Migrar para vivir
Cada dos segundos, una persona decide dejarlo todo y abandonar su país para salvar su vida. Fotografiamos a trabajadoras del Tercer Sector y políticas junto a migrantes, refugiadas y víctimas de trata de personas para poner rostro y voz a una crisis que más que migratoria es de derechos humanos.
«Lejos de lo que se cree, el 86% de las personas desplazadas están en los países más desfavorecidos; vamos, que a la UE apenas llegan», explica María Jesús Vega, portavoz del Acnur. Lejos de apelar al buenismo, Vega lo hace a los tratados sobre derechos humanos que parecen papel mojado sobre las aguas del Mediterráneo, las mismas donde han muerto más de 17.000 personas desde 2014. La respuesta de la UE es poco productiva. «Los que mayor beneficio sacan son los traficantes. Hay que ofrecer alternativas legales de entrada y atajar las causas», anima Vega, para quien compartir la...
«Lejos de lo que se cree, el 86% de las personas desplazadas están en los países más desfavorecidos; vamos, que a la UE apenas llegan», explica María Jesús Vega, portavoz del Acnur. Lejos de apelar al buenismo, Vega lo hace a los tratados sobre derechos humanos que parecen papel mojado sobre las aguas del Mediterráneo, las mismas donde han muerto más de 17.000 personas desde 2014. La respuesta de la UE es poco productiva. «Los que mayor beneficio sacan son los traficantes. Hay que ofrecer alternativas legales de entrada y atajar las causas», anima Vega, para quien compartir la responsabilidad de proteger no es trasladarla a lugares como Libia, el infierno. «Los testimonios de las mujeres que han pasado por allí son estremecedores: torturas, esclavitud, violaciones, asesinatos…». En lugar de paliarlo, según Amnistía Internacional (AI), el número de personas trasladadas a centros en Libia se ha multiplicado más del doble en los últimos meses, de 4.000 en marzo a más de 10.000, entre ellas 2.000 mujeres y menores, a finales de julio. Además, AI denuncia que las políticas europeas están obstaculizando el trabajo de las ONG. Este año se ha criminalizado a 45 activistas por ayudar a migrantes.
A Helena Maleno, fundadora de la ONG Caminando Fronteras, Marruecos la acusó de colaborar con las mafias. «Atacan a enfermeras por dar asistencia, a nosotras por alertar de personas que están en el mar ahogándose», enumera Maleno, para quien los derechos en las fronteras han sido secuestrados. «Las mujeres dicen que su cuerpo está atravesado por la frontera, y es verdad. Desde su salud sexual y reproductiva, a la libertad de movimiento. Ni el derecho a la vida está garantizado». «Nos preocupan los mensajes sobre avalanchas que generan alarma social. No están basados en datos reales, pero terminan calando y provocan rechazo. Pedimos prudencia y responsabilidad», apunta Vega. «En España tenemos la suerte de contar con una sociedad tolerante y solidaria que debemos cuidar entre todos”.
En alta mar
Nadadora y socorrista, desde 2015 la jefa de misión de Proactiva Open Arms conoce bien una realidad que Europa trata de ignorar, «la de quienes arriesgan sus vidas para huir de la guerra, la pobreza o el hambre». También bebés, como los dos que murieron en la misión 39, en febrero, que ha fijado en su memoria con respeto.
Anabel lleva el pelo color azul, como el mar que ama, pero del que le cuesta disfrutar ahora: «Me recuerda el horror que estamos dejando que pase». Se le oscurece la voz al recordar historias que ayuden a entender lo que ella ve. Como la de una mujer nigeriana rescatada en otoño de 2016: «Me contó que su rostro desfigurado era ‘el precio por ser bonita’. Al llegar a Libia la encerraron en un burdel. Le hicieron salvajadas. Intentó huir, pero la atrapaban. Y decidió desfigurarse la cara con un tenedor. Aunque le pegaron, la dejaron marchar». O cuando, el 25 de julio de 2017, sacó de una patera los cuerpos de dos chicas muertas abrazadas. En aquel barco, donde se hacinaban 168 personas vivas y 13 sin vida, había una mujer con el cuerpo lleno de heridas, incluso mordiscos de personas. «Ni podía caminar por los desgarros internos. Se lo habían hecho en Libia, ese infierno que ayuda a financiar la UE». Historias así le han robado el sueño: «Si supiera que están bien…». Por salvar a personas le dispararon los guardacostas libios. También secuestraron su barco. Al regresar a puerto, las autoridades italianas les retuvieron por ‘tráfico de inmigración clandestina’. «Es la estrategia del miedo, pero no vamos a parar porque sabemos que nuestras manos ayudan. No puedo entender que haya personas a las que les dé igual lo que está pasando en el Mediterráneo».
