Leggings: crónica de una de las prendas más odiadas (y vendidas) de la historia
La batalla en torno al uso público de las mallas elásticas tiene todas las de perder. Uniforme de batalla de la mujer ‘freelance’, la prenda es la mejor aliada femenina en un mundo precarizado.
«Solo soy una madre católica de cuatro hijos con un problema que solo pueden arreglar las chicas: leggings». Hace unas semanas, una carta publicada en el periódico de la Universidad de Notre Dame (Indiana, EE UU) reabrió el debate sobre una de las prendas más odiada (y amada) del s. XXI. La remitente afirmaba sentirse «avergonzada» y «desconcertada» por ver a chavalas con mallas en su iglesia. «Nadie les está forzando a llevarlos, pero me pregunto si nadie más v...
«Solo soy una madre católica de cuatro hijos con un problema que solo pueden arreglar las chicas: leggings». Hace unas semanas, una carta publicada en el periódico de la Universidad de Notre Dame (Indiana, EE UU) reabrió el debate sobre una de las prendas más odiada (y amada) del s. XXI. La remitente afirmaba sentirse «avergonzada» y «desconcertada» por ver a chavalas con mallas en su iglesia. «Nadie les está forzando a llevarlos, pero me pregunto si nadie más ve extraño que la industria de la moda haya provocado que las mujeres quieran exponer sus regiones inferiores de esa manera», apuntaba. Esta madre recurría a la clásica estrategia inculpatoria que sostiene que determinadas prendas provocan reacciones incontrolables en el sector masculino. «Me avergoncé de esas mujeres en misa. Pensé en el resto de hombres detrás de ellas, que no podían evitar ver sus traseros. Mis hijos saben que no es apropiado ‘comerse’ el cuerpo de una mujer –ni cuando estoy cerca ni cuando, espero, no lo esté–. Ellos no se quedaron embobados, ni lo comentaron después. Pero no podían evitar ver esos traseros desnudos. No los quería mirar, pero era inevitable verlos. Y mucho más difícil para los chicos tratar de ignorarlos».
La reacción a la misiva, en sintonía moral con aquella canción de Manolo Escobar sobre los toros y la minifalda, siguió la lógica en la dinámica de las redes sociales: se creó el hashtag #leggingsdayND y centenares de mujeres desde otros rincones del planeta subieron fotos vistiéndolos y defendiendo su uso. La noticia se viralizó y saltó las páginas de The New York Times. No era la primera vez que las mallas elásticas femeninas enfurecían y polarizaban a la audiencia. Desde que el athleisure se instaló en los armarios más allá del gimnasio, el debate lleva prácticamente una década reproduciéndose de forma cíclica en los medios. El propio rotativo generó una división similar en 2018, cuando publicó Por que los pantalones de Yoga son malos para las mujeres, una columna de opinión que lamentaba, aunque de forma más sutil, una supuesta deriva sexualizadora en el uso ropa deportiva femenina. Algunas analistas culturales feministas, como la fundadora de Bitch Magazine, Andi Zeisler, sentenciarían el debate definiéndola como una de las columnas «más tontas» de la historia del periódico.
¿Nueva quema de sujetadores o puro darwinismo social?
El triunfo mediático del #LeggingsDayND funcionó como ramificación en los múltiples frentes en la batalla por una representación femenina libre de prejuicios: algunas usuarias defendían que vestirse con leggings era «la nueva quema de sujetadores» feminista. Un dardo a la mirada beata y opresora de una sociedad que presume de avalar la exhibición de las mujeres, pero siempre bajo el beneplácito de la mirada masculina.
Más allá de una polémica viral puntual, los detractores de los leggings deberían empezar a asumir que, con la subida de las temperaturas, el pantalón ciclista sea una auténtica plaga esta primavera verano –incluidos festivales–. Desde el lujo más aspiracional (Chanel o Fendi) a firmas urbanas (ahí está la nueva colaboración de Alexander Wang con Adidas) o el éxito de las colecciones deportivas de la moda rápida tipo Oysho; todos se han puesto de acuerdo: los leggings cortos son los reyes de la temporada y no hay manera de escapar a él.
Su ubicuidad en los escaparates y en las calles no responde a una liberación feminista puntual, sino a un maridaje de tendencia estacional y de herramienta de adaptación en la lógica de un mercado que exige a las mujeres convertirse en seres multitarea. Pregunten a su alrededor: el legging, sin duda, es el uniforme de batalla de la mujer freelance. El nuevo mono de trabajo del s. XXI. «Los pantalones de yoga pueden parecer desaliñados para tu madre, pero son eficaces: puedes pasar sin problemas de una clase de ejercicios a una reunión por Skype o a recoger a los niños«, defiende la periodista Anne Helen Petersen. Ponerse mallas elásticas como opción de supervivencia funcional para rendir más en una sociedad precarizada. Si las secretarias de Wall Street pusieron de moda las zapatillas blancas de aeróbic en el Nueva York de los 80 –para cambiarlas por tacones al llegar a sus respectivas oficinas–, «las tendencias que han popularizado los millennials, como la ropa de deporte, hablan de nuestra autooptimización», confirma Petersen.
En 2019, los leggings han pasado de ser la prenda que una se ponía para estar por casa y pegarse un atracón de Netflix (veáse el ocurrente gag de Saturday Night Live de 2018) a la prenda clave de un negocio que no deja de crecer con cifras millonarias. Jia Tolentino, redactora de The New Yorker, se adentró a lo gonzo durante un mes en el universo de Outdoor Voices, la firma de leggings y crop tops deportivos de moda en Instagram cuyos directivas defienden que están diseñadas para «mujeres de 32 años llamadas Ocean que ganan seis ceros a final de mes y que tienen 90 minutos para ejercitarse cada día». Para la periodista, la glorificación de este nuevo culto a los looks deportivos trata «sobre ropa de deporte que cuesta más de lo que sería razonable y que se presenta como un brazo revestido de spandex en esa ideología que urge a las mujeres a hacerse valer en el mercado en función de su forma física». Un furor que encapsula «el momento cultural en el que mejorar tu estilo de vida se ha convertido en un trabajo que supuestamente ha de ser divertido». Nunca ser mujer y ponerse unas mallas elásticas tuvo tantas implicaciones (y significados).