De blanco sufragista: el traje que emparenta a Yolanda Díaz con Kamala Harris y Hillary Clinton
La nueva vicepresidenta tercera también llevó blanco total en su primera toma de posesión y en su estreno en el Consejo de Ministros.
El ascenso de Yolanda Díaz de ministra de Trabajo a vicepresidenta tercera y líder de facto de los ministros morados en el gabinete de Pedro Sánchez conlleva también mayor atención mediática, para bien o para mal. Algunos medios están señalando que en el acto de promesa de su cargo ante el Rey, Díaz “evitó poner la mano sobre la Constitución”. También algunos observadores, ...
El ascenso de Yolanda Díaz de ministra de Trabajo a vicepresidenta tercera y líder de facto de los ministros morados en el gabinete de Pedro Sánchez conlleva también mayor atención mediática, para bien o para mal. Algunos medios están señalando que en el acto de promesa de su cargo ante el Rey, Díaz “evitó poner la mano sobre la Constitución”. También algunos observadores, atentos siempre a los movimientos de la ministra, notaron que Díaz volvió a llevar un conjunto enteramente blanco, en ese caso un traque de chaqueta con falda ajustada y americana. En su primera promesa del cargo como ministra también llevó blanco, en este caso un vestido sin mangas y una chaqueta corta, así como para asistir a su primer Consejo de Ministros, en la famosa foto que se hace a los ministros que estrenan cartera en la escalinata de Moncloa. Entonces se puso una blusa y pantalones completamente inmaculados.
El gesto de reservar el blanco total para las ocasiones importantes emparenta a Díaz con las políticas estadounidenses que en los últimos años han usado ese color para inscribirse en la historia de la protesta por los derechos de las mujeres.
Kamala Harris llevó un traje pantalón blanco con blusa de lazada también blanca cuando se confirmó que los demócratas habían ganado las elecciones presidenciales y que sería la primera vicepresidenta afrodescendiente y de origen asiático de Estados Unidos. La número dos de Joe Biden se puso ese conjunto de Carolina Herrera como homenaje explícito al movimiento sufragista, que en 1913 convirtió el traje blanco en un símbolo de la lucha por el voto femenino.
El pasado febrero, todas las congresistas y senadoras del partido demócrata vistieron de blanco para asistir al último discurso del Estado de la Unión que daría Donald Trump como presidente. También lo habían hecho el año anterior, aunque en 2020 tenía un mensaje especial, ya que se celebraba el primer centenario de la enmienda que permitió el voto femenino. Nancy Pelosi sacó también su traje blanco del armario para dirigir la sesión del Congreso que marcó el inicio del primer impeachment contra Trump y Alexandria Ocasio-Cortez escogió un traje blanco para posar en la portada de Vanity Fair. Era de la firma Aliette, fundada por un afroamericano de Queens, el distrito que representa, y estaba escogido con toda la intención, para atraer atención a un diseñador negro e independiente. Aun así, la portada atrajo el tipo de críticas que suelen suscitar estos posados cuando los protagonizan políticas de la izquierda –en España sucedió con Irene Montero–, a lo que congresista contestó: “los republicanos están muy enfadados (de nuevo) por mi apariencia. Esta vez están enfadados porque salgo bien con ropa prestada (de nuevo)”. Cada vez que esto sucede hay que recordar que las prendas que se lucen en las sesiones de fotos se devuelven a las marcas en cuanto se recoge el estudio.
Hillary Clinton llevó blanco en varias ocasiones importantes, incluido su último debate electoral contra Trump, e incluso promovió la etiqueta #WearWhiteToVote (lleva blanco a votar) cuando se presentó a la presidencia en 2016, aunque se cree que la rescatadora de ese color como símbolo feminista en la era moderna es Shirley Chisholm, que lo vistió de la cabeza a los pies en 1968 cuando se convirtió en la primera congresista afroamericana, algo que sin duda tenían en mente Kamala Harris y sus asesores.
Inicialmente, en torno al 1900, las sufragistas escogieron este color por razones prácticas, porque era fácil de encontrar y hacía que la multitud tuviese mayor impacto visual en las manifestaciones, pero también para subvertir el significado de un color que tradicionalmente ha representado la pureza y la castidad en el mundo occidental, según el historiador Darnell-Jamal Lisby. Las sufragistas británicas añadieron el verde, el color de la esperanza, y las estadounidenses el dorado, por los girasoles de Kansas, el estado natal de la pionera Susan B. Anthony. El blanco convivió en el movimiento con el morado, “el color de los soberanos, que simboliza la sangre real que corre por las venas de cada luchadora por el derecho al voto”, según otra histórica sufragista ola, Emmeline Pethick-Lawrence. El morado quedó instaurado como color del feminismo, también en España, tras el incendio de la fábrica Triangle Waist Co, en Nueva York, en la que murieron casi 150 mujeres obreras un 8 de marzo. Dicen que el humo que salía de la fábrica mientras ardía era de color violáceo.