María Antonieta se pasa a las plataformas
Karl Lagerfeld se inventa, para su colección Crucero 2013, un universo versallesco en el que las cortesanas llevan vaqueros, se ponen biquini y calzan creepers.
Ya era hora de que Mahoma, en este caso Karl Lagerfeld, fuera a la montaña y no viceversa, si bien es verdad que los únicos desfiles para los que el káiser desplaza a su séquito es para los Métiers d'Art -aunque el último ya no se movió del Grand Palais– o el Crucero (en anteriores ocasiones en el Cap d' Antibes, Saint-Tropez, el Lido de Venecia, Miami o Los Angel...
Ya era hora de que Mahoma, en este caso Karl Lagerfeld, fuera a la montaña y no viceversa, si bien es verdad que los únicos desfiles para los que el káiser desplaza a su séquito es para los Métiers d'Art -aunque el último ya no se movió del Grand Palais– o el Crucero (en anteriores ocasiones en el Cap d' Antibes, Saint-Tropez, el Lido de Venecia, Miami o Los Angeles).
Como era de esperar, por mucho que el lugar elegido para presentar su colección Cruise (él no es Pre-Fall es Métiers d'Art, no es Resort, es Cruise) haya sido un parterre -con su correspondiente estanque- de los jardines de Versalles, las propuestas de Chanel han sido de todo menos un ejercicio trazado con la armonía de un paisajista. Cualquier parecido entre las damas de la corte de Luis XVI y la versión lolita Harajuku de María Antonieta que configura Karl Lagerfeld es justamente debido a los gajes de la vestimenta. Como la llaga dejada por los creepers que calzan, por ejemplo. Solamente comparable a la incómoda envergadura del tontillo sobre el cuerpo de las cortesanas de la época.
Cada una de las nada ortodoxas Delfinas de Chanel adorna la coleta que asoma por debajo de su peluca pastel con un catogan; pero en lugar de pintarse un lunar para rematar su rostro empolvado se aplica sobre la mejilla el logo de la casa a modo de calcomanía. Algunas llevan aparatosos monos vaqueros (el tejido que moldea las piezas muestra de la colección) con chorreras y mangas farol mientras otras lucen triquinis de malla de red o bañadores de blonda. Las hay con bermudas repujadas con basquiñas o pololos de encaje armados con miriñaques.
Otras se visten con chaquetas Perfecto rematadas con la más barroca pasamanería mientras los vestidos se ahuecan, repliegan y desdoblan con enaguas en forma de pantalla o polisones de volantes; algo que no está reñido con las faldas pantalón rescatadas de los noventa, los bombachos Capri o tipo cargo con grandes bolsillos. Algunas llevan pamela o canotier y otras mitones. Las hay a cuerpo desnudo bajo casacas francesas o abotonadas hasta el cuello y envueltas en tweed.
En este mismo desorden de cosas, de elementos dieciochescos distorsionados y abigarrados al estilo Lagerfeld, cabría saber qué pensarían si levantaran su guillotinada cabeza, Louis le Dernier y su esposa de los bolsos regadera.