De cuando Pilati se encontró en Yves Saint Laurent pero le dejaron marchar

Para su última colección al frente de Saint Laurent, Stefano Pilati cambia sentimentalismo y lamento por lado oscuro.

Getty Images

Cuando Stefano Pilati ascendió a los infiernos para sustituir a Tom Ford en Yves Saint Laurent, el italiano llevaba cuatro años bebiendo del americano y filtrando todo aquello que no iba repetir al mando de la maison: resignado por convicción, a Pilati no le quedó más remedio que ser profundamente comercial aunque asumiendo disimulados riesgos, a día de hoy méritos, como el de recolocar la cintura de faldas y pantalones en su lugar de origen.

Sus colecciones han estado siempre libres de argucias o caprichos y si Ford diseñaba para amantes, Pilati lo ha hech...

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Cuando Stefano Pilati ascendió a los infiernos para sustituir a Tom Ford en Yves Saint Laurent, el italiano llevaba cuatro años bebiendo del americano y filtrando todo aquello que no iba repetir al mando de la maison: resignado por convicción, a Pilati no le quedó más remedio que ser profundamente comercial aunque asumiendo disimulados riesgos, a día de hoy méritos, como el de recolocar la cintura de faldas y pantalones en su lugar de origen.

Sus colecciones han estado siempre libres de argucias o caprichos y si Ford diseñaba para amantes, Pilati lo ha hecho para esposas, ¿cómo? Cambiando la hora del día en la que centrar sus colecciones. De la noche, al día. Y es que de sus jornadas diurnas han salido las faldas tulipán, el peplum, los volantes o los lazos al cuello aunque su más alta manifestación de autoestima y elitismo reside en la construcción de las siluetas.

Desde el  verano de 2008 pocos cimientos venía tambaleando un Stefano Pilati acostumbrado a los rumores sobre su marcha de Saint Laurent y al que ya advertía premonitoriamente Anna Wintour en el documental de The September Issue (minuto 6:14): ¿ni color, ni fiesta? Lo primero lo recuperó vívidamente en su colección de primavera/verano 2012 y lo segundo, su lado más fetichista, se plasma con lirismo -literal, porque el lirio estampa sus vestidos o envuelve cuellos y muñecas en forma de joyas- y  gratitud en su último paseíllo, prácticamente vampírico, bajo las siglas YSL.

Vestidos y cuerpos de malla metálica y espaldas desnudas así como cruzadas, sofisticadísimas chilabas, toreras, gabardinas de cuero, impolutos trajes blancos y talles ajustados para un adiós que no sabe para nada a despedida porque es parte de la nueva, perecedera y agresiva, dinámica que rige las relaciones entre marca y diseñador.

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