«Me ponía un ‘culotte’ con puntillas para que al subir del metro se viera algo bonito»: así vivieron las españolas la llegada de la minifalda
La prenda estrella sobre las pasarelas primavera-verano 2022 reivindica la sensualidad de los años noventa y los primeros dosmiles. Pero en su origen no tenía tanto de sexual, la faldita corta era una promesa de un futuro esperanzador (y muy moderno). Seis mujeres lo recuerdan.
La primera minifalda que se puso Marga del Álamo (64 años), en 1972, era de cuadros escoceses y se cerraba con un imperdible. “Todas en la fábrica la llevábamos”, recuerda, “éramos más de 6.000 mujeres, muy jóvenes y con ganas de comernos el mundo. Éramos las más modernas”. Por aquel entonces tenía 15 años y en su casa no terminaba de convencer esa prenda, completamente revolucionaria, así que se la guardaba en el bolso y se la ponía en el ascensor, antes de salir. Por su parte, Rosa de la Fuente (65 años) no llegó a tener una en su armario, pero se apañaba: “Me gustaba mucho la idea de enseña...
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La primera minifalda que se puso Marga del Álamo (64 años), en 1972, era de cuadros escoceses y se cerraba con un imperdible. “Todas en la fábrica la llevábamos”, recuerda, “éramos más de 6.000 mujeres, muy jóvenes y con ganas de comernos el mundo. Éramos las más modernas”. Por aquel entonces tenía 15 años y en su casa no terminaba de convencer esa prenda, completamente revolucionaria, así que se la guardaba en el bolso y se la ponía en el ascensor, antes de salir. Por su parte, Rosa de la Fuente (65 años) no llegó a tener una en su armario, pero se apañaba: “Me gustaba mucho la idea de enseñar mis piernas, que las tenía bonitas, así que cuando salía de casa me ataba una cuerda a la cintura y me subía la falda. Tenía 15 años”. Las escenas suenan a distintas generaciones porque la minifalda escandaliza desde su aparición, hace ya más de cincuenta años.
Ahora vuelve (otra vez): extracorta en Miu Miu, de colores en Chanel, con lentejuelas en Dolce & Gabbana, tableada en Bottega & Veneta o asimétrica en Loewe. Aunque este escueto pedazo de tela esté cargado de diversos significados, Maria Grazia Chiuri, directora creativa de Dior, apuesta por recuperar la idea original: “Representa revolución y el espíritu de juventud”, decía tras su desfile el pasado octubre. Ella quiere rescatar la exaltación y las ansias por el futuro que en los años sesenta llevaron a las mujeres a elevar el bajo de sus faldas. Entonces la minifalda era la materialización estética de un cambio cultural y social que buscaba romper con todo el encorsetamiento anterior. La incorporación al mundo laboral de la mujer, la píldora y el rock and roll.
“Las minifaldas eran naives, inocentes”, señala Sole Jiménez (62 años). “Ahora son más sensuales, pero entonces te la ponías solo pensando: ‘Llevo esto porque sí, porque paso de hacer lo que me dicen’. En nuestra época tenía un punto de rebeldía, más que sexual. Significaba romper con lo preestablecido. Era tiempo de cambio, se notaba en todas partes, formaba parte de un movimiento político y social que era un todo en ese momento”. Su primer encuentro con la minifalda fue con la que llevaban sus primas mayores. “Decían de ellas: ‘Es que son chicas yeyé’, aunque en realidad no enseñaban nada, aquellas faldas solo subían una cuarta sobre la rodilla. Pero veníamos de otra época, ¡a mi abuela nunca le vi las piernas sin medias! Yo no la llevé hasta los setenta, la primera me la hizo una modista, y ahí ya eran más extremas, muy al límite. Pero las llevábamos con naturalidad”.
‘Moderna’ es la palabra con la que todas las mujeres describen cómo se sentían al llevar una entonces. “Mi primera minifalda era un pichi color beige tostado”, evoca Pilar Baro (64 años), “yo tenía 13 años y a mi padre no le gustó nada. Pero a mí me encantaba. Me lo ponía con un jersey de cuello vuelto color marfil y un colgante con un medallón. Me hacía sentir muy moderna, mis hermanas pequeñas me veían con admiración”.
Otras fronteras
En España, que las cosas iban a otro ritmo, contribuyó a popularizarla Massiel, tras su paso por Eurovisión con un vestidito de Courrèges, en 1968. Precisamente el francés fue uno de los primeros en acortar una prenda que ya venía menguando desde principios de siglo. Pero ni él ni Mary Quant la ‘inventaron’. La aparición de la falda corta, más corta de la rodilla, fue gradual. La propia Quant ha explicado en varias ocasiones que esa subida del bajo empezó a verse primero en el vibrante Londres de los años sesenta, el Swinging London. Fueron las chicas jóvenes las que decidieron enseñar cada vez más pierna: ni Courrèges ni Yves Saint Laurent (que ya metió tijera en su línea Trapecio en Dior), ni siquiera Quant pueden presumir de un mérito que nació en las calles. Por primera vez una moda no permeaba desde las casas de costura parisinas, asestando un golpe definitivo al curso de las tendencias.
Las españolas que vivían fuera fueron avanzadilla. María Isabel Rodríguez emigró a Alemania recién casada, con 17 años, allí también se apuntó a la moda del momento: “Aunque estaba casada era muy joven, así que me ponía la minifalda y los pantaloncitos cortos”. Al volver a Ponferrada causaba sensación: “Me llamaban ‘la alemana’ porque era rubilla y bastante alta”. Ludi Andrade (70 años) vivía en París a finales de los sesenta: “Mi primera minifalda me la confeccioné yo misma en el taller donde trabajaba. Tenía 17 años. Cuando me la puse por primera vez era primavera y la temperatura todavía permitía llevar abrigo. Corría el año 1968 y los abrigos se llevaban largos, por lo que la falda me llegaba justo para taparme el trasero y el abrigo, hasta los tobillos. En verano me ponía un culotte con puntillas para que al subir las escaleras del metro se viera algo bonito. Cuando lo recuerdo no se me ocurre otra cosa que reírme. ¡Qué tiempos!”. Una época en la que una sencilla prenda era símbolo de libertad.