Opinión

Melyssa y Tom (‘La isla de las tentaciones’) o ver en directo la dinámica de una pareja tóxica

‘La isla de las tentaciones’ se ha convertido en uno de los fenómenos televisivos de la temporada. Analizamos por qué los dos consursantes más seguidos se han liberado de lo que se entiende como una relación tóxica.

Tom y Melyssa, concursantes de 'La isla de las tentaciones'.

La búsqueda de #heterocringe en Instagram arroja resultados irrisorios: 150 publicaciones en una red social como esta no significan absolutamente nada. Ni siquiera yo, que paso muchas horas en ella, había escuchado el término hasta que hace unos días lo pronunció una amiga después de que le confesase, un poco ruborizada, que tras años de relaciones alejadas de las dinámicas heteronormativas, me moría por que me regalasen rosas. Y rojas, por favor.

Pero ese deseo que me hacía sentir ta...

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La búsqueda de #heterocringe en Instagram arroja resultados irrisorios: 150 publicaciones en una red social como esta no significan absolutamente nada. Ni siquiera yo, que paso muchas horas en ella, había escuchado el término hasta que hace unos días lo pronunció una amiga después de que le confesase, un poco ruborizada, que tras años de relaciones alejadas de las dinámicas heteronormativas, me moría por que me regalasen rosas. Y rojas, por favor.

Pero ese deseo que me hacía sentir tan rara ya lo habían tenido antes otras mujeres. Y, como siempre ocurre en Internet, esa urgencia se había convertido en un ‘meme’. Este fenómeno del heterocringe, es decir, esa sensación de molestia por sentir que se participa en un tópico heterosexual, solo tiene sentido cuando se aborda desde un punto de vista posmoderno. Que abracemos lo que está mal en una relación solo es posible cuando sabemos que lo está, y nos alejamos sentimentalmente de lo que significa en el imaginario colectivo.

En cualquier caso, este es un fenómeno minoritario. La mayoría de las relaciones entre parejas heterosexuales (porque son las que desgranaremos aquí, ya que en La isla de las tentaciones no existen otras tipologías de amor) caen en una serie de estereotipos que han sido calificados como tóxicos. Y entre todas las parejas, que repiten tópicos y pronuncian sin parar palabras como sentir, prototipo, desleal, respeto o humillación, están dos de las personas que han conseguido enganchar a millones de personas a uno de los fenómenos televisivos de la temporada.

El amor romántico de Melyssa y Tom

A estas alturas, el que más y el que menos ya habrá oído hablar de Melyssa y Tom. Esta pareja, con una vida sentimental relativamente corta (solo ocho meses de arrumacos) entró en LIDLT cumpliendo a la perfección con el estereotipo de concursante de este tipo de reality. Guapos, veinteañeros, con el cuerpo trabajado y dispuestos a mostrarlo sin tapujos. Eso, en cuanto a su apariencia.

En un momento dado del programa Tom fue infiel a Melyssa con Sandra, una chica con la que sentía que «podía ser él mismo». Y a lo largo de la temporada, que se cerró el pasado miércoles con un récord de audiencia del 28% de la cuota de pantalla y 3,5 millones de espectadores, hemos visto cómo esta pareja entraba en dinámicas poco sanas en las que se mezclaban varios factores.

Por un lado, Melyssa representa a la guardiana de la fidelidad; custodia el amor leal y para siempre de Tom. Ella, como ese ángel de hogar del que ya habló Virginia Woolf, lo deja todo por amor. Se muda a Marrakech, pero allí acaba aburriéndose como una ostra porque él nunca está en casa. Pasado un tiempo, toma un decisión que es casi una rebelión y decide volver a casa.

Ya en España, Tom hizo aquello que se supone que un hombre debe hacer en un momento como este: rogarle a su novia que volviese a su lado o, lo que es lo mismo, «luchar por su amor»; palabras que meses después pronunciaría Melyssa durante la hoguera de confrontación con Tom.

Durante el programa, Tom solo hace dos cosas: esquivar los reproches y bajar la cabeza mientras Melyssa grita y llora. Ella incluso se salta las normas del concurso y corre hacia la villa de los chicos para enfrentarse a su novio, que aprovecha el supuesto despropósito para acercar posiciones con Sandra (la mujer con la que ha sido infiel).

Porque solo hay que ver la manera en la que los chicos y las chicas se enfrentan a las respectivas imágenes de sus parejas, para entender que todo esto va de performar nuestro género. Por un lado, ellos fingen que nada importa y tratan de mantener la calma. Y ellas, se muestran vulnerables y pasan noches sin dormir.

