La era del jurado borde: humilla a tus concursantes y subirás la audiencia

Insultos, vejaciones y pruebas que ponen en peligro la integridad física hacen explotar los audímetros. Bienvenidos a la nueva telerrealidad.

¿Recuerdan el programa concurso Un, dos, tres… responda otra vez, que amenizó las noches de los viernes en la España post franquista? Por aquel entonces era relativamente fácil salir en la tele, ser la estrella del pueblo por unas semanas, ganar algo de dinero y, con un poco de suerte, un coche o un chalet en Torrevieja (Alicante). Las preguntas eran fáciles –"cosas que se encuentran en un camping o ciudades españolas, que no sean capitales de provincia, y que tengan más de 30.000 habitantes"-; los presentadores amables y cuando los concursantes rompían en llanto, era casi siempre d...

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¿Recuerdan el programa concurso Un, dos, tres… responda otra vez, que amenizó las noches de los viernes en la España post franquista? Por aquel entonces era relativamente fácil salir en la tele, ser la estrella del pueblo por unas semanas, ganar algo de dinero y, con un poco de suerte, un coche o un chalet en Torrevieja (Alicante). Las preguntas eran fáciles –"cosas que se encuentran en un camping o ciudades españolas, que no sean capitales de provincia, y que tengan más de 30.000 habitantes"-; los presentadores amables y cuando los concursantes rompían en llanto, era casi siempre de emoción al obtener el premio deseado.

Los recortes y la era del malestar hace tiempo que han llegado también a los concursos televisivos. No más chalets ni coches, los premios en metálico han bajado considerablemente, y llegar a la final es a veces sinónimo de vender el alma al diablo o, al menos, la reputación. Pero incluso los concursantes que son eliminados deben sufrir (además del mal trago de perder) los insultos, humillaciones y vejaciones que les someten los presentadores y conductores del programa. Estas eliminatorias parecen una reproducción en directo o diferido de lo que debe ser el juicio final, según lo contaba el catecismo. Los que no se hayan esforzado lo suficiente, los que hayan insultado al programa con su atrevimiento, desidia, pereza o incapacidad, no solo serán expulsados del paraíso, sino que arderán eternamente en las llamas del ostracismo. Curiosa filosofía, la del esfuerzo, para un país en el que los cargos se asignan a dedo y por enchufismo y las mentes más brillantes deben emigrar en busca de trabajo.

Hace unas semanas el programa Masterchef volvió a ser trending topic gracias a la tragedia griega que se desarrolló en la pequeña pantalla. Un desafortunado y mal elaborado plato que pasará a la historia, y que seguro que muchos bares de menús han copiado ya, como León come gamba, desencadenó la ira, un tanto desproporcionada, de los presentadores. Alberto, el artífice de esa delicia culinaria, empezó disculpando su trabajo para pasar luego a la autoinmolación y el llanto (“jamás volveré a cocinar”, “me meteré en un pozo y no saldré en años”, decía entre sollozos). Ante su desesperación, parte del jurado volvió a hablar con él, ahora con una perspectiva totalmente nueva e incllos hippy: Take it easy; Don´t worry, be happy (yo eché en falta un poco de música de Bob Marley). Para que todo fuera aún más esperpéntico, los compañeros, todos a una, pasaron de aborrecer a Alberto a aplaudirle y animarlo a seguir frente a los fogones, con león y gamba incluidos, y mandar al programa a freír espárragos o que le importe a uno todo tres pimientos, por utilizar dichos culinarios.

Alberto llorando en ‘Masterchef’ tras su humillación en la televisión pública.

TVE

Masterchef no es sino uno de los muchos programas que juegan con la idea de torturar a los concursantes, tendencia de moda en todo el mundo y que en España conocimos hace ya muchos años con Humor Amarillo, aquel concurso japonés que nos parecía increíblemente friki y que, en ocasiones, ponía en peligro la integridad física de sus participantes.

