Heather Kemesky: «Me dijeron que nunca subiría a una pasarela»
Entrevistamos a la top model imprescindible en los desfiles de Louis Vuitton e imagen de Giorgio Armani, Etro o las masivas H&M y Zara. «La belleza no está ligada a una talla», asegura.
Kemesky se presenta cargada de determinación y desarmada de complejos. «Me dijeron que nunca subiría a una pasarela», recuerda la modelo. Hoy es imprescindible en los desfiles de Louis Vuitton, además de imagen de Giorgio Armani, Etro o las masivas H&M y Zara. «Los tiempos son fundamentales y desde que empecé a trabajar, hace 14 años, la industria se ha reinventado. Entonces solo se buscaban cuerpos que cumplieran un canon muy concreto. Te decían: ‘Ponte tacones, tíñete o déjate el pelo largo’. Ahora, por fin, se abraza la diversidad y la individualidad. Se valora a las modelos por ...
Kemesky se presenta cargada de determinación y desarmada de complejos. «Me dijeron que nunca subiría a una pasarela», recuerda la modelo. Hoy es imprescindible en los desfiles de Louis Vuitton, además de imagen de Giorgio Armani, Etro o las masivas H&M y Zara. «Los tiempos son fundamentales y desde que empecé a trabajar, hace 14 años, la industria se ha reinventado. Entonces solo se buscaban cuerpos que cumplieran un canon muy concreto. Te decían: ‘Ponte tacones, tíñete o déjate el pelo largo’. Ahora, por fin, se abraza la diversidad y la individualidad. Se valora a las modelos por lo que son y no por la oportunidad de convertirlas en lo que ellos quieren. Se habla más de aceptarse y menos de perseguir un paradigma», analiza Heather. Queda mucho por hacer. «Falta entender, por ejemplo, que la belleza no está ligada a una talla». Pero la visión está cambiando, gracias en parte a la irrupción de fotógrafas como Cass Bird o Emma Summerton, con las que la norteamericana se desenvuelve con soltura. «No quiero menospreciar el trabajo de los hombres, pero creo que ellas tienen una mirada muy distinta. En general, son capaces de ver la belleza natural, no la posibilidad de transformarnos en un objeto sexual», apunta. A ella también le gusta colocarse detrás de la cámara. «De momento lo hago por placer, pero podría ser un plan de futuro. Mi abuela era maniquí, pero a mí el que me inspira es mi abuelo, que tocó todos los palos creativos».
Sobre la representación del cuerpo femenino en la cultura popular orbitan incontables polémicas, también en el mundo de la moda. «Somos una fábrica de imágenes y mucha gente, sobre todo las chicas más jóvenes, nos observa con atención». Sabe de lo que habla. Hasta hace no tanto Heather –que se crio en Orange County– representaba el adalid de la chica californiana: «Estaba muy perdida, sentía la necesidad de encajar y llevaba una larga melena rubia como parte del uniforme». Pero un terremoto sacudió la industria. «Y ahora los raritos estamos bien vistos. De hecho, la moda me ha hecho fuerte», reconoce con la capacidad crítica que le concede el haber llegado a la primera fila con muchas tablas. «Llevaba 11 años trabajando cuando mi agente me mandó a mi primer casting para un desfile con ‘una mujer muy importante’. Estaba nerviosísima. Me maquillé, me arreglé y me puse unos zapatos altos. Pero antes de salir, me miré al espejo y vi que no era yo, que iba disfrazada, así que me cambié de arriba abajo». Llegó a la prueba con vaqueros y botas militares. Allí todas llevaban tacones. «Pensé que había metido la pata cuando la directora de casting me preguntó si llevaba otros zapatos en el bolso», recuerda con una risa contagiosa. Salió de allí una hora después con un pase para debutar con Louis Vuitton en Palm Springs, con la colección crucero 2016. La célebre directora era Ashley Brokaw, artífice, según The Business of Fashion, del triunfo de la modelo poco convencional.
Este giro tectónico en el ideal a seguir no puede disociarse del incontestable empuje de las redes sociales. «Internet lo ha alterado todo. Ahora todos tenemos voz y voto. Y que nadie lo dude, los cambios han llegado porque se han pedido alto y claro». Instagram sirve para descubrir nuevos talentos… Y también para crear imagen de marca. Modelos como Karlie Kloss denuncian que «aunque suene contradictorio –teniendo en cuenta que estamos conectados 24 horas– diseñadores, editores o estilistas están centrados en su propio branding; por lo que ya nadie dedica a las chicas el tiempo necesario para hacer de ellas unas supermodelos». Su altavoz es la red.
Esa energía se convierte en escaparate, pero también en motor de agitación. Kemesky, activista desde su cuenta, se unió a la revolución encabezada por Cameron Russell el pasado octubre bajo la etiqueta #MyJobShouldNotIncludeAbuse (Mi trabajo no debería incluir abuso) y que reunía testimonios anónimos de acoso y abuso sexual que sacudieron el panorama. «Decidí compartir las experiencias de mis compañeras porque era una campaña que podía marcar la diferencia. Porque no solo les había sucedido a ellas, sino también a mí, todas tenemos nuestras historias y yo también lo pasé mal con un fotógrafo que ahora no merece ni que nombre. Porque lo importante es que la acción me hizo sentir bien, ver que no estaba sola. Fue una forma de liberarme. No debería ser nuestra responsabilidad, tendría que haber salido de otros, pero eso no iba a pasar y teníamos que ser escuchadas». Y así fue: pocas horas después de que el hashtag se viralizase, grandes grupos editoriales y marcas anunciaban que dejaban de colaborar con los fotógrafos acusados. Días después publicaban códigos de conducta y mecanismos para erradicar atropellos que se habían convertido en norma. «Falta mucho por hacer hasta que la transformación llegue a la raíz, pero este cambio ya es imparable», defiende Heather Kemesky.