Harta de sufrir, Melyssa decide jugarlo todo a una carta; una vez más, es ella la que le pide explicaciones a Tom. Mientras tanto, él prefiere mirar hacia otro lado, esperando a que su novia, la supuesta desiquilibrada, se tranquilice. Pero, ¿quién no ha escuchado alguna vez eso de que todas mi ex están locas?

Durante el discurso final de Melyssa, la protagonista innegable de este reality se crece y, sin demasiadas lágrimas, acusa a su ya exnovio de mentiroso. Veamos, punto por punto, qué le reprocha y cómo entre los dos representan el prototipo de pareja tóxica.

La hoguera final

“¿Te has quedado a gusto? ¿No te da vergüenza que tu padre vea esto?”, empieza Melyssa después de ver las imágenes de Tom con Sandra retozando en cama. No es la primera vez que ella incluye en sus desavenencias a la familia de ambos. En esta ocasión, la figura paterna y su posible decepción implica una ruptura con uno de esos valores clásicos carpetovetónicos: el del honor masculino.

Tom, por su parte, le contesta: “No me arrepiento”. De nuevo, el orgullo masculino. “¿Cómo has podido? ¿Te has acostado con ella? ¿Te has enamorado de ella?”, insiste Melyssa.

“Con ella, puedo ser yo mismo”, argumenta él. Esta sucinta respuesta de Tom es habitual en la dinámica heterosexual tóxica. Según esta teoría, existen dos tipos de mujeres: las «guarras asquerosas», como se encarga de calificar Melyssa a Sandra, y las señoras. Y claramente, los hombres solo pueden ser felices y ser ellos mismos con las primeras: esas tías enrolladas que no montan pollos.

Melyssa insiste, esta vez hablándole directamente a la cámara: “Para mí acaba de perder todo el valor que tiene una persona y yo acabo de subir de rango. Yo soy mejor persona que él». Y añade. “Y me voy con la cabeza muy alta y muy orgullosa de mí”. Aunque, sin duda, lo definitorio de su discurso lo pronuncia casi al final. “Cualquier hombre en este planeta querría estar con una persona como yo”.

Una vez más, la dinámica entre ambos se percibe como vertical, con rangos; mejores personas, peores; orgullo, decepciones. Esa frase que muchas veces pronunciamos “él o ella se lo pierde” está simbolizada aquí por ese «cualquier hombre» de Melyssa. O lo que es lo mismo: yo tengo un valor que tú no has sabido ver ni entender. Lo que nunca pensamos cuando nos dejan o no nos quieren, es que tu mayor o menor validez no obliga a la otra persona a que te ame de por vida.

Antes de abandonar la hoguera, Melyssa zanja la conversación, asestándole a Tom la estocada final. “Todo lo que tengas que hablar, a ver si tienes huevos de hablarlo con mi madre”. De nuevo, la familia. Pero esta vez, la madre; se apela ahora a la parte más sentimental. “Mi madre estaba completamente derretida por Tom. Ahora está como una furia, le duele muchísimo”, le contó Melyssa, ya fuera de la isla, a la revista Lecturas.

Nueva vida, mismas dinámicas

Una entrevista, la de Lecturas, que nos ha confirmado que la concursante de LIDLT sigue enrocada en su papel de mujer doliente. “He sido un juguete para Tom. Ha maltratado mis sentimientos”, lamenta. Y añade. “Es frío y mala persona”. Pero aunque empieza hablando sobre su relación en tiempo pasado, vuelve al presente cuando se trata de fantasear. “De Tom me engancha la seguridad. La de un futuro para toda la vida, protección… Tom siempre me ha hablado de casarnos, de tener hijos”.

Esta ensoñación tiene todo aquello que nos han enseñado que queremos y necesitamos de un hombre porque solo así seremos felices: seguridad (también económica), protección y un futuro juntos. Una idea muy tóxica que encuentra su máxima representación en el matrimonio y la descendencia.

Estas promesas, que supuestamente un hombre debe hacer (aunque no las sienta de verdad) para mantener a su lado a una mujer, se cuestionan en todo momento dentro de la pareja, cada vez que el que promete se desvía del redil. Porque en el fondo, los dos asumen equivocadamente que este deseo solo puede ser femenino, que eso de casarse y de tener hijos es algo que el hombre solo concede para que la mujer sea feliz.

Un acto, además, que supone una entrega de por vida. Como también lo es mantener relaciones sexuales. “Para mí, hacer el amor es un acto muy bonito, algo sagrado que se debe hacer con sentimiento”, reconoce Melyssa, que sigue empeñada en encontrar el amor romántico, dentro y fuera de la isla.

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