Marbella presume de su estilo libre
La ciudad malagueña ha creado una estética única que sobrevive desde hace más de 60 años y que tiene en Puerto Banús su escaparate. Al anochecer, la sobriedad deja paso a la ostentación de brillos y joyas sobre las pieles bronceadas.
Sí, hay horteras y frikis, pero también yoguis, aristócratas, empresarios rusos y jeques discretos. Y todos son bienvenidos», dice María del Prado Muguiro. «Ir en agosto a Puerto Banús es como ir al circo. Divertidísimo. Aquí la gente es más libre vistiendo, nadie juzga, en todo caso te elogian por tu osadía», continúa la marquesa de Caicedo. Y es cierto. Los cinco millones de turistas que visitan anualmente el kilómetro y medio de la zona comercial muestran su colección de estolas de piel, alta joyería con triquinis y chanclas, looks de pasarela, estilismos propios de go-gós y piez...
Sí, hay horteras y frikis, pero también yoguis, aristócratas, empresarios rusos y jeques discretos. Y todos son bienvenidos», dice María del Prado Muguiro. «Ir en agosto a Puerto Banús es como ir al circo. Divertidísimo. Aquí la gente es más libre vistiendo, nadie juzga, en todo caso te elogian por tu osadía», continúa la marquesa de Caicedo. Y es cierto. Los cinco millones de turistas que visitan anualmente el kilómetro y medio de la zona comercial muestran su colección de estolas de piel, alta joyería con triquinis y chanclas, looks de pasarela, estilismos propios de go-gós y piezas de alta costura. Pero también quedan defensores de la auténtica estética marbellí, que impuso el fundador de esta ciudad, Alfonso de Hohenlohe, en la que los hombres nunca llevaban pajarita, pero sí pantalones de color con camisa de lino y las mujeres vestían caftanes, «de Pucci», puntualiza Pablo de Hohenlohe, sobrino del mentor de la nueva Marbella.
01/ El pasado siempre vuelve
En 2010 se estrenaron los Spring Games (propuesta que une ocio, deporte y solidaridad) y rápidamente se conocieron como los juegos deportivos de la aristocracia europea. «Pero era mentira, de los 24 participantes solo cinco tenían un título. No somos un grupo de pijos que se juntan para gastar», dice Pablo de Hohenlohe, su organizador. Esta edición recaudó 24.000 euros que se destinaron a Deporte y Desafío y Pequeño Deseo.
«Hay que estar orgulloso de lo que han hecho nuestras familias y no estar justificándonos», comenta su mujer mientras se coloca un mechón de pelo azul. Pablo argumenta. «La familia de mi madre, los Medinaceli, tenemos en Úbeda una escultura desde el siglo XVI. En la guerra civil los republicanos la decapitaron, y al enviarla a Florencia para restaurarla se descubrió que es de Miguel Ángel. ¡Ningún medio lo ha comentado!», enfatiza. «Mi tío dijo: si un duque la hubiera destrozado y la reparasen republicanos, saldría en todas partes».
Se levanta el aire junto al muelle y Pablo protege a su mujer con una chaqueta que se hizo en una sastrería de Savile Row, Londres: «Está confeccionada con una tela que usaban los ingleses que vivían en India, es el tejido que mejor repele el calor». Hohenlohe estudió Diseño Industrial en Parsons, Nueva York. «He hecho retretes y Ferraris. Y también he colaborado con Cartier, Panerai o Dunhill». María se encargó de la expansión en España de Chloé. «Ahora formo a los equipos de las tiendas como autónoma». También diseña. «Nos gustaría lanzar una marca, pero no somos ambiciosos. Sí tengo un proyecto de abrir un centro de meditación. Me he metido en el rollo espiritual y me da igual parecer una marciana. Cada vez somos más a los que nos gusta tener paz interior. Quien no lo comprenda que piense lo que quiera».
«Odio el término jet set; significa gente que viaja en su avión. Aquí vienen personas a relajarse y les cuidamos porque vivimos de ellos», asegura la princesa María Luisa de Prusia. En la foto posa con su marido, el conde Rudi.
