. «Conozco a Carmiña desde pequeño. Siempre fue muy generosa. Me compró mi primer ordenador para que pudiera escribir. Cuando se murió me quedé con una pluma y este letrerito que en su humildad me recuerda lo difícil que es a veces sentarse a escribir». También en su escritorio está presente su abuelo, del que tiene toda su obra y primeras ediciones, «pero me gusta particularmente un autorretrato de los años 30 que mandó por carta a mi abuela. Vivieron muchos años separados pero mantenían correspondencia casi a diario. Se conserva solo la de él a ella. Eso dice mucho de mi abuelo».
Marcos Giralt Torrente posa junto a un cuadro de su padre, el pintor Juan Giralt.
Pablo Zamora
Mesa de trabajo de Marcos Giralt con cartel y pluma de Carmen Martín
Pablo Zamora
Autorretrato de Torrente Ballester que Marcos Giralt descubrió entre las cartas de su abuela.
Pablo Zamora
Yanes es la quinta generación de una familia de joyeros. Los objetos que ha heredado son patrimonio familiar y, aunque a veces los luzca, brillan más los recuerdos que las piedras preciosas. «El más antiguo es este bastón joya. Perteneció a mi tatarabuelo, Claudio Yanes, fundador de la joyería en 1881. Su empuñadura es un reloj de oro con incrustaciones de rubíes. Una pieza única en la que él se apoyaba y ahora lo hacemos nosotros». Es el comienzo de una saga y el símbolo del paso del tiempo que ha permitido a la familia recuperar algunas de sus obras. «A veces llegan clientes que me dicen: mi abuela compró esto a tu abuelo. Y quieren venderlo. Como este colgante de esmeraldas y diamantes. Se inició en los años 30. Era la parte central de un collar que se vendió al poco de su fabricación. Tiempo después el cliente lo empeñó y mi abuelo decidió convertir el centro de esmeraldas en un broche y colgante independientes. Luego mi padre añadió la pieza central y supimos que ya no saldría de la familia». Una joya de oro blanco y amarillo, con más de 100 esmeraldas y 98 diamantes, que Cristina ha usado en más de una ocasión. «Las joyas hay que saber llevarlas. Eso también lo he heredado. Hay que darles la importancia justa». Otra de las cosas que ha aprendido de su familia es a vender. «Yo vendo joyas con historias; si compras un diamante sin más, da igual que te quedes con uno que con otro. Lo valioso es trasladar una filosofía de vida, hasta un gusto. Eso es lo que perdura y lo que quiero dar a mis hijos. Si les dejara solo las joyas, sería un legado vacío». Hablamos, sin embargo, de piezas que superan los cientos de miles de euros, como una diadema que su padre creó para las bodas de hijas y nietas. «Yo fui la primera, pero la hemos lucido todas las mujeres de la familia que nos hemos casado. Es una tiara de diamantes y en el centro lleva un brillante de ocho quilates. Se fabricó hace 23 años». Fue también su padre el que consiguió que Patrimonio Nacional autorizara a la familia Yanes la reproducción de la colección de plata del Palacio Real de Madrid. «Pudimos hacer un número limitado de piezas. Como este juego de café de casi 20 kilos del que fabricamos seis copias y una se la quedó la familia. El original era usado por Alfonso XII». De nuevo hablamos de cifras con cinco ceros pero Cristina insiste: «Son insustituibles. Si el bastón desaparece, no hay otro. Valen lo que nosotros estemos dispuestos a pagar por recuperarlos. Su valor real es mucho menor que el sentimental».
Cristina Yanes junto al juego de café y té de plata, reproducción de una de las piezas de orfebrería del Palacio Real de Madrid.
Pablo Zamora
Tiara realizada para la boda de Cristina Yanes. Una joya de flores de oro blanco cuajadas de brillantes y un diamante central.
Pablo Zamora
Esmeraldas y Diamantes de Cristina Yanes
Pablo Zamora
Bastón del fundador de Yanes (Cristina Yanes)
Pablo Zamora