¿Mujeres sexualizadas? Ahora se lleva el ‘posturing’
Este movimiento fotográfico refuerza a la modelo y sustituye la mirada hipersexualizada por el humor y los toques surrealistas.
Vestidos de grandes firmas cayendo en cascada entre las piedras de una mansión deteriorada, chicas con la mirada perdida y el pelo en la cara. Y mujeres que de tan lánguidas parecen «muertas y dispuestas», como denuncia la artista visual y activista Yolanda Domínguez y la campaña sueca Stop Female Death in Advertising. Esos son los tipos de imágenes que no aparecen en Posturing, el libro que han compilado Shonagh Marshall, una comisaria de arte que se encargó, por ejemplo, de montar la exposición sobre Isabella Blow en la Somerset House de Londres, y Holly Hay, directora de f...
Vestidos de grandes firmas cayendo en cascada entre las piedras de una mansión deteriorada, chicas con la mirada perdida y el pelo en la cara. Y mujeres que de tan lánguidas parecen «muertas y dispuestas», como denuncia la artista visual y activista Yolanda Domínguez y la campaña sueca Stop Female Death in Advertising. Esos son los tipos de imágenes que no aparecen en Posturing, el libro que han compilado Shonagh Marshall, una comisaria de arte que se encargó, por ejemplo, de montar la exposición sobre Isabella Blow en la Somerset House de Londres, y Holly Hay, directora de fotografía en Wallpaper. Las dos han identificado un movimiento en la fotografía de moda, y en general en el sector, que utiliza el cuerpo, y sus contorsiones, para transmitir mensajes ligados a la actualidad. Para entendernos: el posturing es más Balenciaga que Gucci, más Juergen Teller que Bruce Weber, más Londres que París, más histriónico que sereno y tira más de ironía que de solemnidad.
Con esta idea en la cabeza, Marshall y Hay se embarcaron en un proyecto triple: una exposición, una minipelícula que encargaron a Coco Capitán y que se estrenó en Art Basel y, por último, el libro Posturing: writing the body in fashion, editado por Self Publish, que recoge imágenes de fotógrafos en activo como Charlie Engman, Estelle Hanania, Joyce Ng, Brianna Capozzi, Reto Schmid o Johnny Dufort, publicadas en distintas revistas en los últimos años. Al contrario que en muchos volúmenes similares, los textos que acompañan a esas fotos no son un mero apéndice. Las dos autoras entrevistan a fotógrafos, estilistas, editores de moda y directores de arte; y en los diálogos surgen varios debates relevantes. Por ejemplo, si hay un enfoque ideológico detrás de todo esto. No solo en el sentido de representación de la mujer, sino en la manera de abordar la moda. ¿Con el contexto político de 2018 (y el de 2017, y el del atroz 2016), la moda tiene que reposicionarse para no caer en la irrelevancia y la frivolidad?
Marshall reformula esa pregunta hablando con el fotógrafo Charlie Engman: «¿Tiene sentido seguir retratando alta costura en casas señoriales?». «Se lo pregunté porque había notado un cambio en la fotografía de moda, de la fantasía aspiracional intangible, tan común a mitad de los años dosmil y al principio de esta década, a algo más surrealista, que ofrecía otro relato para las mujeres. Me cuestioné si esto se debía al clima político, social y económico en el que vivimos. La fotografía de moda comunica la visión de distintos diseñadores cada temporada, así que es natural que se acaben capturando temas que nos afectan en el día a día», aclara Marshall.
Las autoras han notado que muchos de estos fotógrafos trabajan con amateurs –o con sus propias madres, como hacen Engman, Capozzi y el húngano Marton Perlaki– en lugar de contratar a modelos profesionales. «En este caso el fotógrafo las ve como sus colaboradoras. A veces les piden que interpreten un personaje, y otros como Joyce Ng invita a personas de la calle a hacer de sí mismos», apunta Marshall, aludiendo de refilón al goteo de escándalos que salpica al sector en el último año, y a movimientos como el de Model Alliance, contra el abuso en esta industria.
Otro denominador común fue la altísima presencia de Balenciaga y en concreto de sus famosas botas, que tanto juego dan. «Hemos hablado mucho de ellas –confiesa Hay–. Requieren a quien las lleva que haga una representación, y eso te hace pensar si hay ropa que se ha diseñado ya de antemano para crear una imagen», se pregunta. Para su compañera, «el trabajo de Demna Gvasalia gira tanto en torno al cuerpo que es inevitable que haya una correlación. Además, Lotta Volkova, que colabora con él en Vetements y Balenciaga, ejerció de estilista en varias de estas sesiones y su estética está ahí».
Varios de estos profesionales se identifican como fotógrafos de moda y si acaso, artistas después, al contrario que Viviane Sassen o Mark Borthwick, creadores cuyo trabajo flirtea con la moda. Es decir, el posturing es comercial, solo que busca otra manera de serlo. Y muchas marcas, y muy distintas, ya están acusando su influencia en sus campañas, de Stella McCartney a Bally, pasando por Joseph o Agent Provocateur.
No es casualidad que la selección de imágenes para Posturing saliese paritaria. Lo cierto es que está bastante lejos estéticamente de la girl gaze (mirada femenina), esa otra fotografía identificada con el estilo de Harley Weir y Petra Collins. En el libro, la editora de moda de Dazed, Emma Wyman, habla de la necesidad de «crear imágenes poderosas» de mujeres en la era del #MeToo. Pero eso no implica posar con fiereza dominatrix a lo Helmut Newton. Esa actitud puede traducirse en hacer el pino puente encima de una mesa .