Mundial de Brasil: ¿Un campo abonado para la homofobia?

El evento deportivo más importante del año se celebrará en un país que sobre el papel reconoce los derechos de los homosexuales. En la práctica la realidad es algo diferente.

Fotoarena (Fotoarena/Sipa USA / Cordon Press)

Si el Mundial que arrancó anoche sirve para medir el grado de normalización de la homosexualidad en el fútbol, el diagnóstico no se presenta muy favorable. La buena noticia es que el evento deportivo más mediático del año se celebra en un país cuya legislación en favor de los derechos de los gais es una de las más avanzadas del mundo. Pero el pobre reflejo de las leyes antidiscriminación en la sociedad y el "pacto de silencio" de los jugadores homosexuales hacen, sin embargo, que muchos se aventuren a considerar que lo que se avecina e...

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Si el Mundial que arrancó anoche sirve para medir el grado de normalización de la homosexualidad en el fútbol, el diagnóstico no se presenta muy favorable. La buena noticia es que el evento deportivo más mediático del año se celebra en un país cuya legislación en favor de los derechos de los gais es una de las más avanzadas del mundo. Pero el pobre reflejo de las leyes antidiscriminación en la sociedad y el "pacto de silencio" de los jugadores homosexuales hacen, sin embargo, que muchos se aventuren a considerar que lo que se avecina en las próximas semanas es sobre todo una oportunidad perdida para la visibilización del colectivo gay.

De los 32 países participantes en la vigésima edición de la Copa Mundial de fútbol, en cinco de ellos la homosexualidad es delito –en Ghana solo entre los hombres–: Argelia, Camerún y Nigeria imponen multas y penas de prisión de hasta seis años, y en Irán se castiga con la pena de muerte. En Rusia la distribución de propaganda de relaciones sexuales "no tradicionales" a menores de edad se condena con multas y penas de cárcel. Pese a que la mayoría de los países participantes cuentan con leyes antidiscriminación y muchos reconocen las uniones gais, el matrimonio igualitario solo es legal en nueve países y algunos estados de México y Estados Unidos. En Brasil, el país anfitrión, la homosexualidad es legal desde 1830, los transexuales pueden cambiar de nombre desde 2009 y el matrimonio entre personas del mismo sexo y la adopción de niños están permitidos.

El escenario parece mucho mejor que el de los países que acogerán los sucesivos mundiales, Rusia en 2018 y Catar en 2022 –en el emirato la homosexualidad está castigada con hasta cinco años de prisión–. A pesar de la libertad y la igualdad sexuales que marca la ley brasileña, los indicadores sociales señalan que la realidad es bastante diferente. La muerte el pasado enero del adolescente gay Kaique Augusto Batista dos Santos, a quien encontraron con el rostro desfigurado y los dientes arrancados, puso de manifiesto el verdadero día a día de la comunidad LGTBI en el país. En 2012 hubo 338 asesinatos motivados por la homofobia y la transfobia, lo que supone un incremento del 11% con relación a 2011. "Brasil muestra una chocante contradicción. La homosexualidad y la transexualidad son muy exuberantes en la calle, en la televisión, en las fiestas públicas, en el mayor desfile gay del mundo… Sin embargo, de norte a sur el pueblo repite: prefiero un hijo ladrón o muerto que homosexual", afirmaba recientemente Luiz Mott, antropólogo y fundador del Grupo Gay de Bahía, en una entrevista en EL PAÍS. Por si fuera poco el lobby evangélico goza de mucha fuerza y presencia mediáticas. Su mensaje, implacable, penetra en la sociedad con sorprendente contundencia.

NACHO DOCE (REUTERS / Cordon Press)

Concentración en memoria de Kaique Augusto Batista dos Santos.

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La batalla contra el racismo y la xenofobia es una de las señas de identidad que ha caracterizado al mundo del fútbol en los últimos años. Pocos eventos deportivos reciben la atención que concita el deporte rey, y quizás por eso muchas voces y campañas internacionales inciden en la importancia de los valores que transmite. Sin embargo, históricamente otras causas parecen relegadas a un segundo plano. Mientras otros deportes siguen su propio camino con respecto a la igualdad entre sexos o la lucha contra la homofobia, el fútbol mira para otro lado. La prueba de esta anormalidad la encarna la existencia de la Asociación Internacional de Fútbol de Gais y Lesbianas, la organización internacional que desde 1992 reúne a equipos masculinos y femeninos de todo el mundo y trabaja de forma paralela a los organismos oficiales.