Según apunta Daniel Tubau, guionista freelance, escritor –acaba de publicar No tan elemental. Cómo ser Sherlock Holmes (Ariel)– y profesor en la Escuela de Cinematografía y del Audiovisual de la Comunidad de Madrid, en la que da clases de guión de programas, “el primer concurso de este tipo fue uno llamado El rival más débil, que presentaba Nuria González en su primera temporada y luego Karmele Aranburu. Su formato incluía a una presentadora que maltrataba un poco a los concursantes. Yo fui guionista de Dobles Parejas, que presentaba Santiago Segura, y recuerdo que una vez el director de Torrente, con su peculiar sentido del humor, hizo un comentario un poco ofensivo y el participante acabó llorando, pero Segura enseguida le pidió perdón y le dijo que no era nada personal sino una broma”.

¿Malos tratos pactados?

Según Tubau, “muchas de las situaciones están previstas de antemano y aparecen en el guión, pero no todas, e imagino que con el tiempo y con el fin de subir la audiencia, se tiende a ir cada vez más lejos. Lo que si es cierto es que cuando yo estaba en la tele, los talk shows, en los que la gente exhibe sus trapos sucios, tenían dos tarifas: una para los que iban allí a contar su caso y otra, más elevada, para los que estaban dispuestos a recibir insultos, porque la humillación es más entretenida y sube la audiencia. En los formatos tipo Tú sí que vales, donde los participantes muestran sus habilidades artísticas, sí que a veces se percibe claramente que todo está amañado, especialmente por los movimientos de la cámara, que enfocan las reacciones del participante, objeto de burlas o sarcasmos”.

No hace mucho por Internet circuló uno de estos casos, el de una encantadora octogenaria, que se presentaba al concurso inglés Britain’s Got Talent, en la modalidad de baile con una pareja mucho más joven. El jurado opina incluso antes de ver su actuación. “Debería de recordar esto para uno de mis programas de risa”, comenta irónico uno de los jurados, pero luego deben comerse sus palabras al ver las piruetas de la abuela, que baila salsa como una chica de 20.

Risto Mejide encarnó durante mucho tiempo el papel de juez implacable, mal hablado y despótico, que tanta fama le reportó, en Operación Triunfo y en Tú sí que vales. “El formato del programa exigía un personaje así y Risto lo encarnó a la perfección”, comenta Tubau. “En este tipo de concursos siempre hay un juez muy severo, otro más simpático, otro ecuánime… Es una fórmula muy estudiada”.

Lo que ocurre es que a veces la receta se escapa de las manos, o los jueces se exceden en interpretar sus papeles. Fue el caso Factor X –un programa similar a los anteriores- en su edición de Nueva Zelanda, en el que una pareja en la vida real, que hace de jurado, se excedió en sus comentarios. La propia productora del concurso se escandalizó con la dureza de algunos insultos y decidió despedir a la pareja.

Lo que Natalia Kills, la jurado, consideró “apasionados comentarios” merecieron las críticas de sus compañeros de cadena y hasta de la Comisión de Derechos Humanos, que calificó como “inaceptable escuchar este tipo de comentarios en un programa de televisión”. Las iras se desataron cuando un concursante interpretó una canción que formaba parte del repertorio del marido de la implacable jueza, Willy Moon, que es músico, y actúa de también como juez del programa.

Las reacciones a las innumerables vejaciones sufridas en estos programas no siempre afloran en forma de llanto. Algunos concursantes, hartos y superado ya el límite de aguante, pueden reaccionar como un participante de un concurso indio, que agredió en directo a la presentadora. “Los programas de realidad vigilada y los de talento, llevan siempre una importante carga psicológica que a veces no todo el mundo puede soportar”, comenta Tubau. “A mi me propusieron hacer uno que se llamaba Sobrevivir, pero no lo acepté porque se fusionaban los dos formatos de realidad vigilada y de superación de pruebas y vi que los concursantes lo iban a pasar muy mal”.

