Charo Lagares: «Si una chica gana peso hay quien culpa a la madre por no haber educado bien a su hija»

La periodista y escritora debuta con una primera novela titulada Sevillana (ella lo es también) en la que retrata cómo sobreviven tres mujeres de tres generaciones al ambiente opresivo de la alta sociedad sevillana.

Cuando Charo Lagares (Sevilla, 30 años) empezó a escribir Sevillana (Lumen) lo hizo, como si fuese una “especie de cometido extraño”: quería concebir la novela que no encontraba, una en la que se reflejase un ambiente que conoce muy bien, el de la clase alta sevillana. Su vehículo de expresión son tres mujeres (abuela, madre e hija) cuya relación está atravesada por el sofocante peso de la tradición y el qué dirán, una forma de vida en vías de extinción. Lagares, quien iba para abogada pero ha acabado siendo directora de revista (llevó las riendas de Marie Claire), aguda columnista (e...

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Cuando Charo Lagares (Sevilla, 30 años) empezó a escribir Sevillana (Lumen) lo hizo, como si fuese una “especie de cometido extraño”: quería concebir la novela que no encontraba, una en la que se reflejase un ambiente que conoce muy bien, el de la clase alta sevillana. Su vehículo de expresión son tres mujeres (abuela, madre e hija) cuya relación está atravesada por el sofocante peso de la tradición y el qué dirán, una forma de vida en vías de extinción. Lagares, quien iba para abogada pero ha acabado siendo directora de revista (llevó las riendas de Marie Claire), aguda columnista (escribe en El Español) y, por fin, novelista, ha escrito un libro ácido pero luminoso y sensorial (leyéndolo una casi puede saborear las tortas de Inés Rosales) que dedica a sus padres, quienes, dice, siempre le han dejado hacer lo que le dio la gana. “Todo lo que cuento en el libro podría haberme pasado a mí. Afortunadamente no me pasó”.

¿A qué se refiere cuando dice “afortunadamente”?
A mí me resulta muy asfixiante la conversación constante sobre los otros, sobre sus apellidos. Eso de estar en el club y comentar que si este está casado con esta. Ese cotilleo permanente y saber que todo el mundo sabe quién eres o que tú sabes quién es todo el mundo. Nos pasó a muchas que teníamos como un malestar y no éramos conscientes de por qué hasta que nos vinimos a Madrid, vimos que el mundo es mucho más grande y pudimos respirar.

Muchas novelas están ambientadas en Madrid o en Barcelona pero esta refleja de forma muy precisa una forma de vivir en Sevilla. ¿Cómo se documentó para escribirla?
Ha sido a través de la propia experiencia. He reflexionado mucho, pensado en las cosas que he visto, he vivido y he hablado con mis amigas. Como referente pensaba mucho en Carmen Martín Gaité y en Entre visillos, esa observación de la niña que va a las fiestas de sus mayores y ve y escucha lo que no debe. Quería reflejar ese ambiente de vigilancia urbana y ahí tenía el tono.

¿Nunca tuvo la tentación de salir de esos círculos en Sevilla?
No habría sabido hacerlo. Cuando pasé de mi colegio privado a una universidad pública ahí tuve la primera sacudida. Mucha gente que conozco siguió en universidades privadas y se metió en los mismos círculos, pero para mí, meterme en la facultad de comunicación, que la llamaban la FCOM, la facultad de comunismo, pues ahí entré en contacto con otras realidades.

¿Y recuerda en qué consistió exactamente esa primera sacudida?
Cuando comprobé que había mucha gente que para estudiar tenía que trabajar y eso en Sevilla, que no es una opción muy cara. Que hubiera gente que tuviera que doblar la jornada, trabajando en dos bares, no para hacerse un viajecito sino para poder subsistir y tener una vida decente, eso fue un choque grande que me hizo perder la inocencia porque trabajar ya es entrar de lleno en la vida adulta.

¿Cuál es el gesto de Gonzalo, el prometido de la protagonista, que menos le perdonaría a un hombre en la vida real?
Me parece muy revelador ese momento en el que van a un Museo y él ya ha dejado de siquiera fingir interés por el arte. Esa escena es el reflejo de mucha gente viene a Madrid y luego no sale de su barrio o del barrio de sus amigos y se acaban convirtiendo en una especie de paletos cosmopolitas. ¿Para qué te has venido a Madrid si estás llevando la misma vida que estabas llevando en Sevilla, en Valladolid o donde sea?

Un aspecto que llama la atención en el libro es la relación tan particular que las mujeres tienen con la comida, siempre pendientes de no pasarse…
Yo vivo calculando calorías y si como mucho me digo, bueno ya no puedes cenar, a comer una manzanita y un yogur y se acabó el día. Pensé que yo era la única pero ahora me cuesta mucho pensar en alguna mujer que no tenga ese tipo de relación con la comida y es tremendo. Yo he visto en las madres de mi generación esa expectativa de: te quiero ver disfrutar porque eres mi hija y por tanto quiero esa felicidad para ti, pero luego que eso no repercuta en el tamaño de tus muslos, de tu culo, de tu cintura o de tus brazos, porque entonces estoy haciendo yo algo mal y me lo van a señalar. Si una chica gana peso hay quien culpa a la madre por no haber educado bien a su hija, no haberla enseñado a comer como Dios manda, a ser una persona con medida y por tanto con la virtud de la mesura y del saber estar. Recuerdo escuchar en mi niñez a madres que contaban el deporte o las dietas que estaban haciendo sus hijas.

En ese sentido resulta curioso ver hasta qué punto la Feria favorece eso…
Uy, sí, sí. Hay un proceso previo en el que las mujeres se mentalizan mucho tomando el sol, hablando de la feria, de lo que van a hacer, de lo que se van a poner y haciendo mucha dieta. Los hombres se ponen el traje de chaqueta y que sea lo que Dios quiera pero las mujeres… Cuando tenía 16 años, era bastante brutal la forma de parar de comer con el argumento: “Es que si no no me va a caber el vestido”. Todos los años te compras un vestido nuevo pero si te vale el del año pasado es un triunfo.

¿Dificulta un ambiente tan conservador una elección libre para la vida en pareja?
Mi sensación siempre fue que ese ambiente era como un estudio de Hollywood: los actores se mezclan de película en película como si faltase dinero para un reparto nuevo y entonces tienes que elegir de ahí.

Y qué es más doloroso en ese entorno, ¿quedarse soltero o no ser heterosexual?
Si te quedas soltera, pero has tenido novios, pues a lo mejor es que tú lo has elegido, pero ya has certificado que eres “válida”. En cambio, no ser heterosexual puede suponer un disgusto grande y algo que, aunque todo el mundo lo sabe, nadie comenta. Y si es familiar de alguien cercano, mejor lo comentas con otros, pero no directamente con esa persona. Yo creo que es más doloroso salir del armario.

¿Le preocupaba cómo recibiera su entorno lo que ha escrito?
Me daba miedo que todo lo que está ahí escrito lo pienso yo con rechazo o con odio o con superioridad, porque no va de eso sino de haberme separado y haberlo podido ver todo con más claridad. Y si hay crítica, no es con saña. Me daba pánico un poco por mis padres, más que por mí, porque yo sé lo que he hecho y con qué intención lo he hecho, pero el entorno de ellos no sabía cómo iba a reaccionar…

¿Y está en zona de seguridad o todavía con reservas?
La gente de mi edad me ha dicho que la novela es divertida y que tiene sentido del humor y eso me ha tranquilizado… Cuando llegue a la playa, a ver qué tal [risas]

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