Con este panorama no cuesta demasiado imaginar qué se puede esperar en las próximas semanas en Brasil. Los escasos precedentes con los que cuenta el fútbol no pasan de aquella revelación del jugador británico Justin Fashanu, quien en 1990 declaró su homosexualidad en las páginas del diario sensacionalista The Sun y ocho años después acabó suicidándose –junto a su cadáver encontraron un nota en la que aseguraba sentirse "una vergüenza" para sus amigos y familiares–, o las confesiones del exjugador francés Olivier Rouyer en 2008 y la del exinternacional alemán Thomas Hitzlsperger hace unos meses.

Duncan Raban (EMPICS Entertainment /Cordon Press)

Justin Fashanu.

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En los prolegómenos de la Eurocopa de 2012, el periodista y político italiano Alessandro Cecchi Paone preguntó en rueda de prensa al delantero Antonio Cassano sobre la existencia de jugadores homosexuales en la selección nacional. Fiel a su estilo directo, los términos que empleó el futbolista en su respuesta no dejaron nada a la interpretación: "¿Maricones (sic) en el equipo italiano? Prefiero callarme, mejor no digo lo que pienso. En cualquier caso ese es un asunto que solo les incumbe a ellos". Cecchi Paone es una de las escasas voces que se han atrevido a reflexionar abiertamente sobre la homofobia en el fútbol. Es autor del libro El campeón enamorado: Los juegos prohibidos en el deporte, que en 2012 se propuso astillar los armarios del deporte italiano y sacar a puntapiés a los jugadores que se escondían en ellos.

En ese libro no dio nombres pero sí hizo un retrato pormenorizado de la realidad homosexual en el fútbol de primera división. En ningún momento pretendió emitir una fatua contra estos futbolistas, según sus propias palabras, sino denunciar el silencio al que se los condena desde los cuadros directivos. Ninguno de los aludidos ha recogido jamás el guante del periodista ni este ha conseguido cambiar demasiado las cosas, pero su intento sirvió para que por primera vez los medios de comunicación reflexionaran abiertamente sobre la posibilidad, remota para muchos –marciana, dirán otros–, de que existan jugadores gais.

Paolo Diletto / Splash News (Paolo Diletto / Splash News /Cordon Press)

El periodista y político italiano Alessandro Cecchi Paone.

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A raíz de la publicación del libro de Cecchi Paone y sus comentarios en televisión, hubo voces que criticaron "la obsesión" del periodista por el outing o divulgación no consentida de la condición sexual. Naturalmente muchos lo insultaron con el palabro de marras –ya se imaginan cuál–, pero en este tiempo nunca ha dejado de repetir su verdad. Hace unos días afirmaba en una entrevista en el International Business Times que "ya está bien" de homofobia en el fútbol, y se reafirmaba en sus palabras: "Por supuesto que hay gais en el equipo del seleccionador Prandelli, y en el vestuario lo saben". Y añadía: "Hoy nadie concibe el racismo en el fútbol y mañana ocurrirá lo mismo con la homofobia. La batalla por los derechos civiles y el imperio de la ley deben ir de la mano, son dos caras de la misma moneda".

Con antecedentes como los del malogrado Fashanu o la ausencia de jugadores de alto nivel que asuman su homosexualidad públicamente, nada indica que por el momento se pueda revertir la tendencia imperante. La realidad social y legislativa de los países que acogerán los sucesivos mundiales tampoco anima a ser demasiado optimistas. Da la impresión de que el fútbol es uno de los últimos reductos de quienes se niegan a aceptar la realidad, aunque en un mundo donde los reyes abdican y hasta los papas dimiten resultaría irresponsable hacer predicciones agoreras.

UESLEI MARCELINO (REUTERS / Cordon Press)

Manifestante en Brasilia.

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