¡Tiene bolsillos! Por qué esta expresión sigue siendo un grito de victoria para las mujeres
En los próximos párrafos intentaremos responder la pregunta: ¿por qué la ropa de hombre tiene tantos bolsillos y la femenina tan pocos? Spoiler: la contestación no es sencilla. Hannah Carlson ha necesitado un libro entero para acercarse a ella. Se llama Pockets: An Intimate History of How We Keep Things Close (Algonquin Books) y acaba de publicarse.
Comencemos haciendo un experimento. Sí, le hablo a usted, lector o lectora. Métase las manos en los bolsillos. No podemos verlo, pero nos atrevemos a adivinar algo: si lleva ropa comprada en tiendas masculinas podrá hacerlo sin problema; si, en cambio, viste prendas consideradas de mujer lo tendrá algo más complicado. A menos que lleve pantalones, sus bolsillos serán pequeños, falsos, escasos o no serán. Si tiene suerte, quizás pueda introducir las manos con holgura en su vestido. En los próximos párrafos intentaremos responder la pregunta: ¿por qué la ropa de hombre tiene tantos bolsillos y l...
Comencemos haciendo un experimento. Sí, le hablo a usted, lector o lectora. Métase las manos en los bolsillos. No podemos verlo, pero nos atrevemos a adivinar algo: si lleva ropa comprada en tiendas masculinas podrá hacerlo sin problema; si, en cambio, viste prendas consideradas de mujer lo tendrá algo más complicado. A menos que lleve pantalones, sus bolsillos serán pequeños, falsos, escasos o no serán. Si tiene suerte, quizás pueda introducir las manos con holgura en su vestido. En los próximos párrafos intentaremos responder la pregunta: ¿por qué la ropa de hombre tiene tantos bolsillos y la nuestra tan pocos? Spoiler: la contestación no es sencilla. Hannah Carlson ha necesitado un libro entero para acercarse a ella. Se llama Pockets: An Intimate History of How We Keep Things Close (Algonquin Books) y acaba de publicarse. Ella se atreve a dar una respuesta corta para S Moda: Esto ocurre por a) las distintas evoluciones de la ropa de hombre y mujer y b) las creencias acerca de quién necesita los bolsillos. Ya lo advertimos, este tema es tan profundo como los bolsillos que añoramos. Esta cuestión no es nueva, precede al activismo probolsillos que vemos hoy en redes sociales y se anuncia con hashtags como #PocketInequality, #HerPocketsSuck, #wewantpockets, and #givemepocketsorgivemedeath. De hecho, es muy anterior a Internet. En 1880, cuenta Carlson, Harper’s Bazaar y el New York Times ya informaban acerca de que las mujeres “habían comenzado a movilizarse con empeño en favor de que pudieran tener u disfrutar de bolsillos”.
¿A quién no le hace gracia que caminemos ligeras, con las manos dentro de ellos? ¿Quién impide que guardemos dentro el móvil? ¿Quién nos quiere sin secretos? Conspiranoicos, calmaos: no hay un complot mundial de señores poderosos que decide que las mujeres no merecemos bolsillos. La responsabilidad de este desequilibrio se reparte entre la inercia de una historia que les cede a los hombres los privilegios, la separación entre lo funcional o lo hermoso (en la que salimos perdiendo al tener que elegir) y el mercado: una prenda sin bolsillos es más barata que una con ellos. Y también, parte de la responsabilidad es nuestra, de las mujeres puesto que no queremos bolsillos a cualquier precio. Todo lo que rodea a estas aberturas es intenso.
Los bolsillos son discretos, pero guardan (y nunca mejor dicho) una historia compleja que concentra sociología, costura, política, economía y…secretos. La autora de Pockets señala algo curioso: “A diferencia de las cremalleras, los botones y las trabillas, los bolsillos no nos ayudan a ponernos, quitarnos ni ajustarnos la ropa”. Es decir, no los necesitamos, pero los queremos. Aunque cada vez son más los diseños de mujer que incluyen bolsillos, y un paseo por Zara lo confirma, nunca se pueden dar por sentados. No ocurre igual en la ropa considerada masculina, que posee bolsillos desde el siglo XVI y que los ha tenido tanto cuando se hacía a medida como cuando se pasó a producir de manera industrial. Sin embargo, encontrar un bolsillo en una falda es como encontrar un billete arrugado en un bolsillo.
