Laudomia Pucci: «Mi padre era muy disciplinado consigo mismo y eso quería para sus hijos»
Ahora que un libro celebra la obra de Emilio Pucci, su hija y heredera, Laudomia, nos habla de sus recuerdos.
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Marilyn Monroe la enterraron en 1962 con su prenda favorita, un sencillo vestido verde lima de punto, con cuello barco y manga francesa. Para celebrar su 40 cumpleaños en Atenas, en 1969, Jacqueline Onassis escogió un modelo corto, estampado, que combinó con un generoso collar de perlas. También en la década de los sesenta, Marella Agnelli recibía con coloridos pijamas palazzo y Brigitte Bardot saltaba de yate en yate luciendo caftanes caleidoscópicos. Todo obra de Emilio Pucci. No eran ni son las únicas hinchas del diseñador: Laudomia Pucci, hija del creador y actual vicepresidenta y directora de imagen de la enseña italiana, escucha a menudo a mujeres que le narran cómo vestían su marca. «Hace unos años, en Nueva York, estaba en una cena y una señora me contó que tenía dos de nuestros libros en casa. Me dijo que cada uno hacía juego con uno de sus vestidos, así que colocaba un ejemplar en el salón, dependiendo de qué llevara puesto», rememora por videoconferencia desde Toscana, donde está pasando la pandemia. El volumen, Emilio: Pucci Fashion Story (Taschen, 200 euros), se reedita 10 años después, de nuevo con portadas diferentes, encuadernadas con distintos estampados del archivo. La versión para coleccionistas (1.500 euros) se ha agotado en apenas una semana, tan codiciada como sus pañuelos antiguos.
Bautizado por la prensa como el príncipe del estampado, el marqués Emilio Pucci de Barsento, heredero de una aristocrática familia florentina, llegó a la moda por azar. En 1947 estaba esquiando en Suiza con su novia, para la que había confeccionado por diversión unos vistosos conjuntos. Pero dio la casualidad de que por las pistas alpinas también se deslizaba esos días la fotógrafa Toni Frissell, que tomó varias instantáneas de la estilosa pareja. Aquellos retratos acabaron en la mesa de Diana Vreeland, todopoderosa editora de Harper’s Bazaar, que se encargó del último empujón. Siete décadas después, gente de todo el mundo es capaz de asociar el nombre Pucci con sus trazos pigmentados. «Creo que mi padre acabó diseñando moda por su amor hacia las mujeres. Si hubiera pintado sus estampados sobre un lienzo quizá hubiera sido artista», opina su hija. Seguramente por ello se movió con destreza por todos los campos: diseñó coches, alfombras, uniformes o botellas de vino sin perder la esencia. «Cuando trabajaba sobre un objeto pensaba qué podía añadirle. No solo embellecerlo, sino relacionarlo con su visión».
Un hombre del Renacimiento que vivió varias vidas: estudió en Estados Unidos, fue piloto durante la guerra y acabó en una prisión nazi. Precisamente de las secuelas de aquello se recuperaba en Suiza durante su encuentro con Frissell. «Era algo de lo que no quería hablar». Abrió una pequeña tienda en Capri, destino vacacional de la jet, y contribuyó con su estética a forjar la leyenda de la dolce vita. También, con su pasión por la artesanía, a ensalzar la etiqueta del made in Italy como sinónimo global de calidad. «Son las visiones de personas como él, aunque no solo, las que concibieron la excelencia por la que es conocida la industria italiana. Hoy con decir que algo está hecho en Italia la gente ya sabe que es bueno», señala.
Ágil sucesión
Pucci es una firma que habla de optimismo, color y libertad de movimiento. «Ahí está la diferencia entre una empresa de moda dirigida por un diseñador y asociada a una silueta y otra cuyo ethos tiene menos que ver con la pureza estética que con una idea emocional que puede reinterpretarse y refinarse según sea necesario, y que puede mirarse a través de múltiples visiones», escribe en el libro Vanessa Friedman, crítica de The New York Times. Tarea que ha recaído, tras la muerte del marqués en 1992, en Christian Lacroix, Matthew Williamson, Peter Dundas y Massimo Giorgetti. Laudomia se hizo cargo de la compañía hasta el año 2000, cuando vendió su mayoría al conglomerado de lujo LVMH y asumió su rol actual. Nada de ello estaba en sus planes: «Fui a la universidad en Roma, hice políticas y quería seguir con un máster en Georgetown, pero se me dijo que no tenía que estar estudiando siempre: ‘Tenemos una empresa familiar y creo que es el momento, piénsalo‘. Cuando miro atrás creo que tuvo mucho que ver la diferencia de edad: yo tenía 23 años y él 70, si quería tomar las riendas no podía esperar».
Trabajó unos años como asistente del diseñador y después fue a imbuirse de otras visiones a París: «Llamó a su amigo, Hubert de Givenchy, y estuve con él dos años. Fue como un segundo padre para mí. Pero me di cuenta de que el mío no estaba bien y regresé a Florencia. Unos meses después le ingresaron en el hospital y a partir de ese momento no tuve mucha opción, solo seguir adelante». Tenía 28 años y asumía el negocio y el último deseo de su progenitor, que pidió antes de morir que su legado no cayera en el olvido.
Fue una herencia inusitada en una familia que tenía como antepasados a nombres tan ilustres como Lorenzo de Médici o Catalina la Grande. Antes de Emilio, los Pucci dirigían Florencia y, como al creador le gustaba señalar, él era el primer miembro de la saga en más de 1.000 años que trabajaba. «Tuve un padre que fue una persona increíble», apunta su hija, «tiempo después aprecié lo privilegiada que fui por haber estado expuesta a todo aquello. Se casó tarde y a mí me tuvo con 46 años, así que siempre pensé que era mi medio abuelo. Le recuerdo lanzándome por los aires, haciéndome cosquillas. Recuerdo las risas. Siempre estaba viajando, yéndose y volviendo, con maletas. Disfrutaba compartiendo con nosotros las cosas que le gustaban. A veces era muy revoltoso, pero también muy estricto. Era muy disciplinado consigo mismo y eso quería para sus hijos».
Su moda también suele quedar en familia: sus prendas se heredan y hoy seducen a los jóvenes. Son fanes mediáticos personajes como Cardi B o Kylie Jenner; «como lo es su madre», añade Laudomia. «Si le hubieras preguntado quién es tu inspiración como mujer, habría dicho que todas. Y creo que esa es una de las fuerzas de Pucci». Aunque no era lo habitual, él ajustaba su ropa a tres modelos, para que las prendas favorecieran a cualquier cuerpo. Transversalidad y herencia, dos conceptos muy actuales que anticipan que la idea de Pucci tiene gran futuro.