¿Es posible tener una relación abierta con tu pareja?

Desde su popularización en los 70 algunos (como Camilla Parker Bowles) han dado con la fórmula de la felicidad y aúnan una relación estable con la variedad, excitación y aprendizaje sexual.

Everett Collection

Hasta que la muerte os separe. Lo que para muchos es una declaración de amor y hace saltar las lágrimas y el rímel de emoción en las bodas, para otros supone palabras mayores, un contrato con cláusulas abusivas –incluso en el caso de estar enamorado hasta la médula– o una sentencia de cadena perpetua. ¿Estoy obligado por tener pareja a estar siempre con la misma persona? ¿No voy a poder experimentar nunca más el vértigo y la emoción de estar con alguien por primera vez? ¿Jamás conoceré otras geografías eróticas ni otros cuerpos, ni otras formas de entender el sexo distintos a los de mi compa...

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Hasta que la muerte os separe. Lo que para muchos es una declaración de amor y hace saltar las lágrimas y el rímel de emoción en las bodas, para otros supone palabras mayores, un contrato con cláusulas abusivas –incluso en el caso de estar enamorado hasta la médula– o una sentencia de cadena perpetua. ¿Estoy obligado por tener pareja a estar siempre con la misma persona? ¿No voy a poder experimentar nunca más el vértigo y la emoción de estar con alguien por primera vez? ¿Jamás conoceré otras geografías eróticas ni otros cuerpos, ni otras formas de entender el sexo distintos a los de mi compañero/a actual? ¿Me han confiscado el pasaporte, cerrado las fronteras y ya no podré viajar más a otros paraísos?

Suponiendo que la fase de enamoramiento dura solo un año, seamos generosos y pongámosle tres, y que la esperanza de vida sexual es cada vez más larga, a muchos le quedan, con esta filosofía, años de aburrimiento por delante. O de mentiras, cenas de trabajo que se prolongan hasta la medianoche, viajes de negocios que pillan en pleno fin de semana o aficiones que surgen de la nada a las prácticas y deportes más inverosímiles para conseguir tener libres los sábados por la mañana y dedicarlos a saltarse las reglas, hasta que uno es pillado in fraganti. Entonces llega el drama, las culpas, se habla todo lo que no se hablado durante años y, tarde o temprano, se acaba en divorcio. Entonces todo vuelve a empezar otra vez, recorremos los bares, las redes sociales y los amigos hacen de celestinas hasta que encontramos de nuevo el amor único y exclusivo. Este es el modelo de relación de pareja cada vez impera más en nuestra cultura, pero muchos no están conformes y buscan otros diseños más a su medida.

Mario, de 48 años, con pareja desde hace más de 10 y viviendo en Madrid, tiene lo que se llama una relación abierta. Es decir, tanto él como su compañera pueden tener sexo con otras personas de forma esporádica o periódica sin que eso afecte a sus vidas ni a su sexualidad, que sigue existiendo como siempre. Mario y su novia le han dado la vuelta a ese dicho inglés que sentencia: you can’t have your cake and eat it  (no puedes tener el pastel y comértelo al mismo tiempo) y aúnan la estabilidad de la pareja con la diversión, variedad, excitación y aprendizaje sexual que siempre han aportado las canas al aire, los amigos con derecho a roce, los amantes o las aventuras furtivas. “Para mí está claro que hay diferentes tipos de temperamentos”, dice Mario, “personas a las que les gusta estar siempre con la misma pareja, se sienten bien así, no necesitan novedad e incluso les gusta la rutina y otros que son todo lo contario. Yo soy de estos últimos y he tenido la suerte de encontrar una compañera a la que le pasa lo mismo. Esto es una gran ventaja porque no hay que mentir e inventarse cosas para tener otras aventuras. La mayoría piensa que si uno es así debe renunciar a las relaciones estables. ¿Por qué? ¿Dónde está escrito eso? Tal vez si te dedicas a engañar a tu mujer no sea muy honesto, pero no es mi caso. Los dos tenemos la misma libertad de acción”.

Las relaciones abiertas han existido siempre pero se popularizaron en los transgresores años 70, como plasmaba la película La tormenta de hielo (1997), que relata la llegada de la liberación sexual a los barrios residenciales y cómo las acomodadas y típicas familias norteamericanas se animan al intercambio de parejas participando en el juego de las llaves: los hombres dejaban sus llaveros en un gran recipiente, las mujeres los cogían al azar y debían acostarse con el propietario de los mismos. Como era de esperar, la película acaba mal. Sin embargo, la cosa no terminó así para Camila de Cornualles, esposa de Carlos, príncipe de Gales: durante su primer matrimonio con Andrew Parker Bowles, y tras la llegada de sus dos hijos, ambos decidieron tener una relación más abierta, en la que los escarceos estaban extraoficialmente permitidos y lo único que se exigía era respeto y buenos modales. Las aventuras de Andrew eran de sobra conocidas y las de Camila, no digamos. Los Parker Bowles eran amigos personales de la reina de Inglaterra y él la aconsejaba a menudo en cuestiones de carreras de caballos. Dicen que un día un colega le sugirió al marido: “Si estás en palacio y ves al príncipe de Gales por los prismáticos retozando con tu mujer no presentes ninguna queja”. Siempre he mantenido que a Camila no se le ha reconocido todavía su mérito a la hora de romper con dos tópicos universales de un plumazo: ni las queridas, ni las que tienen relaciones abiertas acaban siempre en el arroyo.

