¿La cuesta de enero o de septiembre?, por Begoña Gómez
El estado de bienestar que pagamos entre todos debe empezar por los más jóvenes. Ellos son el futuro, y en futuro no podemos escatimar.
Cambiamos de calendario en enero, pero el verdadero mes de principios y finales es septiembre. Los peques lo afrontan con las pilas bien cargadas después de las vacaciones, les esperan nueve meses de deberes, exámenes, actividades extraescolares y jornadas intensas.
Los padres y madres sabemos que descansar no es lo mismo que desconectar, y en verano hacemos mucho lo segundo y muy poco lo primero, de manera que afrontamos la vuelta con la mente despejada y el cuerpo pidiéndonos como siempre un respiro. Es llegar el día 1 y asumir de golpe que vamos a volver a madrugar c...
Cambiamos de calendario en enero, pero el verdadero mes de principios y finales es septiembre. Los peques lo afrontan con las pilas bien cargadas después de las vacaciones, les esperan nueve meses de deberes, exámenes, actividades extraescolares y jornadas intensas.
Los padres y madres sabemos que descansar no es lo mismo que desconectar, y en verano hacemos mucho lo segundo y muy poco lo primero, de manera que afrontamos la vuelta con la mente despejada y el cuerpo pidiéndonos como siempre un respiro. Es llegar el día 1 y asumir de golpe que vamos a volver a madrugar cada día, ir con la lengua fuera a todas partes, mirar tutoriales por la noche porque ya no nos acordamos de cómo se calcula la hipotenusa de un triángulo rectángulo y, sobre todo, mentalizarnos para tirar de tarjeta.
Hoy he ido a recoger los libros de texto de mis hijas a la papelería donde siempre los encargo y, aparte de los libros en cuestión, he llegado a la caja cargada con una montaña de libros, mochilas (acaban destrozadas cada curso), forros, carpetas… Al momento sucede lo que no por repetirse cada año deja de sorprendernos: una cuenta de 600 euros ante mis ojos, 300 por cada niña.
Mientras saco la tarjeta, atisbo que no será la última vez que la use en lo que queda de mes. Falta el suma y sigue de los abrigos y la ropa para el colegio. Todavía quedan semanas de buen tiempo, pero el invierno ya se ha instalado para muchos en sus cuentas bancarias, que no dejan de tiritar.
De vuelta a casa pienso lo mismo que tantos padres y madres: el derecho a la educación está amparado por la Constitución; sin embargo, semejantes facturas demuestran que la educación no está garantizada como debiera. La mejor forma de hacerlo es el acceso gratuito para todos a libros y material escolar. No se trata del gratis total que critican algunos detractores de esta medida, se trata de solidaridad. De usar los impuestos de todos para que los hijos de todos puedan acceder de la misma manera a la educación.
La demanda no es nueva. La Confederación Española de Asociaciones de Padres y Madres de Alumnos y otras organizaciones llevan mucho tiempo luchando por ella. En alguna comunidad autónoma la gratuidad de los libros de texto ya es una realidad, pero en educación, como en sanidad o en dependencia, los derechos no deberían depender del lugar en el que vivas.
Que todos los niños y niñas empiecen el colegio en las mismas condiciones es un claro síntoma de igualdad, de no discriminación. Algo siempre importante, pero más aún durante la infancia, tan sensible a los comentarios y tan decisiva para el resto de etapas de nuestra vida.
El estado de bienestar que pagamos entre todos debe empezar por los más jóvenes. Ellos son el futuro, y en futuro no podemos escatimar. Hay cosas que no se pueden medir solo en términos de rentabilidad, y la educación es una de ellas.