Del deporte también se sale

Ana (nombre ficticio) exprime al máximo la cuota del gimnasio. No se salta ni un día, ya esté como un roble o aquejada de un resfriado que apenas le permite respirar sin moquear como las fuentes de Babilonia. Es la primera en entrar en la clase de spinning, la alumna aplicada en kick boxing y la runner más metódica. Para ella ir al gimnasio es casi una obligación moral y no le duele perderse unas cañas al salir del trabajo, un paseo con la familia o un día tumbada a la bartola en la playa. Ni que decir tiene que su dieta mide al milímetro carbohidratos y proteínas, mucha pa...

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Ana (nombre ficticio) exprime al máximo la cuota del gimnasio. No se salta ni un día, ya esté como un roble o aquejada de un resfriado que apenas le permite respirar sin moquear como las fuentes de Babilonia. Es la primera en entrar en la clase de spinning, la alumna aplicada en kick boxing y la runner más metódica. Para ella ir al gimnasio es casi una obligación moral y no le duele perderse unas cañas al salir del trabajo, un paseo con la familia o un día tumbada a la bartola en la playa. Ni que decir tiene que su dieta mide al milímetro carbohidratos y proteínas, mucha pasta, pechuga de pollo y poco dulce, y entra en shock con solo imaginarse hincando el diente a una fritura de pescado para terminar echando una merecida siesta veraniega. Viaja a menudo y, nada más llegar al hotel, lo primero que pregunta es por el gimnasio y las rutas de running. Se angustia si le dicen que está cerrado por obras y monta en cólera si el retraso del vuelo le impide disfrutar de su hora de running. Entrena como una pro-am (abreviatura de profesional-amateur): deportistas amateurs que llevan casi la misma disciplina que un olímpico. Su recompensa es saber que ha sido una chica buena, que no se ha saltado el entrenamiento, que se ha machacado para mejorar, que no hay asomo de michelines y su cuerpo parece cemento armado. Después, a disfrutar del chute de endorfinas que siguen a la práctica del deporte, algo así, como un 'subidón', similar al que pueden experimentar los drogadictos, pero de manera natural. Podría quedar con unas amigas a cenar, pero si se alargan, no podrá salir a correr por la mañana. Además, la cena seguro que será alta en calorías y grasas. Prefiere quedarse sola en casa y asegurar su entrenamiento. Desde fuera, muchos creen que es una chica sana. En realidad, es una adicta al deporte. El psicólogo William Glaser fue el primero en hablar de la adicción al deporte allá por 1976. Lo describió como la devoción por una práctica deportiva cuya presencia acaba por devorar la vida familiar o social del deportista.

Han pasado más de treinta años. La vida sana está de moda, el deporte es tendencia y la sociedad parece que nos exige lucir siluetas ideales. Si en los 90 lo que molaba era fardar de a cuántos festivales de verano se había asistido, ahora no hay mejor manera de dejar boquiabierto al personal que relatar tus experiencias en la última triatlón. En profesiones especialmente competitivas, como abogados o analistas financieros, saber que una compañera o la jefa ha concluido con éxito un Ironman es una señal de poder. ¿Quién va a dudar de la eficacia de alguien que se mete para el cuerpo 3,86 km de natación, 180 km de ciclismo y 42,2 km a pie? No es de extrañar que cada vez haya más adictas al ejercicio en modo pro-am. Es la nueva vigorexia. Entre mujeres no se busca tanto criar músculo a toda costa. Es más una actitud, una disciplina espartana frente al gimnasio o cualquier otra actividad física que acaba por minimizar el resto de la vida social y familiar. “Ellas suelen tener una mayor adición a deportes en grupo y no se saltan una clase colectiva sea a la hora que sea. Y aumentan en las clases de boxeo, siendo este un deporte muy atractivo ya que realizas un elevado trabajo cardiovascular, tonificas la musculatura y ganas en coordinación”, explica Ángel Herrarte, entrenador personal y autor del blog En Forma en la plataforma de salud Poryparami.com. Se empieza porque el cuerpo se siente mejor, y eso es positivo, pero se puede acabar esclavizada por esa práctica deportiva. El running, que en pocos días obra milagros en el cuerpo, moldeando y tonificando, es otro de los candidatos a generar adicción.