Atención primaria
A Beatriz Sagrado y a Rachel Isiorho les une «la defensa de los derechos de las mujeres», afirma la primera, vicepresidenta segunda de Médicos del Mundo. Tienen otro vínculo. Beatriz, fisioterapeuta y activista feminista, se exilió de Uruguay hace 30 años. Rachel dejó Nigeria porque «no tenía trabajo, incluso comer era difícil». Pero mientras una llegó en avión, la africana vivió una dantesca odisea. «Todas deberíamos tener las mismas oportunidades», apunta Sagrado, «España ha firmado muchos convenios, pero en Médicos del Mundo hicimos un informe sobre cómo los ha incumplido con las mujeres refugiadas». Estas no huyen solo por temas económicos, la violencia siempre está detrás. «A mi hermana la mutilaron genitalmente embarazada de siete meses. Decían que si no, no podría tener al bebé. Me negué a ayudarles, pero la cogieron de piernas y manos y le cortaron todo. Lloraba como un bebé, no consigo quitármelo de la cabeza. Me juré que no me pasaría», explica Rachel.
Rachel, en búsqueda de ‘un país seguro’, pasó tres años en Marruecos, donde «vivíamos de noche, porque allí cuando ven a un negro sin papeles te mandan a No man’s land». Se refiere a esa tierra de nadie en el desierto donde abandonan a los inmigrantes ilegales. «Me dijeron que la policía española te trata bien si estás embarazada. Yo estaba desesperada», explica. De ocho meses, cruzó la frontera: «Al verme la tripa, llamaron a una ambulancia». Tras dar a luz, vivió un año y medio en un centro de acogida, aprendió castellano y consiguió la tarjeta de residencia. «Mi hija mayor tiene 13 años y tengo otra de cinco, están felices en España, pero me cuesta conseguir trabajo», explica.
En estos momentos tiene un contrato por dos meses de limpiadora y se prepara para ser mediadora de Mutilación Genital Femenina (MGF) en Médicos del Mundo, «para que no corten a otras mujeres». Aterrizó en la ONG porque, en cuanto tuvo trabajo, buscó cómo luchar contra la ablación. «Hay que dar relevancia a la aportación económica de las personas migrantes a la sociedad, pero también hay que destacar el espíritu solidario que tienen», recalca Beatriz, que señala que no hay una crisis migratoria, sino de personas que piden refugio por política, inseguridad o pobreza, todos derechos fundamentales. «Se han de mover porque la situación les obliga. Por eso ningún cierre de fronteras va a ser efectivo. Todo el mundo piensa ‘qué horror’ cuando ve imágenes tremendas de lo que sufren, pero si no actuamos, somos cómplices».
Derechos vitales
Estrella Galán y Sulekha Ismail se funden en un abrazo cuando se ven. «Sulekha es un ejemplo de fortaleza. La conozco desde que llegó, le facilitamos todo lo que pudimos y hoy es una más en CEAR», explica Galán, directora general de CEAR. Hace 15 años, Sulekha vivía en Somalia en una guerra interminable. Los ejércitos convertían a los niños en soldados. «Mi hijos tenían entre tres y 16 años. Me avisaron de que iban a venir a por los cuatro mayores así que, con ayuda de un camionero, los mandé a Kenia. Me senté bajo un árbol y comencé a llorar, pero me dije, tienes que ser fuerte. Había tanto peligro, bombas, gente llorando. Si por la mañana no veíamos al vecino, les decía a mis hijos que la familia se había ido para no contar que los habían asesinado», recuerda. Ellos consiguieron llegar a la embajada y solicitaron asilo. En Somalia, supo que estaban sanos y vivos y, con los menores, puso rumbo a Nairobi. Todos llegaron a España en avión. «Ahora no podría hacer eso. Hay muchísimas mujeres que, como yo, están en peligro y no pueden pedir ayuda. En Libia las maltratan, les roban los órganos o las esclavizan, todo es peligroso y más para las mujeres. Quién sabe si no morirán en el mar…», se lamenta Sulekha que aunque vive en paz, no deja de pensar en esas mujeres y sus hijos.
