La ‘modern family’ de la política europea: líderes sin hijos, ¿y qué?
Macron, May y Merkel han tenido que enfrentarse a críticas de sus oponentes, que han infravalorado su valía por no tener descendencia biológica.
Pasó el pasado 1 de mayo, en plena campaña electoral francesa. Le Pen (Jean Marie, padre) convocó a la prensa bajo la estatua de Juana de Arco para atacar a Emmanuel Macron y ensalzar a su hija, Marie Le Pen. ¿Su motivación? Destacar –entre otras acusaciones– que el aspirante a la presidencia no tiene descendencia biológica y apelar a la paternidad como valor político para gobernar un país. «Nos habla de un futuro, ¡pero no tiene hijos!», exclamó en su discurso ...
Pasó el pasado 1 de mayo, en plena campaña electoral francesa. Le Pen (Jean Marie, padre) convocó a la prensa bajo la estatua de Juana de Arco para atacar a Emmanuel Macron y ensalzar a su hija, Marie Le Pen. ¿Su motivación? Destacar –entre otras acusaciones– que el aspirante a la presidencia no tiene descendencia biológica y apelar a la paternidad como valor político para gobernar un país. «Nos habla de un futuro, ¡pero no tiene hijos!», exclamó en su discurso el ultraderechista, para después acudir al símil en beneficio de su hija: una “madre de familia dedicada desde hace años al servicio público» (Marie Le Pen se ha divorciado dos veces y tiene tres hijos). La esposa de Macron, Brigitte Trogneux, tiene tres hijos de una relación anterior –Macron ya ha aclarado que los siete nietos de Brigitte le llaman cariñosamente «daddy»–, pero los 64 años de ésta complican, a priori, aumentar su descendencia con el nuevo presidente francés. A tenor por los aplausos que recibió después un mítin, el líder de En Marché! salió más que victorioso de las acusaciones del ultraderechista : «¿Soy un enemigo de la familia porque la mía es distinta? […] Sr. Le Pen, tengo hijos y nietos en mi corazón. Es una familia que tienes que construir, una que tienes que conquistar, una familia que no te debe nada, ¡y que usted nunca tendrá!»
«Macron, en la representación de Le Pen, era esencialmente un eunuco», destacó al respecto Lauren Collins en el New Yorker. Para la periodista y autora de When in frech: love in a second language, «el orgullo de Macron sobre su familia poco convencional y su insistencia en legitimarla, no obstante, se ha visto como una especie de progreso». No solo en lo formal, también en su programa político: su partido defiende apoyar «la diversidad de las configuraciones familiares» y ofrecer por ley los mismos derechos a todas sus composiciones (casadas, civiles, que cohabitan, del mismo sexo, monoparentales, etc). De hecho, su programa, tal y como recordó en un debate televisado, incluye ayudas públicas en la reproducción asistida a lesbianas y mujeres solteras.
Theresa May puede que no comparta una visión tan progresista de la familia como la de Macron, pero, al igual que él, también se visto descalificada por sus oponentes por el hecho de no ser madre. La primera ministra británica está casada desde hace 37 años con Philip May y en más de una ocasión se ha visto obligada a justificar ante la prensa por qué no es madre y aclarar su incapacidad para concebir. «Claro que me ha afectado» (no tener hijos), dijo durante su campaña, «pero aceptas las cartas que te ha dado la vida. A veces, hay cosas que deseas haber podido hacer, pero no puedes”. Fue en julio del año pasado, cuando esta cuestión traspasó la anécdota personal para convertirse en arma arrojadiza política. Su rival para gobernar a los conservadores, Andrea Leadsom, insinuó en una entrevista a Time que su condición de madre le daba ventaja política sobre May. “Genuinamente, siento que ser madre significa que tienes un verdadero interés en el futuro del país, un interés tangible”.
Recurrir al acto biológico de engendrar un ser humano como supuesta aptitud sine qua non en la gobernancia política levantó un auténtico revuelo que perjudicó a Leadsom. La tory tuvo que pedir disculpas personalmente a May y no se libró de las think pieces de rigor acusándola de inmovilista y retrógrada. «Ha dado a entender que alguien sin descendencia no se preocupa por el futuro. No me puedo imaginar a nadie, ni hombre ni mujer, que se metiese en política sin esa actitud», escribió al respecto Holly Brockwell en The Guardian. Y añadió: «Estos comentarios reflejan esa creencia social arraigada de que una mujer sin hijos es egoísta. Es la única palabra que mujeres como yo escuchamos cada vez que comentamos que no estamos inclinadas a procrear».
Quien ha sabido cambiar las tornas de esta narrativa perjudicial en lo político ha sido Angela Merkel. La líder alemana no tiene hijos biológicos (sí dos hijastros de Joachim Sauer, su marido desde 1998), pero se ha convertido popularmente en la mutti (mami) de los alemanes. Antes, tampocó se libró de los ataques. En 2005, en la campaña por hacerse con la cancillería, Doris Schröder-Köpf (esposa de Gerhard Schröder) dijo a Die Zeit aquello de que «la vida de la sra. Merkel no representa a la experiencia de la mayoría de mujeres» y que esta mayoría estaba conformada por féminas «que están ocupadas intentando combinar su familia y su carrera, decidiendo si pasan unos años en casa después de dar a luz o preguntándose cual es la mejor manera de criar a sus hijos» para insistir en que «ese no es el mundo de Merkel». Tal y como destaca la experta en género y política, Rainbow Murray, en su libro Cracking the highest glass ceiling: a global comparison of women’s campaigns (2010), para 2009 la canciller ya había transformado toda esa negatividad en una cualidad positiva. «En ese año todos los votantes ya sabían que Merkel no era madre, pero su campaña la convirtió en la madre metáforica de la nación», destacando varios artículos de ese año de publicaciones como Der Spiegel en los que se la apoda como «la madre de todos», «la reina de Alemania» e incluso algunos compañeros de cabinete la comparan públicamente con ‘Mutter Beimer’, un personaje de una conocida telenovela del país.
Europa y sus líderes sin descendencia biológica suponen un paradigma totalmente opuesto al estadounidense, donde la familia es un estandarte más para ganarse al público. Trump será el segundo presidente divorciado de la historia (Reagan también lo estaba), pero el simbolismo de ‘tribu unida’ con sus descendientes se ha normalizado de tal manera que hasta su hija forma parte de su equipo más cercano. Toda esta narrativa inmovilista que se niega a divorciar a la familia tradicional de la gestión política se ejemplificó en 2011, cuando la republicana Rosa Ferlita se presentó a la alcaldía de Tampa, y empezaron a correr una polémicas octavillas por su ciudad denigrándola. El texto Unmarried, unsure and unelectable (Soltera, insegura y inelegible) asumía como cualidades negativas el ser soltera, así como ser mujer y tener «ambición política» dejando de lado «un compromiso con los valores familiares», frente a las cualidades de su oponente: «un devoto padre de familia dedicado a sus dos hijos». Ahora, al otro lado del Atlántico, Macron vocea todo lo contrario: que un líder que forma parte de un modelo familiar no-tradicional no tiene por qué avergonzarse de serlo.