Michelle Pfeiffer y todo lo que esconde el camisón más erótico del cine
Treinta y seis años después de ‘El precio del poder’, los conjuntos lenceros de la intérprete en la cinta se han convertido en objeto de culto e inspiración de tendencias.
Han pasado 36 años pero sigue tan presente en nuestras retinas que fue ver a Michelle Pfeiffer de promoción con Maléfica: Maestra del mal con un vestido anudado de satén y el recuerdo de su modelo lencero azul de tirantes en El precio del poder fue inmediato. Algunas ni habían nacido cuando se ideó, pero ...
Han pasado 36 años pero sigue tan presente en nuestras retinas que fue ver a Michelle Pfeiffer de promoción con Maléfica: Maestra del mal con un vestido anudado de satén y el recuerdo de su modelo lencero azul de tirantes en El precio del poder fue inmediato. Algunas ni habían nacido cuando se ideó, pero el armario de Elvira Hancock ha generado casi tantas (o más) obsesiones que el vestido verde de Keira Knightley en Expiación. El despliegue de sensualidad sugerente de su personaje, heredera del declive en camisón de aquella torturada Liz Taylor en La gata sobre el tejado de Zinc, sigue siendo fuente de inspiración y obsesiones por muchas décadas que pasen, sobreviviendo a todo tipo de de modas efímeras. Un extraño culto femenino que fantasea con el peinado y estilo de una cínica yonqui, vulnerable y algo perversa, capaz de construir una coraza a través de delicados modelos de lencería o batines de seda. No sería el vestuario más práctico del mundo, pero los estilismos de Elvira son inmortales y todavía acaparan múltiples pizarras de Pinterest, disfraces en Halloween y cuentas retronostálgicas de Instagram.
Miserias domésticas en batín de seda
Patricia Norris, directora de vestuario de la cinta de Brian de Palma –que después trabajaría con David Lynch en otro vestuario emocional e inmortal como el de Twin Peaks– sentó cátedra al mezclar dos décadas tan dispares como los años 20 y los 80, dos etapas hermanadas por la fascinación y convivencia con la mafia. En la película se viste para el exceso de la era disco, pero también se rinde un sutil homenaje al corte y confección de la edad de oro de los gángsters.
Tony Montana, obsesionado con las películas de Humphrey Bogart, cambia las camisas hawaianas a su llegada Miami por los trajes blancos y crema a lo hampa. Elvira, la amante de mafioso convertida en esposa de narcotraficante, se pasea por la jaula de oro que es su mansión con delicados conjuntos de seda y pisa la calle con vestidos que parecen picardías, modelos escotadísimos reflejo del sello Halston, el maestro que vistió el frenesí hedonista y politoxicómano de los EEUU en los 80. Su estilo, a la vez, también conecta con el de la juerga sin fin de las flappers, las party girls de los años 30 que no tenían miedo del qué dirán por ponerse joyas y maquillarse, dos hábitos asociados a las prostitutas.
«Aún siendo la mujer más bella de cualquier habitación en la que entre, y ciertamente la mejor vestida, apenas lleva algo puesto. Sin decir una palabra, con su aspecto parece que Elvira esté diciendo: ‘Paso'», apuntaba la crítica Haley Mlotek sobre el personaje cinematográfico en su ensayo Jugando al escondite: todo lo que querrías saber sobre el slip dress. «Sus vestidos lenceros son una forma de decir al mundo que perfectamente podría estar desnuda y, aún así, le seguiría dando todo igual», añade en el texto sobre el personaje.
La realidad de ese falso glamour: a base de sopa y cigarrillos
Tuvieron que pasar 35 años para que el público sobrepasara la fascinación estética por una joven que se pasa el día colocada y fumando sin descanso y conociera de primera mano cómo lo vivió quien que tuvo que interpretarla. Lejos de loar su inmortal corte de pelo o los exquisitos modelos en la película, Pfeiffer explicó en una charla a propósito del 35 aniversario de la película que ponerse en su piel fue poco más que un infierno: «Tenía que interpretar a una adicta a la cocaína, así que la parte física era crucial».
La actriz, que tenía su primer gran papel cinematográfico tras salir indemne de ese desastre que fue Grease 2, aclaró que el proceso de aclimatación para ponerse en la piel de Elvira no siguió, para nada, los planes de nutricionistas y preparadores físicos con los que Hollywood cuenta hoy en día. «Vivía a base de sopa de tomate y marlboros», contó. «El rodaje supuestamente solo iba a durar tres o cuatro meses. Así que mientras íbamos grabando, cada vez me iba quedando más y más delgada y más demacrada«. La actriz explicó que al final de la película «estaba tan, tan delgada» que tenía a miembros del equipo persiguiéndola con bollos y bagels «porque estaban preocupados por lo tísica que me estaba quedando».