Mi habitación, mi imperio

No pasarán: la web The Do Not Enter Diaries se cuela en las guaridas de los adolescentes.

Alguno habrá con pasión por el minimal, que mantenga su habitación como una iglesia de Tadao Ando, pero por lo general, el adolescente es un ser cazador-recolector. Apila, junta, colecciona y fetichiza, monta altares, conserva souvenirs históricos de antesdeayer y los exhibe en las paredes y las estanterías de su guarida. «Las habitaciones de adolescentes son el lienzo en el que expresan sus emociones y sus intereses», asegura Emma Orlow, que sabe de lo que habla puesto que ella misma tiene sólo 17 años y es la co-fundadora del proyecto ...

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Alguno habrá con pasión por el minimal, que mantenga su habitación como una iglesia de Tadao Ando, pero por lo general, el adolescente es un ser cazador-recolector. Apila, junta, colecciona y fetichiza, monta altares, conserva souvenirs históricos de antesdeayer y los exhibe en las paredes y las estanterías de su guarida. «Las habitaciones de adolescentes son el lienzo en el que expresan sus emociones y sus intereses», asegura Emma Orlow, que sabe de lo que habla puesto que ella misma tiene sólo 17 años y es la co-fundadora del proyecto The Do Not Enter Diaries, una web (y algo más) en el que teens de todo el mundo enseñan sus habitaciones y las explican.

Su propia habitación, asegura, «es como si mi cerebro hubiese vomitado ahí. Es súper colorida y acogedora. Siempre estoy añadiendo nuevas cosas, pero nunca me molesto en retirar las antiguas». Su socia y mejor amiga del colegio, Emily Cohn «tenía la misma cama de IKEA y las mismas paredes rosa fuerte de mi infancia hasta hace dos años, cuando me dio por redecorar yendo a mercadillos y anticuarios». Su proyecto se subtitula «hecho por adolescentes, para adolescentes, por diversión» y esa era una de sus intenciones, crear una plataforma en la que la experiencia de la pubertad no estuviese filtrada por la nostagia del adulto. «Nos encantan las series como Freaks & Geeks y Es mi vida [la serie que hizo de Claire Danes un precoz icono grunge], nos parece que reflejan muy bien la vida adolescente, pero están hechas por gente que dejó atrás esa etapa hace mucho tiempo. Queríamos impulsar un proyecto que demostrase que los adolescentes pueden ser listos, creativos, solitarios, talentosos, graciosos…y capturar todo eso mientras aún lo están experimentando», dice Orlow a S Moda.

Por la ambición de su proyecto –El New York Times dedicó un artículo a las chicas y describió Do Not Enter como «un proyecto artístico, un estudio antopológico global, una campaña de Kickstarter, una empresa atractiva para los anunciantes, un trabajo de verano y seguramente una carrera»– y por sus perfiles (Orlow publica su propia revista online, The Emma Edition, desde los 13 años y ha escrito para Refinery 29, el Huffington Post y la revista Bust; Cohn explica que en sus ratos libres escribe obras de teatro y produce cortos), las dos amigas han sido comparadas con Tavi Gevinson. La editora de Rookie, de 16 años, comparte su obsesión por las habitaciones adolescentes, por cierto. El verano pasado, Gevinson montó una instalación en la galería Space 15 Twenty de Los Ángeles que reproducía una guarida teen, repleta de fetiches donados por las lectoras de Rookie. Y sus seguidores obsesos han podido seguir la evolución de su propio cuarto a través de varias revistas y de las redes sociales. Al parecer, por el momento está dominada por el horror vacui y la nostalgia setentera.

A Emily y Emma (les confunden tan a menudo que se hacen llamar «Em2») les halaga la comparación con Tavi. «Ella es un genio y su trabajo ha abierto la veda para que otros adolescentes podamos ser productores de contenidos. Es raro cuando ves a un tipo de 50 años haciendo investigación en marketing para dirigirse a chicas de 13», dice Cohn, que es hija del cantante folk Marc Cohn y vive en el Upper West Side neoyorquino.

De entre las decenas de vídeos dedicados a estos minitemplos juveniles que han posteado desde que fundaron su web a principios de este año, las editoras destacan algunos como el de Braxton, un chico canadiense que pudo montar su propia habitación después de compartir espacio con otros seis adolescentes en una casa de acogida. «Mi espacio me abraza» dice de su cuarto, que tiene las paredes cubiertas de fotos de músicos en blanco y negro. La habitación de Braxton contrasta con la de otra de las adolescentes que aparece en Do Not Enter, Raphaelle, que contiene obras originales de Andy Warhol y Roy Lichtenstein. La chica, que parece una secundaria de Girls (o del programa de MTV My Super Sweet 16) posa con una camiseta de Alexander Wang y habla de sus prácticas en una galería de arte. Los vídeos, que empiezan con el protagonista haciendo un pequeño playback de su canción preferida, también permiten colase en los santuarios de gente como Samuel H, un adolescente con el pelo teñido de rubio que tiene una especie de altar dedicado a Lana del Rey y que ha dejado atrás su «pasado punk» (la fase que pasó a los 12 años) para centrarse en los tonos pastel y el estilo preppy.

La canadiense Leyla Godfrey asegura que se toma muy en serio la decoración de su habitación. «Quería que pareciese una galería», dice.

Para todos estos adolescentes, sus objetos (sean las muñecas rusas que colecciona Raphaelle o las bolas de cristal de la precoz Ruby, columnista de Hello Giggles) tienen un carácter casi totémico. Lo cual no deja de ser curioso para una generación de nativos digitales que lleva a cabo la mayor parte de su vida social online. Según Orlow, «Internet contribuye a la obsesión decorativa. Con sólo un clic puedes encontrar inspiraciones de cualquier lugar del mundo. Aunque todos tenemos nuestros propios lugares en Twitter, Facebook, Pinterest…el espacio físico nunca perderá valor». Su compañera añade: «El concepto de crear tu propia habitación es atemporal. Es verdad que podrías conformarte con tener un Tumblr o hacer collages online pero un Tumblr nunca podrá compararse con a satisfacción que da levantarte por la mañana y sonreírle a tu póster de Johnny Depp«.

Braxton pasó un tiempo en una casa de acogida donde tenía que compartir habitación con seis adolescentes más. Cuando por fin tuvo la suya, volcó allí sus obsesiones.

Tras el divorcio de sus padres, Gemma aprovechó la mudanza y sus nuevas paredes para reintentarse.

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