Casi todos los realities cuentan con un equipo de psicólogos, que intervienen en el casting y que luego supervisan la evolución de los personajes. El psicólogo Enrique García Huete, ha participado en las 15 ediciones de Gran Hermano; además de otros concursos como La casa de tu vida, Factor Miedo o Confianza Ciega. “En el proceso de selección de concursantes se buscan diferentes perfiles para que haya un amplio abanico de personalidades. A los psicólogos nos piden que evaluemos a los aspirantes para determinar si son fuertes emocionalmente y si están capacitados para resistir la presión, ya que las emociones se amplían en este hábitat. Generalmente hacen caso a nuestros informes, lo que ocurre es que, como en cualquier proceso de selección de personal, nuestra opinión es un elemento más a tener en cuenta, pero no el único”.


 

Huete cree que hablar de maltrato en este tipo de programas sea quizás una palabra algo exagerada. “No hay que olvidar que los que se presentan a un casting saben donde se están metiendo; lo que ocurre es que a veces este tipo de realities sobrepasan a la persona, y hay muchos casos de gente que abandona porque se siente incapaz de seguir. Es una cuestión de personalidades. Hay individuos muy emocionables, a los que decirles algo en un determinado momento puede hacer que se derrumben, mientras que a otros les resbala. No depende tanto de lo que te digan, sino de tu tipo de personalidad y visión de la vida”.

En el 2007, la alarma saltó en Rusia cuando Alexander Maliutin, un músico, se ahorcó semanas después de su participación en el programa Minuta Slavi (Un minuto de gloria). Alexander no sólo fue el concursante que obtuvo menos puntos sino que, además, fue humillando por varios miembros del jurado. Pero lo peor fue la reacción de su hermana, que le envió una carta en la que afirmaba que sintió “vergüenza ajena” cuando lo vio en la tele.

El Salón Profesional de la Televisión MIPTV, que tuvo lugar a mediados de este mes en Cannes, mostraba un escaparate de ideas para concursos, cada vez más truculentas. Como La Voz de Galicia contaba en un artículo, hay para todos los gustos. Bullseye (EEUU) “empuja a los participantes a asumir retos disparatados, como saltar en cuerda elástica propulsada por una honda gigante, mantenerse de pie en el techo de un camión en marcha o ser arrastrado en una pista incendiada. Aunque Blinfdolded (Suecia) va más allá e impone retos del mismo tipo a concursantes con los ojos vendados, que los descubren cuando ya no pueden retroceder. Todo ello por 50.000 dólares”. “The Raft (EE. UU.) abandona en un bote sin agua ni comida a los participantes, que deben subsistir una semana en un mar infestado de tiburones. Como premio sólo reciben la satisfacción de haber sobrevivido sin pedir socorro (…) Mientras en Labor Games (EE. UU.), mujeres a punto de dar a luz ven llegar por sorpresa a su habitación de hospital a un equipo de televisión, que les propone responder a preguntas y acertijos para ganar premios para su bebé”.

Simon Cowell, uno de los jurados más temidos de Reino Unido.

Factor X

Japón, por el contrario, se ha afanado más en proporcionar placer a sus concursantes. En su versión hot del Killer Karaoke, de la cadena BS Sky, el reto consistía en seguir cantando mientras una persona masturba, en directo, al concursante -había una cortinilla a la altura de la cintura que impedía visualizar el procedimiento, pero los fluidos que se veían caer al suelo hacían pensar que no todo era teatro-. El premio para los que se mantenían imperturbables era tan solo un set de juguetes eróticos.

Según David Tubau, “la pregunta a formularse no es tanto por qué los concursantes se presentan a este tipo de concursos –casi todos buscan fama y rentabilizarla de alguna u otra manera–; sino, por qué a la gente le gusta tanto verlos. Aunque yo creo que hay una tendencia muy nacional hacia la bronca, el insulto, la humillación. Y ahora se ha trasladado al mundo de la política, con esos debates en los que los candidatos se tiran los trastos a la cabeza, y que antes eran dominio de los programas del corazón”.

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