Pablo Zamora
02/ Los reyes de la ciudad
«¿Dónde está tu corona?, eso es lo que me preguntan todos los niños», sonríe la princesa María Luisa de Prusia, biznieta del emperador Guillermo II. «Nunca viví en un castillo. Perdimos todo en la Segunda Guerra Mundial. Mi padre trabajaba de corredor de seguros y yo como enfermera hasta que conocí a mi amor», y toca con humor al conde Rudolf Graf von Schönburg. El conde Rudi, como le llaman en la localidad, pisó Marbella en 1956 llamado por Alfonso de Hohenlohe para que lo ayudara a gestionar el hotel Marbella Club. «Conseguimos atraer a toda la aristocracia europea y estrellas de Hollywood. Eran fiestas donde no había etiqueta. Todos venían a relajarse, no como ocurrió después, que parecía una competición por ver quién llevaba el vestido o la joya más cara». Audrey Hepburn, Gina Lollobrigida, Brigitte Bardot, los Windsor, Rainiero y Gracia de Mónaco, Liz Taylor o los Reagan. Todos veraneaban en torno al Beach Club levantado por Noldi Schreck, el arquitecto que participó en la construcción de Beverly Hills.
Pero todo se estropeó a partir de los 80. «La prensa hizo mucho daño, nos describían de forma muy sarcástica, hablaban sobre cómo nos peinábamos o si repetíamos vestidos», recuerda la princesa. «Yo no lo entendía. Esta ciudad vive del lujo, da muchos puestos de trabajo y las galas de las que se burlaban, como la de la Asociación Concordia Antisida [que preside], sirven para ayudar a muchas personas», afirma.
«Cada mañana me río antes de levantarme, pero no lo hago sola, sino con Dios o los ángeles», comenta Kimera Nakachian, que este año grabará un nuevo disco. En la foto, junto a su marido, Raymond Nakachian.
Pablo Zamora
03/ Protagonistas de la era ‘jet set’
Ya apenas salen de su mansión, villa Mélodie. Aquellos años 80 en los que protagonizaban cada evento de la noche marbellí son ahora parte de su archivo fotográfico. Se suceden los recuerdos: Vaitiare –una de las novias más famosas de la era playboy de Julio Iglesias– en su salón; cuando tomaban el té con el rey Fahd, de Arabia Saudita; o bromeaban en exclusivas cenas con Robert De Niro. «Aquella época era muy falsa», comenta el empresario libanés Raymond Nakachian, a quien corrige su esposa Kimera. «No digas eso, no es verdad. Lo pasamos muy bien. Gil era muy divertido, aunque no hicimos negocios con él. Y nos reíamos mucho con Gunilla. Ya no hay fiestas como aquellas», lamenta la princesa descendiente de la dinastía Simla.
Raymond ganaba fortunas en negocios inmobiliarios y petrolíferos. Pero tal y como llegaba el dinero, se iba. Uno de sus fracasos lo vivió al intentar comercializar la alpha-fetoprotein, «una célula que cura el cáncer y solo se consigue de abortos, placentas o cordones umbilicales». O al comprar un terreno de tres millones de metros cuadrados que la Junta de Andalucía le expropió por ser parque natural. Entonces su nombre saltó a los informativos porque su hija Mélodie fue secuestrada. «El año pasado celebramos el 25 aniversario de su liberación. A sus 31 años es meteoróloga, psicóloga y ha hecho un curso de maquillaje en Los Ángeles para trabajar en Hollywood».
Muchas han sido las noticias sobre su situación económica. «Dije que estaba tieso para que la gente que quiere aprovecharse me dejara en paz», comenta Raymond. Mientras, Kimera no abandona su sonrisa. «Siempre estamos de arriba para abajo. Ahora mi marido hace muchos negocios con Arabia». El empresario puntualiza. «Vivimos en una casa con 16 habitaciones y conducimos un Mercedes, no somos pobres». Y se coloca la cruz de oro y esmeraldas que lleva, regalo de su esposa. Ella solo se viste de blanco. «Desde hace 17 años, cuando falleció mi hermano, solo uso este color. Antes lo utilizaba los domingos para honrar a Dios. Pero tras la muerte de mi hermano pensé en toda la suciedad que tenía por dentro y creí que primero tenía que limpiarme por fuera para limpiar mi interior». Al ver esta imagen impoluta es inevitable recordar cuando era una estrella de la ópera pop.
