Kinderwhore: el vestido de la tirada de los 90 es el de las pijas de hoy
Batsheva, con el vestido más viral del año, ha transformado el emblema de las rebeldes en el de las pudientes de Instagram. El legado cultural del estilo de los 90 sigue vivo: Courtney Love agota ahora su armario de la época y Marc Jacobs reedita al completo su colección de 1993 para Perry Ellis.
Dicen que el primero en definirlo fue Everett True, el mítico redactor de la revista musical Melody Maker, esa misma en la que se formó Caitlin Moran desde los 16 años y en la que se subiría a las mesas para protestar a gritos contra el tufo machista de su redacción. No lo verbalizó ella, pero Courtney Love fue la reina indiscutible del Kinderwhore, el estilo de los 90 que consistía combinar vestidos baby doll con medias rotas, zapatos mary jane y labios rojos. Entre finales de los 80 y principios de la década, la líder de Hole y ...
Dicen que el primero en definirlo fue Everett True, el mítico redactor de la revista musical Melody Maker, esa misma en la que se formó Caitlin Moran desde los 16 años y en la que se subiría a las mesas para protestar a gritos contra el tufo machista de su redacción. No lo verbalizó ella, pero Courtney Love fue la reina indiscutible del Kinderwhore, el estilo de los 90 que consistía combinar vestidos baby doll con medias rotas, zapatos mary jane y labios rojos. Entre finales de los 80 y principios de la década, la líder de Hole y Kat Bjelland (Babes in Toyland) eran las siamesas oxigenadas más estilosas del punk rock. Las BFF y espejo en el que se miraba la rebeldía adolescente. Capitanas –Bjelland lo fue del equipo de animadoras– de un ejército de chavalas con aspecto de muñecas rotas. Artistas que se apropiaron de los guiños de la feminidad más normativa –vestidos con aire naíf, cuellos peter pan y horquillas para peinados infatiles que destilasen inocencia–, pero para poder destrozarlos a gritos y con rudeza sobre el escenario.
Los vestidos de Love no influirían a todas. Kim Gordon (Sonic Youth) no tragaba a Love –en sus memorias una y otra vez carga contra ella y el trato que profería a Kurt Cobain– y lideró una resistencia de estilo en la que también militaban The Breeders o Elastica, más centradas en imitar el patrón de vaquero y camiseta masculino o en sintonía con la lad culture de chándal, fútbol y birras del Reino Unido. Los vestidos de niña bien trasnochada y con pinta de resaca perpetua que popularizaron Love y Bjelland sí que fueron imitados por la masa adolescente y sentarían un precedente inequívoco en el estilo de las artistas por llegar: desde las riot grrrls del campus de Olympia (las integrantes de Bikini Kill o Sleater Kinney cambiaron las mary jane por las Martens), a las británicas Kenickie y hasta la versión lolitesca y sexualizada para el mercado mainstream de Emma de las Spice Girls.
¿Cómo puede ser que 30 años después de que despuntara el kinderwhore ha vuelto a ser nombrado una y otra vez durante 2018? Básicamente, porque todas las pudientes, famosas y estilosas de Instagram (y del showbusiness) han dedicidido vestirse con una evolución (más) puritana del modelo. Esta vez el largo gana terreno y se ha acentuado más la sensación de castidad y armadura. También los precios: los vestidos de segunda mano y de mercadillo de las artistas de los 90 se han transformado en modelos que pasan, de media, los 500 euros. Los mismos cuellos peter pan y mangas abullanadas del kinderwhore siguen presentes, pero fundidos con los estampados de Laura Ashley, el imaginario de las sectas polígamas o los vestidos las niñas de La Casa de la Pradera. La plataforma Lyst lo ha certificado en su informe anual: las búsquedas relacionadas con firmas como Batsheva o The Vampire’s Wife, esta más influida por lo victoriano y gótico que por el mix de secta y punk noventero, han crecido un 408% este año.
Que los 90 no han perdido músculo en cuanto estilo e influencia también se ha visibilizado en el golpe de marketing de Marc Jacobs, que decidió hace unas semanas volver a poner a la venta la revolucionaria colección grunge que presentó en el 92 con Perry Ellis y que horrorizó a la crítica por haber puesto Martens a Christy Turlington, Converse a Shalom Harlow o estampados de Robert Crumb a Kate Moss. En un mundo que se movía entre el minimalismo de Jil Sander o la oda al exceso y la sexualidad de Versace, nadie pareció entender que fijarse en lo que vestían las chavalas de la calle –así iban las amigas del diseñador– podía cruzar la frontera y adentrarse en el mundo del lujo. «El grunge es un anatema para la moda, y más para una casa de la Séptima Avenida: poner este tipo de reivindicación con esos precios es ridículo», escribiría la sacrosanta Cathy Horyn. El tiempo hizo que la crítica se retractar de su afirmación.
Love, mentada en todo artículo que contextualizaba a Batsheva este 2018, ha hecho la limpieza de armario más solicitada del año. Tras la colaboración 100% kinderwhore que realizó con Nasty Gal en 2016, el mix de prendas de lujo y camisetas degastasdas que ha utilizado durante su carrera se puso a la venta por una buena causa hace unos días en Heroine. Marc Jacobs, Rick Owens o vestidos de la colección 2013 de Slimane para Saint Laurent se agotaron junto esos vestidos lenceros y naífs que tanta historia han hecho y que siguen dando de que hablar… aunque esta vez sea entre las más privilegiadas y famosas de Instagram.