La historia de los bolsillos es la historia de nuestra relación con los objetos que nos importan y de cómo ellos rozan o no nuestra piel. También de la necesidad de ocultarlos. El ser humano siempre ha necesitado útiles para desenvolverse en su día a día y los ha querido tener cerca. Los bolsillos internos o pegados a la ropa, tal como los conocemos, son relativamente recientes: la mayor parte de la Historia, las mujeres han llevado lo necesario, que era poco y, muchas veces, privado, en cinturones o en pequeños bolsillos o bolsitos colgados bajo los vestidos a los que se accedía a través de aperturas discretas. En el pasado, ellas tenían pocas posesiones propias, por tanto, eran uno de sus pocos espacios de intimidad. Este invento fue común durante mucho tiempo hasta que llegó el siglo XVIII y esos bolsos comenzaron a ser robados, lo que provocó la necesidad de coserlos a la ropa. Cada clase social lo hacía a su manera, con telas más o menos ricas y más o menos ornamentos, pero todas coincidían en el hecho de que ahí se guardaban las posesiones más privadas y, en muchos casos, las únicas. Una de las víctimas canónicas de Jack el Destripador, Annie Chapman, fue encontrada con su bolsillo en el que había guardado un sobre, pastillas, un peine pequeño y un trozo de muselina gruesa que esperaba empeñar o vender. Ya comenzaban a verse bolsos independientes del vestido, pero ella ni podía permitírselo, ni debía arriesgarse a perder lo poco que tenía. Unos años antes, la escritora Emily Dickinson, cuenta Carlson, reivindicó su derecho a poder guardar lo que necesitaba, en su caso, una pluma, en su ropa. Logró que le cosieran un bolsillo plano con cierre en su vestido para guardar su lápiz y sus papeles, en los que iba anotando sus ideas a lo largo del día. Por las tardes, ya sentada en su pequeño escritorio, las convertía en poemas. Ella, resume con gracia la autora, “tenía una habitación propia y un bolsillo en el que confiar”. Por alusiones, la relación de Virginia Woolf con los bolsillos es dramática: guardó en ellos las piedras que la ayudaría a hundirse en el río Ouse.
Tener las pertenencias a mano ha dependido siempre del diseño de la ropa. La moda de volúmenes amplios facilitaba llevar cosidos bolsillos al refajo, pero al evolucionar hacia siluetas más estilizadas, como el corte Imperio, el tema se complicó. Es a principios del siglo XX cuando se estilan los ridículos: mini recipientes (Jacquemus no inventó nada con los microbolsos) en los que las mujeres podían llevar sus pertenencias que eran… ridículas. Eran los hombres los que poseían el dinero y los que “hacían cosas”. Eran ellos los que merecían los bolsillos. Las mujeres no tenían nada que guardar. El siglo XX llegó y en 1916 VOGUE escribió que los bolsillos eran “un nuevo elemento decorativo en el diseño”. Y la palabra nuevo vuelve loca a la moda, que debe ir siempre mirando de reojo al aire de su tiempo para adelantarse un poco a él. Y apareció Coco Chanel, con sus manos metidas en los bolsillos de los pantalones y chaquetas. Una búsqueda no demasiado sofisticada en Google devuelve imágenes de ella con gesto confiado. Sus bolsillos podrían ser pequeños, pero nunca falsos. La II Guerra Mundial aceleró la adopción de prendas del vestuario masculino y de los uniformes militares, lo que añadió bolsillos a las prendas de mujer. Y eso ya no tuvo vuelta atrás: algo tan, aparentemente, sencillo facilitaba la vida. La escasez durante la contienda provocó la creación del Utility Cloth Scheme, un programa que marcaba cómo coser y vestir sin malgastar material; en él se determinaba que no debería haber más de dos bolsillos por vestido. Tras la guerra, aún seguía presente la dicotomía entre lo bello y lo práctico. El propio Christian Dior escribió en 1954 que “los hombres tenían los bolsillos como algo práctico y las mujeres como adorno”.. El camino iniciado por Chanel ya no tenía vuelta atrás y el propio discípulo de Dior, Yves Saint Laurent, lo tuvo claro: su mundo era otro y el mundo ya era otro. Ahí estaban la sahariana llena de bolsillos y el smoking para dejarlo claro. Balenciaga no necesitó tomar prestado nada del vestuario masculino: él cosía bolsillos cómo y dónde quería porque sabía hacerlo. Y luego llegaron la democratización del jean, los cargo y demás prendas que sí incluían bolsillos porque procedían del vestuario masculino. En la ropa de fiesta y la formal siempre, hasta nuestros días, han sido una rareza como podemos comprobar en cualquier alfombra roja. Llegó la segunda ola del feminismo y la urgencia de no arrastrar más que lo necesario y de transmitir confianza. Una foto de Jackie Kennedy con un minivestido blanco y las manos en los bolsillos nos dice que el gesto no es de protestonas, es de todas, hasta de las más burguesas.
