La diplomacia de las princesas

Los segundos espadas de algunas monarquías han institucionalizado su labor para adaptarse a los nuevos tiempos.

James Veysey (CAMERA PRESS/James Veysey /Cordon Press)

En una época en la que se tiende a cuestionar el sistema imperante los cambios siempre se reciben con gran expectación. Sin embargo, hay ciertas estructuras que parecen narcotizadas de por vida, como las monarquías, que la mayoría de las veces reaccionan cuando alguien les atiza un coscorrón. Eso es precisamente lo que sucede en nuestro país desde 2011, cuando la Corona se vio obligada cambiar la horchata y la sangre azul por algo de olfato.

Un escándalo de corrupción
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En una época en la que se tiende a cuestionar el sistema imperante los cambios siempre se reciben con gran expectación. Sin embargo, hay ciertas estructuras que parecen narcotizadas de por vida, como las monarquías, que la mayoría de las veces reaccionan cuando alguien les atiza un coscorrón. Eso es precisamente lo que sucede en nuestro país desde 2011, cuando la Corona se vio obligada cambiar la horchata y la sangre azul por algo de olfato.

Un escándalo de corrupción
en el propio seno de la familia real y ciertas añoranzas coloniales obligaron, esta vez sí, a tomar medidas. ¿Resultado? La adopción de pautas de transparencia y austeridad, así como la limitación de las labores de representación a cuatro figuras clave: los reyes de España y los príncipes de Asturias. Esto último fue lo que motivó que los palmeros de turno afirmaran que la Casa Real suscribía una tendencia dominante en muchas monarquías. Pero la realidad confirma la excepcionalidad de la nueva situación española, ya que los actores de reparto en reinos y principados como el inglés o el monegasco gozan de un protagonismo que muchas veces se traduce en grandes labores diplomáticas.

Si bien los juicios sumarísimos sobre el sentido de las casas que representan corresponden a otros foros, parece interesante ver en qué medida resultan útiles estos personajes secundarios en la acción exterior de sus países. Ventajas, si las hubiera, que otros modelos de gobierno no podrían explotar. Luis Gordillo, profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de Deusto, asegura en declaraciones a S Moda que «las monarquías permiten relaciones más estables». De esa manera, «el número de contactos y relaciones que se pueden entablar aumenta exponencialmente, respecto de, por ejemplo, un primer ministro o un presidente que puede tener el mandato limitado».

Las repúblicas, por su parte, intentan suplir esa actividad de otra forma. Ignacio Molina, profesor de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Autónoma de Madrid, explica que «en los estados sin monarquía se trabaja a través de instituciones como la Alliance Française o la Korea Fundation, o con personalidades de la cultura y el deporte como Gabriel García Márquez para Colombia o Roger Federer para Suiza». De todas formas, añade que «en ninguno de esos casos se consigue la identificación de conjunto tan personal y efectiva que sí se establece entre los royals y sus países».

©DKH Jeroen van der Meyde

Los herederos de las monarquías europeas, juntos en la recepción que organizaron Guillermo y Máxima de Holanda en la primavera de este año.

Casa Real

En este sentido destacan la labor que desde hace tiempo llevan a cabo el príncipe de Gales y la duquesa de Cornualles −herederos al trono inglés−, los duques de Cambridge −herederos de los herederos al trono inglés− y el príncipe Enrique. El campo de trabajo de los primeros se desarrolla mayoritariamente a nivel doméstico, mientras que los segundos cuentan con una gran acogida en la escena internacional. Con la juventud como principal arma para la conquista, su popularidad en países aliados del Reino Unido ha adquirido cotas desconocidas para sus antecesores. El príncipe Enrique, por su parte, tras agotar una hoja de ruta salpicada de escándalos, ha resurgido como un útil embajador para los Estados Unidos gracias al polo.

A miles de kilómetros de allí, el emirato de Catar −que en castellano pierde la grafía original Qatar−, consciente de que sus recursos naturales acabarán extinguiéndose algún día, ha optado por reforzar su papel como potencia regional ampliando su influencia y estrechando lazos comerciales y culturales con países que hasta hace poco ni siquiera sabían de su existencia. La adquisisción de inmuebles en localizaciones estratégicas, su papel como mediador en los conflictos libio y sirio, así como su labor de mecenazgo revelan un plan perfectamente trazado para asegurar el poder de cara al futuro. Aquí destaca el papel que desempeña una de las tres esposas del jeque, Mozah bint Nasser, como embajadora para los países occidentales y los estados asiáticos no islámicos. Es presidenta de la Qatar Foundation −probablemente la institución cultural más influyente del mundo−, un tentáculo a través del cual Catar desarrolla toda su actividad no política.

Y en nuestro país, los príncipes de Asturias hacen lo que les dejan. Después de bregar con las hazañas del rey y los tejemanejes del duque de Palma, su labor pasa casi tan inadvertida como una gota de lluvia en mitad de una tormenta. Los premios Príncipe de Asturias y la presencia en tomas de posesión de mandatarios latinoamericanos figuran como las actividades más radiadas en los medios de comunicación. Ya sea por prudencia o por inacción, su trabajo no recibe la atención que otros representantes extranjeros obtienen. Lo que está claro es que todos los personajes de las monarquías del siglo XXI tienen la opción de integrarse en los aparatos diplomáticos con éxito. Que lo hagan o no es una cuestión de voluntad.

JESUS M. IZQUIERDO ( /Cordon Press)

La reina Sofía y los príncipes de Asturias reciben a la jequesa de Catar en su última visita a España.

Cordon Press