Más carisma
Me encanta que hayamos puesto en marcha este número con una idea, el carisma, ese intangible que permite a algunas personas olvidarse de toda presión, de negaciones y esquemas tiránicos para hacer exactamente lo que quieren.
Quizás sea cierto que cotillear es solo una versión superficial de la curiosidad. Sabemos que tiene ciertas utilidades como estrechar lazos grupales, extender información rápidamente a redes sociales muy amplias y hay evidencias de que funciona como aprendizaje cultural determinando cuáles son los comportamientos socialmente aceptables en un grupo. Del cotilleo empleado como herramienta de control casi todas las personas tienen/tenemos conocimiento en nuestras propias carnes.
Me sorprende que en un momento reivindicativo como vivimos se siga cultivando esa figura tan siglo XX que podría...
Quizás sea cierto que cotillear es solo una versión superficial de la curiosidad. Sabemos que tiene ciertas utilidades como estrechar lazos grupales, extender información rápidamente a redes sociales muy amplias y hay evidencias de que funciona como aprendizaje cultural determinando cuáles son los comportamientos socialmente aceptables en un grupo. Del cotilleo empleado como herramienta de control casi todas las personas tienen/tenemos conocimiento en nuestras propias carnes.
Me sorprende que en un momento reivindicativo como vivimos se siga cultivando esa figura tan siglo XX que podríamos llamar hoy influencers del desprecio. No es un desinfluencer, de estos usuarios de TikTok que exponen los fallos de un producto ya les hablamos en S Moda y pueden leerlo cuando quieran en nuestra web, es interesantísimo. Los influencers del desprecio son otra cosa, son esos que para reafirmarse vilipendian al resto en una especie de esnobismo perverso. Les encanta decir todo lo que no se puede hacer: tener determinada lámpara, mal; comer en determinada cadena de restaurantes (o en cualquier cadena de restaurantes, vaya), mal; leer autoras, mal; si llevas poca ropa, mal; si llevas mucha ropa, mal.
Por eso, mientras algunos se aferran a aquellas viejas conductas renovándolas en versión 140 caracteres, posts de Instagram o formatos multimedia, me encanta que hayamos puesto en marcha este número con una idea, el carisma, ese intangible que permite a algunas personas olvidarse de toda presión, de negaciones y esquemas tiránicos para hacer exactamente lo que quieren. Me gusta también que cada vez son más. En estas páginas tenemos el privilegio de contar con algunas de esas mujeres que no escuchan esas voces inquisidoras.
Nos han enseñado tantas cosas nuevas que da miedo a veces asomarse a su conocimiento instintivo y fiero. Enseñan caderas y voces sin amaestrar, bailan como quieren y tampoco importa mucho. Aunque a veces se quejen los obispos y los partidos que buscan cualquier excusa, o baile, para meter miedo. Pero claro, ellos no saben qué es de verdad tener miedo. Sí lo saben las mujeres negras lesbianas, las actrices que dicen que no cuando son jóvenes y no tienen opciones para buscar otros trabajos, y aún así se niegan a lo que les incomoda. Lo saben las músicas que van cultivando su público fervoroso, con un ojo de cada color y con la cabeza alta y el perreo firme. Lo sabe la chica que actúa con el cuerpo entero, con el pelo, con la camisa, con su vida, con la voz. Lo sabe la que escribe como si se le derramara el cántaro de leche cada vez, pero lo hace de nuevo para desenmascarar la historia que hay debajo de la historia y para que nosotras podamos gozar con sus libros. La artista que de tanto deconstruirse ya ve en el cuerpo el único vehículo para hablar de la muerte.
Les dejamos aquí con Golda Rosheuvel, Nathy Peluso, Elena Anaya, Jimena Amarillo, Maggie O’Farrell y Marina Abramovic. Disfrútenlas.