La vuelta a las provincias gracias al teletrabajo: «Dejar Madrid ha sido una apuesta por mi salud mental»
«Cuando el alquiler se come el 40 % de tu salario es muy difícil construir un proyecto vital». Hablamos con personas que han aprovechado el teletrabajo para abandonar Madrid ante la hostilidad de la ciudad y los precios desorbitados de la vivienda.
“Después de vivir la cuarentena en un piso compartido en Madrid donde malamente había ventanas, me di cuenta de que si a las grandes ciudades se las desprende de toda esa vida social y cultural que las caracteriza no les queda nada. Por no hablar de que la conexión con la naturaleza es bastante mínima”, relata la periodista y escritora tinerfeña Andrea Abreu...
“Después de vivir la cuarentena en un piso compartido en Madrid donde malamente había ventanas, me di cuenta de que si a las grandes ciudades se las desprende de toda esa vida social y cultural que las caracteriza no les queda nada. Por no hablar de que la conexión con la naturaleza es bastante mínima”, relata la periodista y escritora tinerfeña Andrea Abreu, que decidió volverse a Canarias cuando llegó a la conclusión de que podía acabar su novela desde cualquier rincón donde hubiese una buena conexión a internet.
La posibilidad de deslocalizar nuestros puestos de trabajo gracias a una epidemia que nos obliga a mantener como mínimo un metro y medio de distancia ha reducido el espacio que existía entre nosotros y nuestras propias expectativas. De repente, la fantasía de alquilar un piso de 70 metros con nuestra pareja sin dejarnos el 50 o el 60% del sueldo sonaba más tangible que imposible. Eso sí. Para ello, había que coger las maletas y mudarse fuera de los grandes centros metropolitanos. Es decir, dejar atrás el centro de Madrid o Barcelona.
Desde el comienzo de la pandemia, la incidencia del teletrabajo ha ido creciendo hasta representar al 34% de la población activa durante el confinamiento. Mientras antes de las restricciones sólo un 4,3% trabajaba en remoto de forma continua, la media europea se situó en torno al 16%, en 2019.
Como Abreu, muchas otras personas se dieron cuenta de que no querían volver a vivir un confinamiento en un piso muy pequeño o compartido. Así, a la hora de buscar una solución al problema de la vivienda, la conclusión de gran parte de los nuevos migrantes fue la misma: si quiero mejorar esta parte de mi vida tengo que irme a un municipio con alquileres menos prohibitivos.
“Al verme de repente teletrabajando en el confinamiento, me di cuenta de que lo que necesitaba era muy difícil de encontrar en Madrid o muy caro. La calma y el espacio que yo demandaba no podía dármelo esta ciudad”, explica Laura Sánchez, que a sus 30 años decidió aprovechar las circunstancias del remoto para mudarse a la sierra de Ávila con su pareja.
La democratización del teletrabajo y la gestión de la pandemia en las grandes ciudades han abierto la veda a una tendencia cada vez más al alza: el éxodo hacia las provincias, un movimiento iniciado por unos pocos, conforme el mercado del alquiler se ha ido recrudeciendo en los últimos años.
“Desde que me independicé hace más de cinco años, he visto como el precio del alquiler en Madrid se ha disparado muchísimo. He visto cómo pisos muy pequeños por los que pedían barbaridades, se alquilaban igualmente en un abrir y cerrar de ojos. Cuando el alquiler se come más de un 30 o un 40% del salario (y eso si tienes suerte) es muy difícil construir un proyecto vital sobre esa base y mucho menos ahorrar”, apunta Laura Sánchez.
Y, efectivamente. Los datos del mercado inmobiliario confirman la experiencia como inquilina de Sánchez. Según un informe elaborado en 2019 por el Banco de España, desde el año 2014 al 2019, el precio de los alquileres en Madrid y Barcelona se incrementó un 50% a lo largo de este periodo.
En línea con esta idea y tras ocho meses viviendo en la capital, Claudia González llegó a la conclusión de que el balance entre lo que ganas (dinero) y lo que pierdes (calidad de vida) para ella salía negativo: “Es imposible tener una vida digna en ciudades como Madrid o Barcelona si un piso para dos personas ronda los 1.300 euros. ¿Cuánto tienes que cobrar para poder hacer frente a estos alquileres? Madrid es prohibitiva para cualquier persona normal”, señala.