Volvamos a la necesidad de tener cerca nuestras posesiones. Aquí surge otra cuestión (en torno a este tema hay más preguntas que respuestas): ¿no ayuda el bolso? Al fin y al cabo, permite acarrear los objetos que necesitamos y muchos son compatibles con llevar las manos en los bolsillos. La diferencia entre bolsillo y bolso radica en lo cerca que está del cuerpo. El bolsillo, afirma Carlson en ese podcast, “es interno y secreto y el bolso te lo pueden robar”. Esta académica cuenta en Pockets que Bonnie Cashin, diseñó en 1954 una falda con un bolso cosido como si fuera un bolsillo. “Para robar el bolso tienes que robar a la chica”, rezaba el material publicitario. Los de la temporada Primavera Veranos 2024 de Bottega Veneta con su gran tamaño, serían imposibles de robar. Las modelos recorrían la semana pasada en Milá la pasarela con las manos en los bolsillos y cargando esos bolsos primorosos. En paralelo, los hombres (hola, Jacob Elordi) se animan a llevarlo.
La batalla no se libra entre bolso y bolsillo, sino en cómo la industria “asume que llevaremos bolsos”, según Carlson. En Pockets, magníficamente documentado y trufado de anécdotas bien elaboradas, la autora cuenta un caso conocido en los mentideros de la Historia de la moda y que tiene como protagonista a Diana Vreeland. A la editora de moda de Harper´s Bazaar se le ocurrió dedicar, en 1934, un número entero de la revista a los bolsillos, porque consideraba antiguos a los bolsos (sic). Ella, que vestía de Chanel, guardaba en los bolsillos de sus chaquetas labiales, cigarrillos y dinero y pensaba que merecía poder hacerlo “like a man, for goodness sake” (como un hombre, por el amor de dios). Tuvo que abandonar la idea por peligrosa: los anunciantes de bolsos le podrían retirar su apoyo a la revista.
Han pasado muchos años desde esa bravuconada de la Vreeland y seguimos exigiendo más bolsillos en la ropa de mujer. Solo escribir esta frase resulta ridículo (como los bolsitos prebolsillos) y demodé. Es una demanda que responde a varios deseos muy sencillos: queremos poder caminar ligeras, con las manos descansadas dentro de ellos, queremos tener cerca lo que necesitamos. Que los hombres puedan hacerlo siempre y las mujeres solo a veces es el eje en torno al cual gira este pequeño gran activismo. La militancia pro bolsillos, silenciosa pero persistente, lleva décadas movilizado. Hoy, las redes sociales lo amplían y, si las sufragistas las hubieran conocido, quizás las hubieran utilizado. A ellas dedica Carlson en su libro muchos párrafos, al convertirse en abanderadas de esta igualdad bolsillística entre hombres y mujeres. Estas mujeres pedían algo muy sencillo: caminar sin algo colgado del brazo. La propaganda anti sufragista usaba esta reivindicación para retratarlas como mujeres poco atractivas y masculinizadas. Un libro de la época. A Sketch of the Fair Sex in Politics (1898) las mostraba con las manos en los bolsillos de las que llamaban “faldas de sufragistas”, con bolsillos laterales como los de la ropa de hombre. Ojalá las tuviéramos en tiendas hoy.