Courtesy Everett Collection

Jane Fonda, ese mito del ‘ejercítate en casa’ y reina del VHS de los 80.

Cordon Press

Pero, ¿tan malo es organizarse milimétricamente con tal de no saltarse una clase de spinning? ¿No nos enseñaron que el deporte es salud? ¿Lo malo no era lo que hacen ellos, ponerse cachas a toda costa, mientras que una clase de aerobic era saludable? ¿Pilates, spinning o kick boxing, pueden dar mono? Pues como todo, según la medida. El neurocientífico David J. Linden, profesor de la Escuela Médica de la Universidad Johns Hopkins y autor de La Brújula del Placer (ed. Paidos), señala que los adictos al ejercicio también experimentan “tolerancia al esfuerzo, ansiedad y mono”. Afortunadamente, solo el 3% de quienes se acercan al deporte de manera regular se quedan enganchados hasta el punto de considerarse adictos o, como les gusta decir a los psicólogos, que tienen un desorden de conducta. Ir a clase de Pilates no es malo. Lo enfermo es calzarse una clase de Pilates, la de G.A.P. y una sesión de running a diario, pase lo que pase. Los atletas de alta competición reconocen sin tapujos que el deporte genera adicción. Se entrena por la satisfacción que produce ver cómo el cuerpo doblega el dolor y va superando retos día a día. Si todo va bien, llegan las medallas, los trofeos, el reconocimiento. Es su trabajo. De esos logros depende, no solo la gloria deportiva, sino también las becas y los patrocinios que les permiten llegar a fin de mes. “La piscina es adictiva. Te enseña a sufrir tanto y a la vez a recoger tanto que acabas por necesitar el agua. Dejarlo de golpe es imposible. Es casi una droga”. Son palabras de la nadadora Melani Costa, en una entrevista con El País pocos días después de colgarse la plata en los 400 metros libres en los Mundiales de Natación

Su caso tiene una explicación: ella es deportista. Si quien habla de esa adicción y del dolor al entrenar con esa frescura es una ciudadana de a pie, puede que su perfil sea el de una persona con un trastorno de conducta. La pregunta es, ¿cómo detectar que se está ante una adicción? “Podemos sospecharlo, por ejemplo, ahora que estamos en el periodo vacacional, si antes de irse de a la playa ya tiene programado cómo va a entrenar, a qué hora y por dónde. Puede que hasta haya elegido las vacaciones con el fin de poder entrenar mejor”, explica Herrarte. “Este tipo de personas deben saber que el descanso también es parte del entrenamiento”. El psiquiatra David Veale va más allá y señala algunas pautas de comportamiento patológico que ayudan a diagnosticar a la adicta al deporte: sufre ansiedad si se salta un día de gimnasio, entrena aún en contra de su médico o del sentido común (por ejemplo, con las rozaduras de unos stilettos recién estrenados), llevan la disciplina a tales extremos que articulan su vida en torno al entrenamiento y les obsesiona superar los logros del año anterior.

Helen O’Connor, experta en psicología deportiva, apunta que aquellas personas que crean que están arruinando su vida por el deporte, deben ponerse en contacto con un psicólogo y hablarlo en confianza. A ser posible, uno familiarizado con la práctica deportiva capaz de ayudar a la paciente a reorganizar su vida sin renunciar al deporte. “El objetivo del tratamiento psicológico es otorgar al ejercicio físico y al deporte su verdadera dimensión. La actividad física es un método excelente para equilibrar la salud mental, siempre y cuando sea practicado de forma moderada y en función de las necesidades y características de cada persona”, explican desde el Centro de Psicología López de Fez de Valencia, con programas especializados en personas con este tipo de trastornos. Porque, a diferencia de las drogas, el deporte sí es bueno. Solo es necesario acoplarlo en su justo espacio en nuestra vida.