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Ni tradicional, ni estático: los mitos que han convertido el quimono en un icono

Emblema en permanente evolución, el quimono protagoniza una exposición en el Victoria & Albert de Londres que derriba muchas de las leyendas que lo rodean.

Reimaginar el clásico. Frente a la creencia popular, la prenda japonesa no es un ente estático ligado a la tradición: «Lo presentamos como algo dinámico, sujeto a la reinvención local y global durante casi 400 años», dice Anna Jackson, comisaria de Kimono: Kyoto to Catwalk (29 feb. a 21 jun.), la cita de la temporada en el Victoria & Albert de Londres. 
Inspiración constante. «La palabra quimono, que significa ‘lo que hay que ponerse’, aparece por primera vez documentada en el siglo XIII», indica la experta. La prenda sirve como fuente recurrente para diseñadores como Haider Ackermann (en el centro). En su colección de primavera la usa como patrón y como tejido: algunas de sus chaquetas están forradas con seda de viejas prendas de este tipo. A la izda., una de las propuestas de Nicole Miller; a la dcha., quimono de Etro (1.740 euros). 
Arte cruzado. A finales del siglo XIX, Japón se abría al comercio internacional y Occidente en masa caía rendido ante la artesanía y el arte nipones. Tejidos, esmaltes, grabados o cerámica se podían comprar en tiendas como la inglesa Liberty: «La avalancha de bienes que llegó a estas costas creó una locura por todo lo japonés», señala Jackson, responsable del departamento asiático del Victoria & Albert. Las estampas se convirtieron en favoritas de pintores como Renoir, Manet, Monet, Van Gogh o Hendrik Breitner (en la imagen, su obra Chica en un quimono blanco, de 1894). 
Estampar el mensaje. Las imágenes dibujadas en la prenda solían tener significados complejos. Podían recalcar las virtudes del que la vestía, marcar clase social, estacionalidad o edad. La grulla (en la imagen) era amuleto para vivir muchos años. El rojo, para mujeres jóvenes. 
Exotismo bohemio. El cine extendió una imagen asociada a la sensualidad y al lujo. El estereotipo se mantuvo durante buena parte del siglo pasado: «Una mujer con quimono era invariablemente una femme fatale». En la imagen, Hiroshima mon amour (1959). 
En otro universo. La influencia del quimono ha llegado hasta «una galaxia muy lejana». Es el atuendo elegido por el maestro jedi Obi-Wan Kenobi (a la dcha., interpretado por Ewan McGregor en el Episodio III de la saga). El creador, George Lucas, nunca ha negado su gran admiración por el cineasta japonés Akira Kurosawa.
Diseñar viajando. Japón, su arte, vestimenta o costumbres han sido punto de partida para innumerables colecciones. Hace más de un siglo se inspiraban en el quimono Charles Worth, Paul Poiret o Jeanne Paquin. Hace unas décadas, investigaban sus entretelas Yves Saint Laurent o Cristóbal Balenciaga. En la imagen, Giorgio Armani con algunos de sus diseños de inspiración japonesa, en 1981. Y la colección alta costura primavera-verano 2007 de John Galliano para Christian Dior, una oda a Japón bajo la mirada de Pinkerton y Cio-Cio San de Madama Butterfly. 
Cómo vestir la polémica. La apropiación cultural planea sobre cualquier uso del quimono fuera de Japón. La comisaria alerta del peligro de defenderlo como elemento a mantener inamovible: «Se puede caer en la trampa de aceptar una imagen reductiva y orientalizada de la prenda que solo refuerza el estereotipo de la ropa asiática como un vestuario inmutable. Le niega tanto su pasado dinámico como su papel en la red internacional de moda».
Emblema musical. «Es interesante ver que para cantantes y músicos (en Japón o en cualquier parte) la prenda les ha servido, a ellos y a sus audiencias, como herramienta significativa para debatir identidades nacionales, étnicas, sexuales o de género». Björk lo usó en Homogenic (de Alexander McQueen) en 1997. Madonna, un año después, en el vídeo de Nothing Really Matters (de Jean-Paul Gaultier).