«De mi primer disco, The Lost Opéra (1984), vendí 16 millones de copias», dice orgullosa. «Aquella imagen la creamos juntos», recuerda Raymond. «Estaba en una feria en París y ví a un artista del bodypainting y le pregunté si podría hacer eso en la cara de mi mujer. Tardó tres horas en pintarme, porque tengo la cara muy grande», dice ella entre carcajadas. Tras el secuestro, se retiró. «Mélodie no quería quedarse sola y abandoné las giras». Ahora planea su regreso. «Será un disco espiritual pero con ritmo moderno para aumentar las vibraciones de amor que hay en la Tierra».
Mario Guarnieri, propietario de los concesionarios que venden coches de marcas como Porsche y Ferrari. Lotta y Annika Sundberg, directoras de la empresa de yates Marina Marbella.
Pablo Zamora
04/ Al servicio del dinero
¿Un yate a medida? ¿Un descapotable personalizado? ¿La colección de invierno de Alexander McQueen en julio? A todo, sí. Mario Guarnieri mostró a los 70.000 espectadores que pasearon por Puerto Banús durante el Marbella Luxury Weekend, su colección de coches de marcas como Ferrari, Fornasari o McLaren. Y hubo una estrella: «El Porsche 911 GT2 pintado por Daniela Boo y valorado en más de 1,5 millones de euros», asegura.
Guarnieri recibe en un Azimut de 85 pies a sus clientes y amigos, como las hermanas Annika y Lotta Sundberg, que dirigen la empresa familiar Marina Marbella. «Fabricamos yates desde 500.000 euros hasta 10 millones y gestionamos el 25% de los amarres del puerto». A ellas no les sorprenden los caprichos. «Hemos llegado a enviar por avión un yate de 65 pies hasta Kazajistán y otro a Mallorca. Si no, sus propietarios no podían tenerlos a tiempo para sus vacaciones».
¿Qué diferencia a sus clientes? «Quieren lo espectacular», dice Alejandro Gutiérrez, encargado de compras y relaciones públicas de las cuatro tiendas multimarca Elite. «Las rusas buscan lo exquisito, y les fascina Alaïa o Pucci. Y las árabes compran accesorios potentes como los de Alexis Bittar o los bolsos Delvaux». Gutiérrez reniega de la imagen que se tiene de la ciudad: «Gusta el Swarovski o la lentejuela, pero como detalle. En España se asocia a la ostentación, pero ni los diseñadores ni nuestras clientas lo ven así». En sus tiendas compran Kylie Minogue o Mariah Carey. «Pero también grandes fortunas que van sin guardaespaldas para no llamar la atención».
05/ Lista de estrellas
En el disco The Miracle (1989), Freddie Mercury le dedicó una canción al yate de Adnan Khashoggi, el Nabila, que también fue parte del decorado de Nunca digas nunca jamás (1983) de Bond. El millonario y su mujer, Lamia, lo han vendido y viven de forma más austera. Ella se dedica a la filantropía, es la vicepresidenta de la ONG The Children for Peace, que junto con Acción Contra el Hambre organiza la gala Soul & Stars. Un cubierto cuesta 300 euros, con un menú realizado por chefs que suman seis estrellas michelin –Dani García, Nacho Manzano, José Carlos García, Joaquín Felipe, Marcos Morán y Paco Morales–. Pero la silla da derecho a relacionarse con la élite marbellí, como Ahmed Ashmawi, hijo del jeque Mohamed Ashmawi, o las princesas Beatriz Hohenlohe y Beatriz de Orleans. Además de contribuir a una buena causa a través de una subasta, en la que este año no se derrochó. Un ejemplo: se vendió por 2.000 euros una moto valorada en 4.000.