«El drama humano diario en las costas españolas es enorme, hay que abordarlo con políticas sociales, no de cierre y control. Llevamos 20 años así y no sirven. Solo generan dolor, muerte de inocentes y enriquecimiento de las mafias», dice Estrella. Sulekha agrega: «Yo puedo contar mi historia, pero hay países en guerra donde la gente no tiene la misma suerte». «Las personas refugiadas son un ejemplo de valor y dignidad. Los hijos de Sulekha son niños que se han ‘construido’ desde la solidaridad y la fortaleza de su madre», apunta Estrella, y se marchan abrazadas.
Rechazo social
Cuando Rita Bosaho llegó a España desde Guinea Ecuatorial no tuvo problemas. «Fui consciente de mi condición de migrante cuando alguien me dijo ‘negra fea, vete a tu país’», recuerda, y se sumerge en un largo silencio. «Vaya telita lo que hay tras esas palabras… Las personas racializadas vivimos con mucho dolor el rechazo que una buena parte de la sociedad tiene hacía nuestra etnia. Me aburre la pedagogía que tenemos que hacer, pero no queda otra. No me callaré, cada actitud xenófoba la voy a denunciar», explica.
La primera diputada afroespañola en el Congreso por Podemos cree que «es necesario el reconocimiento social, político y cultural de todas las minorías racializadas. Si no, el racismo y las discriminaciones serán más complejos de desarticular».
Bosaho señala a Asha Ismail, presidenta de Save a Girl, Save a Generation, como «un referente en la comunidad africana afrodescendiente, un ejemplo de superación personal». De origen keniata, Ismail creó esta ONG para concienciar en España sobre la mutilación genital femenina que sufrió ella misma en su país. Aquí podría haber 18.400 niñas en riesgo.
«Más de 100 mujeres refugiadas se han beneficiado de nuestro programa de bienestar y salud sexual. Y de lo que más me siento satisfecha: mi hija y mi sobrina, dos generaciones salvadas», cuenta.
Además, desde su asociación abordan la integración de las personas migrantes. «Un error común es suponer que es un proceso unilateral, pero no solo depende del esfuerzo del que llega aquí por conocer y ser parte de la sociedad que lo acoge. Depende también del que hace la sociedad por conocer y aprender de los que vienen de fuera». Bosaho recuerda que las personas migrantes sin papeles están forzadas a la clandestinidad pendientes de una burocracia impasible. «Hay un chico que lleva solicitando más de 10 años la nacionalidad española, pese a reunir todas las condiciones. Lo llamo racismo institucional». Entre los prejuicios que afrontan las personas racializadas, señala que «hay muchos y los carga el diablo, son como piropos falsos: ‘Hablas muy bien español, no eres tan negra, eres de las nuestras». Como mujer migrante, más. «Criticamos el patriarcado, pero repetimos muy pronto las mismas dinámicas».
Ayuda en tierra
Aisha, de 25 años, salió de Costa de Marfil en 2014 y llegó en patera a las costas españolas el pasado 10 de junio. Huía de un matrimonio forzoso que la condenó a sufrir continuos abusos de todo tipo. En Marruecos vivió en la calle hasta ahorrar los 350 euros que le pidieron por pasar el Estrecho en zodiac. «Partimos a las dos de la mañana y llegamos a las tres de la tarde, nos encontró un helicóptero de salvamento marítimo. Éramos dos chicas y 30 hombres. Pensé qué iba a morir», explica. Al llegar, no podía ni mover las piernas. «Me tuvieron que coger como un bebé. Estábamos hambrientos y nos dieron de comer y beber la gente de Cruz Roja. Me tranquilizó que nos llevaron a unas duchas y repetían todo el tiempo ‘ya estáis a salvo’».
