De estampado maldito a uniforme de los mitos eróticos: el apasionante significado de los lunares
El sencillo diseño, relativamente reciente en Occidente, es capaz de capturar y transmitir potentes mensajes. Firmas como Louis Vuitton, Ami Paris, Burberry o Richard Quinn lo incluyen en sus colecciones.
Para entregarle el trofeo de Wimbledon a Novak Djokovic, la duquesa de Cambridge lució un sobrio vestido de lunares de Alessandra Rich. La reina Letizia había escogido el mismo estampado una semana antes, para visitar la Granja de San Ildefonso durante la Cumbre de la OTAN en Madrid, en su caso con un diseño de Laura Bernal. Carolina Herrera convirtió los lunares en firma personal en los años ochenta y Minnie Mouse,...
Para entregarle el trofeo de Wimbledon a Novak Djokovic, la duquesa de Cambridge lució un sobrio vestido de lunares de Alessandra Rich. La reina Letizia había escogido el mismo estampado una semana antes, para visitar la Granja de San Ildefonso durante la Cumbre de la OTAN en Madrid, en su caso con un diseño de Laura Bernal. Carolina Herrera convirtió los lunares en firma personal en los años ochenta y Minnie Mouse, en uniforme en los años treinta. Más o menos en la misma fecha Rosie la remachadora, la célebre estadounidense que animaba a las mujeres a trabajar en las fábricas durante la Segunda Guerra Mundial, se recogía el pelo con un pañuelo de lunares. Tan rojo como el vestido de la sensual Rizzo en Grease. Y tan cubierto de puntos como las obras de Yayoi Kusama.
Erotismo, elegancia, inocencia, valentía… algo tienen los lunares para adaptarse a personajes y momentos tan dispares, generando siempre imágenes inolvidables. Es indiscutible que han encarnado mensajes muy distintos desde su popularización, a finales del siglo XIX. El dibujo es relativamente reciente en Occidente, ya que no fue posible recrearlo hasta que la revolución industrial mecanizó la producción textil y permitió que los puntos se repartieran de manera regular por el tejido. Hasta entonces solo evocaban a las perversas enfermedades que diezmaban la población cada cierto tiempo. Así lo explicaba el profesor de literatura y teoría modernas en la Universidad de Londres Steven Connor, en un artículo en Textile: “Las telas con manchas irregulares eran siniestras por ser no solo un recordatorio de las imperfecciones en la piel, sino también un recordatorio incómodo de las marcas ominosas de otras telas: la sangre en el pañuelo que era signo de tuberculosis y el manchado que presagia un aborto espontáneo. Unía las asociaciones de enfermedad, engaño, lujuria y corrupción”. Evidentemente, en la Edad Media pocos querían enfundarse en aquella sucesión de atributos.
En el Desayuno en la hierba de Monet una de las protagonistas viste un traje blanco con unos lunares que, a partir de 1860, empezaban a ser frecuentes en moda. En el mundo anglosajón al estampado se le bautizó como polka dot por una curiosa asociación con la danza de moda del momento, la polca, que no se bailaba con vestidos de lunares pero sí atraía ventas. Así lo explica el Oxford English Dictionary, que cuenta cómo en aquella época era posible encontrar pudín polca (una bebida alcohólica de crema con sabor a agua de naranja), cortinas polca, gasas polca, sombreros polca… La primera referencia al uso de polka dot para designar al estampado aparece en la revista femenina Godey’s Lady’s Book, describiendo “una bufanda de muselina para ropa ligera de verano, rodeada por un festoneado, bordada en hileras de polka dots redondos”.
La historia de los lunares se acelera en el siglo XX, con múltiples ramificaciones de su significado. Uniforme flamenco en España o recurso para el guardarropa infantil. Aunque fueron muchos los hombres que lo lucieron en pañuelos y corbatas (Clark Gable o Fred Astaire), pronto ese recuerdo de la niñez lo asoció con connotaciones muy tradicionales de feminidad. Un simbolismo que tomó fuerza en los años cincuenta, cuando la perfecta ama de casa se vestía con trajes impolutos de lunares, o que resurgió en los ochenta, acompañando a una nueva ola reaccionaria. Lacroix, Ungaro o Yves Saint Laurent propusieron en esos años teatrales, elegantes (y poco funcionales) vestidos de lunares.
Pero no todo son ángeles del hogar en el imaginario del lunar, todo lo contrario. Cuando el biquini aún causaba la revolución de una bomba nuclear, estrellas de Hollywood como Marilyn Monroe, Ava Gardner o Eleanor Parker posaron con el dos piezas estampado con lunares. Mito erótico que se aupó con la canción de Brian Hyland Itsy Bitsy Teenie Weenie Yellow Polka Dot Bikini.
“Nunca es mal momento para los lunares”, dijo Marc Jacobs, y eso debía pensar Diana de Gales, que recurrió a la acepción más tradicional, ingenua y femenina del polka dot en muchas de sus apariciones públicas. Su heredera en el papel, Kate Middleton, que suele tomar muy buena nota de todo lo que vistió la que hubiera sido su suegra, también tiene una importante colección de vestidos de lunares. “La extraña ubicuidad de los lunares ha sido reclamada por muchas culturas y subculturas”, escribía en Artsy Katy Kelleher, “en algunos contextos los lunares son una forma de señalar un gusto musical y una estética compartidos (como el rockabilly), mientras que en otros es una forma de señalar expresiones más tradicionales y convencionales de la sexualidad femenina”. Por todas esas contradicciones e ironías, músicos como Eric Clapton, Morrisey o Prince han sucumbido al embrujo del lunar en repetidas ocasiones.
Poderosos y dispares mensajes que seguramente estén en la clave de su atractivo. Aunque Yayoi Kusama, la mujer que los elevó al Olimpo de la historia del arte, defiende otra teoría en su libro de 2005 Manhattan Suicide Addict: “Un lunar tiene la forma del sol, que es un símbolo de la energía del mundo entero y de nuestra vida viva, y también la forma de la luna, que está en calma. Redondo, suave, colorido, sin sentido y sin saberlo… Los lunares se convierten en movimiento”.