Así y tras quedarse sin trabajo en Madrid como consecuencia del coronavirus, González y su pareja decidieron volver a Asturias con el inicio de la desescalada: “Hemos ganado en calidad de vida, no sólo porque la vida aquí sea más barata, sino porque también somos nosotros quienes gestionamos nuestro tiempo. En Madrid hay personas que diariamente se hacen hora y media de transporte público para ir al trabajo y después volver. Eso es como si yo todos los días me desplazase de Avilés a León simplemente para ganar dinero. Es una locura”, opina y añade que, a su juicio, «la capital se está convirtiendo una ciudad que vive de ofrecer turismo al obrero. Un lugar donde sólo pueden vivir los grandes empresarios y al que acuden miles de turistas a hacer la cola del Primark y ver los espectáculos de Gran Vía”, subraya.
¿Dejar la ciudad es sinónimo de perder oportunidades laborales?
A pesar de que el trabajo en remoto está disponible ahora mismo para una buena parte de los trabajadores de oficina, Laura Sánchez no canta victoria todavía respecto a este avance sociolaboral: “Aunque ahora mismo mi empresa me da libertad para trabajar en remoto tanto como quiera, soy consciente de que si en el futuro busco un cambio de trabajo tendré que volver a Madrid. No creo que el modelo de teletrabajo total se asiente tan rápido, al menos no de manera general. Creo que si quieres seguir teniendo oportunidades profesionales seguirá siendo imprescindible ir a Madrid o a Barcelona. Ojalá me equivoque y las cosas cambien a mejor en un futuro. Al final, toda España se beneficiaría de la descentralización de oportunidades”, explica.
Y ése es precisamente uno de los compromisos actuales de Andrea Abreu. La escritora de Panza de Burro quiere ir más allá de la visibilización de la cultura canaria que ha conseguido con su novela y lograr que los productos culturales creados fuera de las grandes ciudades tengan su espacio, de la misma forma que los flujos artísticos de Madrid y Barcelona son tenidos en cuenta.
“Cuando me fui de Madrid la verdad que me puse un poco triste porque sentí que estaba perdiendo toda oportunidad de tener una voz. Y eso es muy triste, sobre todo para mí que defiendo la postura de reivindicar nuestra voz desde los márgenes. Pero hemos bebido tantas veces de ese discurso que nos dice que lo que ocurre fuera de las grandes áreas metropolitanas no tiene validez, que yo misma sin quererlo, también contribuí a ello y me lo creí. Sin embargo, en un determinado punto, me di cuenta que lo de vivir en el centro es una patraña y lo único que nos hace es abandonar continuamente nuestras raíces con la intención de cumplir esa especie de sueño americano trasladado a España”, explica.
El desarraigo de Abreu con Madrid es similar al que viven otros tantos jóvenes que llegan a la ciudad en busca de mejores condiciones y se encuentran con un sueldo que sólo les alcanza para alquilar una habitación en un piso compartido. Es una especie de relación amor-odio, un quiero y no puedo donde, en ocasiones, sientes que la propia fuerza centrífuga de la ciudad es la que te expulsa.
“Para mí dejar Madrid y volverme a Tenerife ha sido una apuesta por mi propia salud mental. La vida en la ciudad me afectaba negativamente, sobre todo, por la cuestión de no poder plantearme otra visión que no fuese la de compartir piso hasta los 40 años. A su vez, creo que ha sido una especie de decisión política porque estoy muy en contra de ese mensaje que dice que sólo son válidas las cosas que triunfan en las grandes ciudades. Parece que tener éxito en la península es más importante que triunfar en las propias islas, y yo no quiero tener que buscar la aceptación de Madrid o Barcelona para poder existir en el ámbito canario. Quiero crear desde aquí y para aquí, porque sólo así podremos ampliar el rango de vida cultural de las zonas periféricas. Al final que Panza de Burro haya tenido éxito es una muestra del desconocimiento de la cultura canaria que existe por parte de la península” concluye.