Inés Figaredo: “Está bien asumir que uno es excesivo. Tiendo a la exageración”
Sus bolsos los lucen desde la realeza hasta Lady Gaga; la primera muestra de un original universo creativo que busca abarcar también moda, joyería y arte, y en el que cada objeto esconde una reflexión.
Vive rodeada de objetos que cuentan una historia, le gusta evocar la de cada uno, recordar que ese mantel fue de su abuela o que el diván de los años 20 con un cisne en el lateral –una de sus obsesiones– perteneció a su madre cuando era niña. La narrativa es importante para Inés Figaredo (Madrid, 1976). Antes de empezar a diseñar bolsos, se dedicaba al derecho marítimo. Ahora navega otras aguas. «Somos como Ulises en su camino a Ítaca, atado al mástil mientras oye los cantos de las sirenas. Los escuchamos, pero nos mantenemos firmes en el rumbo fijado», reza el Manifesto de su...
Vive rodeada de objetos que cuentan una historia, le gusta evocar la de cada uno, recordar que ese mantel fue de su abuela o que el diván de los años 20 con un cisne en el lateral –una de sus obsesiones– perteneció a su madre cuando era niña. La narrativa es importante para Inés Figaredo (Madrid, 1976). Antes de empezar a diseñar bolsos, se dedicaba al derecho marítimo. Ahora navega otras aguas. «Somos como Ulises en su camino a Ítaca, atado al mástil mientras oye los cantos de las sirenas. Los escuchamos, pero nos mantenemos firmes en el rumbo fijado», reza el Manifesto de su firma. Porque, como los surrealistas o los dadaístas, Figaredo ha plasmado sus principios por escrito, busca la reflexión tras lo que se muestra a simple vista. «Todo parte del inconsciente. Es tener los ojos invertidos hacia dentro, mirar muy bien lo que pensamos, lo que sentimos, las emociones. Petrificarlas, perpetuarlas. Son todo pensamientos», explica, el pelo rosa, la piel blanquísima, los ojos azules e inquietos. Está sentada –con su vestido Menina, aparatoso por la estructura del guardainfantes– en un sofá del luminoso ático de su casa. Por fuera parece otro chalé de tres plantas de La Moraleja (Madrid), pero por dentro, con sus siete alturas y un salón cuyo ventanal enmarca el jardín trasero, también es mucho más de lo que se ve a primera vista.
«Nos mudamos hace siete años. Es un espacio para criar a cuatro niños –de 3, 6, 11 y 12 años–. Probablemente, la vida me lleve a un lugar más sofisticado, pero ahora es necesario este entorno para que ellos crezcan con un montón de referencias. Se están moldeando, tanto intelectual como estéticamente, y me parece fundamental que sepan que detrás de cada objeto hay una justificación. Quiero que no den nunca nada por sentado con respecto a un lugar, a un objeto, a un hogar», enfatiza. Le fascina el concepto del continente, del espacio que define y delimita. «Tengo hambre de definición por defecto; si no, tiendo a la dispersión. Soy una persona muy abstracta, y he de hacer un esfuerzo por definirme en todos los aspectos», sostiene. De ahí la importancia del continente. Por eso empezó a diseñar unos bolsos delirantes –con ojos, formas disparatadas, e inspiración artística, como la barra de labios que remite a Claes Oldenburg– que ahora lucen la reina Letizia, Lady Gaga o Rihanna. Decidió empezar a fabricarlos tras superar un coma en el que entró después de dar a luz a su segundo hijo, León. «Fue un parón forzoso, un punto de inflexión, pero lo veo sin ningún dramatismo. Solamente me ha aportado cosas positivas, entre otras, la urgencia de vivir, y de no fingir».
Tenía 27 años y dio un giro de timón. Ella, la única chica de cuatro hermanos, una buena estudiante que había seguido los pasos de su padre –quien incorporó Figaredo & Asociados al despacho de abogados Uría Menéndez–, decidió «mudar la piel». «Si hubiese estudiado una carrera más creativa, como Historia del Arte, creo que habría entrado mucho antes en lo que ahora es mi profesión.
Pero lo importante es el viaje y lo que encuentras por el camino. Es el efecto péndulo: probablemente esté haciendo lo que hago porque tuve una vida encorsetada. Soy poco convencional y me sentía muy forzada». Analiza cada etapa sin nostalgias, se centra en el presente. «Me inspira tanto lo bueno como lo malo, lo feo como lo bonito, la luz y la oscuridad». Y exporta esa filosofía a su día a día, en una casa fuera de lo convencional en la que conviven surrealismo y referencias clásicas.
INDIADOS EN MADRID
«Antes aquí al lado había ríos», explica Inés mientras mira el jardín, cuyo verdor se funde con el del cercano campo de golf. Su familia se fue a vivir a La Moraleja cuando tenía cuatro años; ha visto cómo ha cambiado lo que entonces era la finca del conde de los Gaitanes. «Había un señor que se llamaba Pepe y venía con el camión a traernos el pescado, la carne… La base americana estaba en lo que es ahora el Encinar de los Reyes, y ahí se encontraba el único supermercado. Entonces había tres casas, ahora es lo que es».