Para Carlson “el meollo de la desigualdad radica en que solo un género requiere ropa funcional, porque solo se espera que un género la utilice y la demande verdaderamente.”. Si lo que debemos es estar guapas y quietas, para qué necesitamos tener y guardar objetos en nuestra ropa. La responsabilidad es, insistimos, también nuestra, de las propias mujeres. Queremos bolsillos, sí, pero que nos sienten bien y que no ensanchen la figura. Las niñas, y aquí aparece un ejemplo de lo complejo que es este tema, no se preocupan por si su ropa estiliza o no y sus prendas tienen menos bolsillos que los niños. Esto provoca que con diez años muchas pidan llevar bolso, lo que supone una carga extra para su cuerpo. Los niños no lo necesitan. Hay privilegios inconscientes que se disfrutan desde la infancia. El diseñador Moisés Nieto alega que el motivo de la falta de bolsillo en las prendas femeninas se debe “a una cuestión de tradición estética. Históricamente las prendas de mujer siempre han ido ligadas a la costura y favorecer la silueta. Los bolsillos en prendas ajustadas suelen no ser favorecedores ya que hay un aumento significativo de tejido y costuras”. Él reconoce que, aunque suele añadir bolsillos a la mayoría de los vestidos, algunas clientas le piden eliminarlos. Ni son mujeres menos modernas ni menos libres; a veces la razón es más sencilla: nos vemos mejor sin ellos y eso también es confianza. La paradoja, pues, está servida.
Confianza es la palabra que salpica cualquier texto o conversación que hable de bolsillos. Nieto, declara que cuando ve una mujer con esa postura ve alguien “con carácter, que se siente cómodo. Es necesario trasmitir que las prendas esta diseñadas para ser usadas de manera diaria y que estas nos ayuden en nuestro día a día”. Mercedes y Elena Zubizarreta, creadoras de Zubi, añaden que a ellas los bolsillos les “aportan postura, parece raro, pero muchas veces no sabes qué hacer con las manos y los bolsillos son el comodín. Es el amparo de las tímidas o de las que posamos mal”. Destacan que crear una prenda con bolsillos es más caro y complejo que: “un bolsillo mal puesto arruina un pantalón o chaqueta”. Las hermanas cuentan una anécdota que ilustra este es un tema sensible: “Cuando éramos pequeñas fuimos a Londres de viaje, y nos hicimos la típica foto en la Torre de Londres con uno de los guardias. Era diciembre e íbamos con Barbour y las manos en los bolsillos. En el momento de posar, el guardia nos agarró de las muñecas y nos sacó las manos porque ‘es de mala educación llevar las manos en los bolsillos, hay que llevar guantes!”. La ropa de mujer contemporánea sí tiene bolsillos, y cada vez más, pero muchos siguen siendo pequeños y falsos. Esto nos indica que en muchas ocasiones la estética sigue pudiendo con la funcionalidad. Otra de las razones de su escasez en ropa de mujer es económica: la ropa que vestimos está realizada en serie y cada centímetro de tela y cada minuto de costura añade coste. La otra es técnica, y en Zubi lo confirman, ya que un bolsillo debe estar bien hecho para que no deforme la silueta.
Mandy Fletcher es una mujer que se cansó de no encontrar ropa de mujer con bolsillos y fundó Pockets for Women, una tienda online que reúnen prendas con ellos de distintas marcas. En Pockets aparecen los resultados de un estudio interesante que midió en 2018 bolsillos en 80 pares de tejanos de hombres y mujeres de veinte marcas importantes en Estados Unidos. Concluyó que el bolsillo medio de mujer era 48% más corto y 6,5 más plano que el de los hombres, así como que las manos no cabían en ellos y que más de la mitad no podían guardar monederos o móviles. La conclusión se escribe sola. Los objetos que necesitamos tenderán a reducirse: ya llevamos la cartera en el móvil y, quizás, pronto, llevemos las llaves; sin embargo, seguimos necesitando objetos para vivir. No solo eso, tenemos derecho a tener un lugar en el que guardar la goma del pelo y el bálsamo de labios.
“¡Tiene bolsillos!” es una expresión que se suele acompañar por signos de exclamación. En ella hay tanta alegría como sorpresa. Siglos después de que los bolsillos se inventaran a las mujeres aún nos sigue extrañando su presencia. Hannah Carlson realiza una lectura feminista de su ausencia en la ropa de mujer. Ella lo tiene claro: “no se necesita la distribución desigual de bolsillos en la vestimenta de género para darse cuenta de que todo tipo de tradiciones respaldan el patriarcado”, afirma. Y declara a esta revista: “la industria de la moda ni siquiera se molesta en poner excusas”. Lo cierto es que el año pasado Penélope Cruz apareció la alfombra roja de los Oscar con un vestido de Alta Costura de Chanel con amplios bolsillos y fue noticia por ello. Llegará un día en que ese gesto no sea un titular y que decir “¡Tiene bolsillos!”, al ver un vestido no sea un signo de victoria. Aún no ha llegado.