Cadwallader, director creativo de Mugler: «Lo sexy hoy es más la seguridad propia que complacer la mirada masculina»
Con su idea de una moda atrevida y democrática, Casey Cadwallader ha logrado que Mugler vuelva a ser, 30 años después, la marca que todo el mundo quiere (y ahora puede) vestir.
Algunas marcas de lujo pueden decir que han sorteado con éxito este año y medio de pandemia, pero solo una, Mugler, sería capaz de afirmar con rotundidad que ha salido reforzada de este periodo sin desfiles ni eventos físicos. No deja de ser curioso que una marca tan ligada a la impronta de su fundador y tan anclada en un tiempo y espacio concretos, el cambio de la década de los ochenta a los noventa, haya vuelto a adquirir relevancia 30 años más tarde, sobre todo teniendo en cuenta que su propietaria, la cosmética Clarins, llevaba una década intentando resucitar la notoriedad de una enseña cu...
Algunas marcas de lujo pueden decir que han sorteado con éxito este año y medio de pandemia, pero solo una, Mugler, sería capaz de afirmar con rotundidad que ha salido reforzada de este periodo sin desfiles ni eventos físicos. No deja de ser curioso que una marca tan ligada a la impronta de su fundador y tan anclada en un tiempo y espacio concretos, el cambio de la década de los ochenta a los noventa, haya vuelto a adquirir relevancia 30 años más tarde, sobre todo teniendo en cuenta que su propietaria, la cosmética Clarins, llevaba una década intentando resucitar la notoriedad de una enseña cuya moda había quedado relegada a la sombra de sus exitosas líneas de perfume. Tras varios intentos con distintos directores creativos, llegó Casey Cadwallader en 2018, y se obró el milagro. Hasta hace bien poco, este joven diseñador norteamericano era un completo desconocido, pero quizá precisamente por eso, por su falta de prejuicios e ideas heredadas, ha sabido aportar la frescura y la visión comercial que le faltaba a una casa obsesionada con las gestas del pasado. «Nunca antes había sido director, solo seguía directrices de mis jefes», cuenta vía Zoom, «así que mi primer cometido fue intentar hacer una marca inclusiva, que mantuviera el ADN, pero que lo tradujera a la sociedad de hoy». Cadwallader recuerda al Thierry Mugler «salvaje y fantasioso. Con esos desfiles de costura espectaculares y esas mujeres con aquellas prendas arquitectónicas e imponentes», pero supo enseguida que los tiempos habían cambiado. Mantuvo la esencia, pero le dio la vuelta a los valores que transmitía con ella. Y gestó lentamente una pequeña revolución.
Mugler es casi un sinónimo de sexy, pero es muy peliagudo lidiar con un concepto así en 2021…
Sí, porque afortunadamente la sociedad ha cambiado. De hecho, mi primer pensamiento al llegar a la marca tuvo que ver con cuánto había cambiado todo desde finales de los noventa. Las mujeres ya no se visten para captar la atención de los hombres. Ni para competir entre ellas, al contrario. Lo sexy tiene ahora que ver más con el poder y la seguridad propias, incluso con la sororidad, que con la idea de complacer la mirada masculina.
De hecho, su ropa es atrevida pero muy cómoda, cosa que nunca había ocurrido con Mugler. Por no hablar de que ha ampliado muchísimo el tallaje.
Siempre tuve claro que quería hacer prendas atrevidas, pero que pudiera llevar todo el mundo. Y no ha sido difícil, porque en estos últimos años se ha innovado mucho con los materiales. Hay muchos tejidos en el mercado que se estiran y se ciñen de forma increíble, y que además se pueden reciclar. Por ser una marca de lujo no hay que usar solo sedas. Además, vendemos sobre todo online, así que pienso en el cliente que se lo prueba en casa.
Miley, Lizzo, Dua Lipa… sus monos ajustados están en todas partes. ¿Eso debe ayudar a vender?
En mi mente Mugler es vestir a Diana Ross y a Jerry Hall, es mezclar moda y espectáculo. Tuve claro que quería que mis diseños se volvieran a subir al escenario, que se mezclara el poder del personaje con el poder del diseño. Sobre todo ahora, porque en esta marca se anuncian las fragancias, pero no la moda. Es nuestra forma de ser visibles. No es vender inmediatamente, es hacer costura de otra forma. Thierry hacía costura, ahora hacemos prêt- à-porter, pero los monos son a medida.
Una alta costura que cuesta como mucho 500 euros. ¿Cree en eso que llaman lujo democrático?
Prefiero la democracia a la exclusividad. Dentro de nuestras posibilidades, hacemos prendas de casi todos los precios. La moda puede empoderar o te puede hacer sentir fatal, y una de las razones para rechazarla son los precios. Ni ser low cost ni ser inaccesible.
Otra de las razones para rechazar la moda es no sentirse representado, pero lo suyo es casi un manifiesto político, de raza, de género, de edad…
No creo que lo mío sean grandes declaraciones, pero sí pienso en la moda como una plataforma para posicionarse. Si pongo modelos perfectas en la pasarela soy complaciente, y no quiero ser eso. Tengo la suerte de dar oportunidades a otros perfiles, a otros cuerpos, que nunca han desfilado ni han recibido esa atención. Ellos son felices al estar ahí (a veces hasta lloramos juntos) y el cliente potencial por fin se ve representado.
Hasta ha cambiado el modelo de negocio por uno más realista. ¿No tienen sentido las viejas normas?
Para nosotros no. La pandemia nos sirvió para pensar en ello, claro. Nada de precolecciones, no es sostenible producir tanto. Y ahora seguimos el esquema see now, buy now (lo ves ahora, lo compras ahora). Estamos aún perfilándolo porque es costoso tenerlo todo listo tres meses antes de desfilar, pero hoy hay que comprar la ropa cuando la ves, si no, te olvidas.
El éxito le ha llegado en esta época extraña, ¿cuál es el mayor reto al que se enfrenta ahora?
Sin duda, volver al desfile físico el próximo marzo. Necesito averiguar cómo captar la atención en 10 minutos sin recurrir a las herramientas que ofrece el vídeo. Bueno, y en general, no olvidar lo que he aprendido en este año tan complicado.