Su chalé, construido en 1981, tiene el aire de una casa de indianos varada en una urbanización de Madrid, se percibe en él la esencia familiar norteña. «Asturias forma parte de mí. Al final, lo que decora un hogar son las siluetas, las sombras que dibujan los objetos, no se trata de si algo tiene firma, es más que nada a dónde te lleven los objetos. En mi vivienda hay partes de Asturias, León –de donde procede la familia de su marido, Gabriel–, Madrid, París, Londres, Nueva York, los sitios donde hemos vivido».
En ella hay cuadros de Eduardo Úrculo, Aurelio Suárez, Díaz de Orosia, Ramos Artal, Nicanor Piñole, Hugo Fontela… Pero también un vestido que perteneció a la madre del dramaturgo Carlos Arniches y parece sacado de un cuadro de Velázquez, un foco de un estudio de la época dorada de Hollywood, un biombo encargado por su abuela a un pintor francés, piezas del Rastro mezcladas con otras adquiridas en Marita Segovia, Natalia Parladé o Tiempos Modernos. «Está bien asumir que uno es excesivo. Tiendo a la exageración. Y me importa la conexión emocional que puedes tener con los objetos, más que su valor», recalca.
MILITANCIA ARTESANAL
En su marca –cuya primera colección lanzó en 2011– también busca la emoción, siempre con un razonamiento previo: «No me gustaría que la gente sienta que hacemos un trabajo frívolo, naif, aniñado». Las piezas –pueden llegar a producir 15.000 al mes– se fabrican a mano en Ubrique con pieles certificadas, y las partes metálicas son creadas por artesanos, para recalcar la importancia de la manufactura. «En esta firma hay una militancia por el buen hacer, por los oficios. A veces se distorsionan los conceptos: todo es lujo, todo es artesanía. Hay que utilizar estas palabras con mesura», sentencia.
Cerca del 95% de sus ventas se realiza en el exterior. Patricia Field, la estilista de Sexo en Nueva York, ayudó a abrir esa puerta internacional, una apuesta a la que ahora contribuye Luxcartel, su oficina de representación en la Gran Manzana. «Nos compran milénicos y gente mayor, llegamos a todo el mundo». ¿Y por qué venden más fuera? «Es una mezcla de factores. Aquí el lujo tiene que venir unido a una marca, somos muy de marquitis. Después está el tema de los convencionalismos. En España hay unos parámetros estéticos en los que a lo mejor, a priori, no encajamos del todo».
Las constantes de ese universo consciente y definido se repiten en su casa: jaulas de todo tipo repartidas por el salón y las habitaciones –una de sus series de bolsos se llama The Cage y muestra a un personaje encadenado dentro de una jaula dorada–, muñecas para nada infantiles, con una historia –igual que la de su pieza Mini-me–, pájaros y plumas, como la dorada que cierra el clutch PD que lució la reina Letizia y ha servido de modelo esta temporada para una gran cadena de moda. «Muchas firmas se han inspirado en nosotros. Hemos encontrado un nicho y dentro de él somos referencia, hay muchos ojos puestos en lo que hacemos. Pero nuestro camino está muy claro: no somos una tendencia, venimos a explorar nuestro concepto y tenemos un universo para extrapolarlo a un montón de vertientes».
EL ARTE IMPORTA
Para Inés, el proceso artístico es esencial. Camille Claudel, Louise Bourgeois, Frida Khalo, Rebecca Horn, Cornelia Parker, Mona Hatoum, Yoko Ono, Yayoi Kusama o Marina Abramović son algunos de sus referentes. Por eso –«Poco a poco, porque si hay algo que se necesita en estos tiempos es parar, pensar, y darles a las cosas la importancia que merecen antes de empezar», advierte– su universo tiende a expandirse. Fabrica ya algunas piezas de joyería con ojos y labios como protagonistas. Contempla realizar colaboraciones con mobiliario. Y ya ha configurado Inés Figaredo Estudio, que desarrollará la vertiente artística de su firma, «para tratar de explorar el concepto existente, pero de una manera mucho más profunda; la voluntad de expresión aquí es un fin en sí mismo».
Los dos vestidores –uno en la habitación, otro junto al estudio– guardan tras sus puertas enteladas vestidos con nombre propio –Menina, Muchedumbre, Matrix– y zapatos de cordones que reflejan «el conflicto entre lo masculino y lo femenino, un equilibrio de opuestos». Ha tomado la decisión, «fruto de una meditación muy tozuda pero muy consciente», de diseñar su propia ropa. Es su forma de cerrar el círculo estético de su mundo, afirma: «Las geishas tenían la voluntad de ser una obra de arte en movimiento. Para mí, tender a eso, a nivel de expresión, es un objetivo interesante».