Aisha vive en un piso de Cruz Roja. «Soy estudiante», recalca. «Todos mis amigos saben leer menos yo. Soy feliz, era lo que más deseaba», dice y se echa a llorar. «Quiero estudiar cocina. Me encanta cocinar y pasear por España, me siento libre y segura», añade mientras coge la mano de María del Mar Pageo Giménez, voluntaria, médica y presidenta Cruz Roja Andalucía, que trabaja en primera línea dando acogida a quienes cruzan el mar en patera: «Siempre me sobrecoge ver cómo llegan chorreando, envueltos en las mantas que les damos, sus caras de susto, de agotamiento… Se me hace un nudo en la garganta. ¿Cómo es posible que se permita esto? La sociedad tiene que comprender y asumir que debemos ayudarles».
Asesoría legal
Cuando las personas migrantes llegan a España, se pierden en el papeleo. «Han hecho un largo viaje de penurias y abusos, hasta llegar a un espacio que representa no solo una mejora económica, sino en derechos», explica Julia Fernández, directora general de ACCEM, ONG que les da acogida y asesoría. En ella trabaja como traductora y mediadora Fátima Zahra, que llegó a España desde Marruecos en 2002 con visado y pasó cuatro años sin papeles. «Vine como mujer árabe que buscaba más libertad. Aquí me he vuelto más feminista aún. No pedí ayudas económicas, trabajé duro», explica.
Fátima reconoce que lo ha tenido complicado «por ser musulmana». «Los españoles me preguntan que por qué no llevo velo, y los musulmanes, también. No ven a Fátima, la mujer. Siempre tengo que defenderme», explica, y asegura añorar la España de puertas abiertas. «Españoles y migrantes vamos en el mismo barco, tenemos que cogernos de la mano para llegar a un buen puerto». «Las personas migrantes pasan muchas vicisitudes, pero tienen una gran fuerza mental y moral, lo que hace que en poco tiempo aporten al país más de lo que han necesitado. No hay que olvidar algo importante: la bolsa para pagar las pensiones se ha conseguido gracias a las cotizaciones de migrantes», añade Julia, y recalca que aboga por las casas de acogida de ACCEM y otras organizaciones en lugar de los CIES: «El objetivo debe ser acompañarlos, no retenerlos. Eso es acoger».
Política sexual
«Es una pena que Daniela no pueda dar la cara», dice para comenzar la entrevista Rocío Mora, directora de APRAMP. «Ella ha abierto puertas para que otras mujeres lo tengan más fácil, ha roto los estereotipos». Daniela forma parte del equipo técnico de APRAMP que rescata a mujeres atrapadas en la red de la trata de personas. Ella misma lo estuvo y sabe de lo que habla. La llevaron desde Brasil a Portugal y luego a España engañada, para prostituirla en burdeles tras confiscarle el pasaporte. «Los puteros demandan carne fresca así que nos movían todo el rato», recuerda. Daniela no puede dar la cara porque su familia está amenazada de muerte por las mafias que la captaron: «Antes soñaba con ser abogada para meter a esa gentuza en la cárcel. Hoy sé que mis destino es rescatar al mayor número posible de mujeres y niñas».
Acogida
«Lo mejor para superar los mitos y mentiras es conocer a los migrantes», afirma Sara Collantes, responsable de migraciones de Unicef Comité Español. Ella se hizo amiga de Haydée Cueva, migrante peruana, trabajando como voluntarias en Ceuta. «Allí nos daban lo mejor que tenían, nos acogían sin tener apenas nada. Conocimos personas que habían llegado a mezclar comida con arena en el desierto para calmar el hambre más tiempo durante la captura de los traficantes», cuenta. Haydée asiente. «Incluso yo descubrí allí que tengo privilegios frente a personas sin papeles ni familia, que pasan por el desierto, las vallas o se lanzan al mar sin saber si sobrevivirán».
Ella llegó a España en 2003 procedente de Lima. «Era profesora, pero apenas ganaba para vivir, así que empecé de nuevo aquí como empleada del hogar. Mis hermanas ya estaban y me ayudaron», explica. Hoy, también trabaja a media jornada en el Centro Arrupe, y tiene media beca para estudiar un máster de dos años en Migraciones en Comillas. «Sara me ayuda en los temas de Derecho». Pero Haydée sabe de papeles: «Si alguien me falta, le explico que tengo mi DNI y soy tan española como cualquiera, cotizo, tengo derechos y deberes igual que ellos. Me siento agradecida a la sociedad que me ha acogido, pero si atacan mi dignidad, me defiendo, siempre con respeto» .