Opinión

Colección limitada

Estoy ahora seguramente escribiendo esta carta con un lápiz o un boli bic atando mi pelo en un moño de estilo japonés/pretecnología de parvulario. Cada verano compro en una vieja droguería de una ciudad isleña pasadores estilo carey, peinetas de pasta, ganchos metálicos y otros bellísimos accesorios para el pelo que ya solo quedan en esos templitos sin conquistar que son las viejas droguerías de provincias. Por lo que sea, nunca tengo a mano ninguno cuando lo necesito, así que recurro al bolígrafo.

Provengo de una estirpe de desordenadas patológicas. San Antonio nunca funcionó en mi cas...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Estoy ahora seguramente escribiendo esta carta con un lápiz o un boli bic atando mi pelo en un moño de estilo japonés/pretecnología de parvulario. Cada verano compro en una vieja droguería de una ciudad isleña pasadores estilo carey, peinetas de pasta, ganchos metálicos y otros bellísimos accesorios para el pelo que ya solo quedan en esos templitos sin conquistar que son las viejas droguerías de provincias. Por lo que sea, nunca tengo a mano ninguno cuando lo necesito, así que recurro al bolígrafo.

Provengo de una estirpe de desordenadas patológicas. San Antonio nunca funcionó en mi casa, aunque he recurrido a él a través de personas más conectadas, y con buenos resultados. Además, me mudo cada cinco años, lo que hace imposible del todo saber dónde tengo nada, ni si lo conservo. No puedo coleccionar ni cromos: me canso antes de llegar a la fase de empezar a llamarlo colección; y, sin embargo, vivo con un chamarilero. Cero metódico, puro almacenaje. Hace no mucho vino una persona a mi casa que al ver más de una decena de kilims amontonados en una esquina exclamó: “esto parece un zoco”.

Vuelvo una y otra vez al título de un libro, ‘Todo lo que tengo lo llevo conmigo’. Una y otra vez pienso que debería leerlo y vuelvo a olvidarlo apuntado en una nota llamada libros, una de las quince o veinte notas llamadas libros. Al parecer hay algo que sí colecciono: libretas empezadas llenas de listas de cosas que hacer que quedarán en el bolsillo interior de un bolso, esperando.Por eso me resultan tan fascinantes las personas que coleccionan y por eso dedicamos esta número especial accesorios a colecciones y reediciones de los mismos. En este tiempo nuevo guiado por la nostalgia asistimos a una recuperación de viejos iconos reinterpretados. los antiguos ‘it bags’, aquellos bolsos que se conocían por su nombre, vuelven a protagonizar las colecciones y vuelven a colgar de los brazos de la generación Z, capaces de reconocer un viejo Motorcycle de Balenciaga y comprarlo a algún coleccionista o buen guardador en alguna de las muchísimas plataformas de ropa vintage que se han convertido en sus templos de peregrinación online, o acudir a la sección re-edition de Prada donde soñar con aquellos bolsos de los 2000 traídos a hoy.

Una de las protagonistas absolutas de esta generación es Daisy Edgar-Jones, artífice del éxito de la versión televisiva de la novela de Sally Rooney, ‘Normal people’, que detalla en estas páginas cómo se hizo famosa desde el sofá de su casa compartida en Londres mientras su serie se popularizaba cada vez más en plena pandemia. Ahora colabora con la reina midas de los proyectos liderados por mujeres, Reese Witherspoon. Son también ellos, los Z, los que han elevado el tándem Najwa-Alba/Alba-Najwa al pedestal de las estrellas que admiran y no es fácil subir ahí arriba. La amistad sincera que estas dos mujeres especialísimas proyectan es una reedición, mejorada, de lo que las millennials popularizaron hace algunos años: sororidad, una palabra rescatada de entre la colección de términos en desuso, que descansan guardados esperando que los tiempos les sean más favorables. Como mis pasadores.