Los Toledo: un sueño compartido
Juntos, Isabel y Rubén Toledo forman una de las parejas creativas más fascinantes de la escena neoyorquina. Su desfile clausuró 080 Barcelona Fashion.
«Es curioso. Siento que he vivido aquí siempre», dice Isabel Toledo en voz alta, mientras posa junto a la escalera de la sala noble de la Casa Batlló, de Gaudí, en Barcelona (en la foto de la derecha). «Para mí, la arquitectura es plana hasta que entras en el edificio y sientes el espacio. Un curva en la pared puede traducirse en un pliegue en una prenda», describe. «Desde un punto de vista egoísta, acepté la invitación a desfilar en 080 Barcelona Fashion para buscar inspiración. Es tal la riqueza que te envuelve en estas calles que no necesitas llevar nada. Ni siquiera un accesorio...
«Es curioso. Siento que he vivido aquí siempre», dice Isabel Toledo en voz alta, mientras posa junto a la escalera de la sala noble de la Casa Batlló, de Gaudí, en Barcelona (en la foto de la derecha). «Para mí, la arquitectura es plana hasta que entras en el edificio y sientes el espacio. Un curva en la pared puede traducirse en un pliegue en una prenda», describe. «Desde un punto de vista egoísta, acepté la invitación a desfilar en 080 Barcelona Fashion para buscar inspiración. Es tal la riqueza que te envuelve en estas calles que no necesitas llevar nada. Ni siquiera un accesorio. La ciudad es la joya», dice con auténtica admiración.
Y si 080 ha convertido la elección de su emplazamiento en un recorrido por los sitios más emblemáticos de la ciudad, la obra de Gaudí es para Rubén e Isabel Toledo el espejo en el que mejor se refleja su universo estético. «La gran Manzana es un cubo; y, dentro de ese cubo, Broadway dibuja una extraña cicatriz. Por eso las construcciones de esa avenida son tan especiales. Como nuestro estudio. Todas las estancias tienen formas angulares. Pero Isabel odia las rinconeras. Así que evita poner cualquier mueble contra la pared; prefiere que el mobiliario flote», dice él. Esa sensación de movimiento es también clave para entender su visión arquitectónica de la moda. «El proceso de construcción de una prenda es lo más importante. Ser diseñador significa ser capaz de solucionar problemas. La técnica (y no el espectáculo) debe ser la esencia de su trabajo», reivindica. Crear el patrón se convierte así en un diálogo con el tejido, que ella arruga, estira y moldea a su antojo. «Al principio quería simplificar las costuras; pero con los años empecé a diseccionar los bocetos para crear profundidad».
La diseñadora en la azotea de la Casa Batlló de Gaudí, en Barcelona.
Pep Ávila
«Sobre el papel, algunos de sus patrones parecen casi imposibles. Muchas veces las costureras de nuestro taller nos miran sorprendidas; y tenemos que repetirles que cuando las costuras estén unidas, el vestido cobrará vida», confiesa Rubén.
«Somos autodidactas», revela. «Yo dibujo desde niño, e Isabelita empezó a coser cuando llegó de Cuba, con nueve años. Mucho antes de estudiar Diseño en Parsons y FIT». Presentaron su primera colección en 1985. «Estábamos tan volcados en el diseño que ni siquiera nos paramos a pensar si aquello gustaría al público. Pero tuvimos suerte», evoca Rubén. «Es lo bonito de Nueva York. Incluso una mujer de 90 años que solo lleva Chanel puede enamorarse un día de una chaqueta única y, por qué no, arriesgar. Allí la individualidad es (o mejor dicho, era) un valor», asegura.
Sin embargo, lo que para algunos es el gran sueño americano, para otros puede convertirse en una auténtica pesadilla. «Si eres creativo, te abren muchas puertas; pero, a cambio, la industria espera de ti que crezcas… y, además, que lo hagas rápido», analiza Isabel. «Nadie tiene paciencia», cree Rubén. «Muchos jóvenes talentos van de premio en premio sin ni siquiera detenerse para lanzar un proyecto; otros entran a trabajar para terceros sin haber tenido tiempo antes de desarrollar su propio lenguaje; y otros están tan obsesionados por encajar en el sistema que les asusta presentar algo rompedor o innovador», asegura Rubén.
En el marco de 080 Barcelona Fashion, Isabel y Rubén Toledo impartieron una masterclass en la Ciudad Condal. En la foto, en uno de los rincones de la planta noble de Casa Batlló.
Pep Ávila
Un nuevo capítulo. Isabel decidió dejar de desfilar en 1998. «Todo el mundo gritaba; así que pensé “voy a callarme; así me escucharán mejor”», explica. «Hay quien diría que nosotros somos un fracaso, porque empezamos a la vez que Miuccia Prada o Michael Kors y, sin embargo, no hemos construido un gran imperio en torno al sello de Isabel», analiza Rubén. Sin embargo, el nombre de la creadora forma ya parte de la historia con mayúscula de Estados Unidos. El 20 de enero de 2009, Obama pronunció el discurso de investidura de su primer mandato como presidente. A su lado estaba Michelle, con un vestido verde de Isabel Toledo. «¡Una inmigrante cubana vistiendo a una primera dama negra! Eso lo cambió todo», recuerda ella. «Consciente del poder de la moda, Michelle ha lanzado un mensaje tras otro al mundo con sus elecciones de vestuario desde el primer día. Si hasta entonces había sido un mundo conservador, elitista y privado –los modistos iban a la Casa Blanca para vestir a las mujeres de los presidentes–, Michelle decidió hacerlo accesible».
«La moda es cultura, pero a mucha gente le intimida», cree él. «Algunos incluso frivolizan con ella. No entienden que es el retrato de una época, ¡documentación histórica!», añade ella. «Recuerdo cuando restauraba prendas en el Metropolitan Museum of Art de Nueva York, junto a Diana Vreeland. Había piezas de Balenciaga, Dior, Madame Grès… Solo necesitaba ver las costuras del interior para saber de quién era. Cada modisto había dejado huella», rememora. Trabajar el interior de los diseños se convirtió en una obsesión. Como elongar el cuello o redefinir el cuerpo. Esta primavera, sale a la venta la colección de tallas grandes que ha diseñado para Lane Bryant. «En 1984 los compradores de Berdorf Goodman o Barneys New York compraban un rango de tallas más amplio. Hoy es un segmento olvidado», lamenta Isabel.