Por la consulta, en Madrid, de Ana de Calle, sexóloga, terapeuta de pareja y escritora, pasan algunos pacientes que mantienen relaciones de este tipo. ¿Supone esto que hay siempre un problema de raíz cuando alguien decide adoptar este modelo? “El sexo es un punto muy delicado en las relaciones humanas”, cuenta, “y evidentemente nadie opta por este tipo de pareja cuando tiene 20 años, acaba de conocer a alguien y está profundamente enamorado. Los que lo hacen son personas ya más maduras, que se aburren o que tienen falta de deseo, es decir, que necesitan, como mínimo, un soplo de aire fresco. Puede haber también una cierta homosexualidad disfrazada y no asumida y lo que he notado es que lo normal es que sea el hombre el que proponga primero este tipo de relación, aunque también empieza a haber mujeres. Lo que está claro es que si se hace para tapar algún problema no resuelto, este seguirá y puede que la pareja rompa, pero la modalidad ortodoxa tampoco asegura su éxito al 100%”.

Las estadísticas sobre divorcios del año 2010, según el Instituto de Política Familiar (IPF), eran algo alarmantes y decían que tres de cada cuatro matrimonios en España acababan separándose. Tras la crisis, los divorcios han disminuido un 24% pero es muy probable que las razones de esta reducción no sean tan románticas sino más bien que la infelicidad conyugal se soporta ante un futuro ciertamente incierto. Es probable que este riesgo se incremente si la pareja es más liberal. Todo puede ocurrir, se trata más bien de lo que uno este dispuesto a ganar o perder. “Siempre se habla de los peligros de este tipo de relaciones, que duran menos, de la posibilidad de que alguien se enamore de otro, pero ese handicap existe siempre”, cuenta Mario, “lo único importante es aprender a manejar un poco los sentimientos. ¡Claro que se sienten celos a veces! Uno no es de piedra, pero vivir pensando que tu mujer te la está metiendo con otro o te puede dejar en cualquier momento tampoco es muy agradable. Lo único que se necesita para que esto no acabe mal es complicidad. Algunos establecen muchas normas: prohibido engancharse, prohibido ciertas prácticas sexuales, prohibido tener más encuentros que el otro… Yo no soy partidario de tantas reglas porque entonces volvemos al modelo tradicional”.

María, de 38 años, ha probado los intercambios de pareja hace algunos años con un antiguo novio pero reconoce que no es lo suyo. “Empezamos a ir a pubs liberales y a tener encuentros con otras personas, pero solo determinados días, una vez al mes, más o menos. La idea fue de mi pareja y lo hice un poco por complacerla y otro por experimentar, pero me resultaba difícil manejar aquello. Al final es casi imposible no implicarte emocionalmente porque luego vas casi siempre con los mismos, ya que estar cambiando cada vez es muy estresante. Y también está el tema de los sentimientos de las terceras personas implicadas. Lo recuerdo como una época extraña de mi vida pero también es verdad que aprendí mucho sobre sexo. No creo que este tipo de parejas sobrevivan mucho tiempo. Son para momentos puntuales en los que necesitas experimentar o que piensas que te estás perdiendo algo”.

Valérie Tasso, sexóloga y escritora, opinaba al respecto para un artículo de La Vanguardia publicado el pasado año “estas relaciones son viables exclusivamente para las personas que se preparan para ellas, se introducen de manera progresiva e inteligente y cuidan sus sentimientos y los de la pareja. Algunas de las relaciones que tuve fuera de la pareja fueron muy bien; otras me colocaron al borde del precipicio. Y se acabaron porque ya habían cumplido su objetivo o ponían en riesgo inútilmente mi relación de pareja o la de ellos”.

 Así como los modelos familiares están cambiando, las relaciones entre los sexos también lo harán. Solo hay que viajar en el tiempo y el espacio para ver otras posibles combinaciones y permutaciones: poligamia, matrimonio en grupo, poliandria –una mujer que convive con varios hombres– o el poliamor, según la Wikipedia: “Tener más de una relación íntima, amorosa, sexual y duradera de manera simultánea con varias personas, con el pleno consentimiento y conocimiento de todos los amores involucrados”. Modalidad que suscribe la canción de Machín, Corazón Loco, en la que se explica con pelos y señales como se puede querer a dos mujeres a la vez y no estar loco. ¿Cuál es la opción más acertada y duradera? Se admiten apuestas.

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