«Por favor, no me borren las arrugas. Me acepto como soy»
La elegancia en Jacqueline Bisset es un don natural. Icono de los 70, se confirma «dueña de su vida» y, con 72 años, nos recibe en California. Su talento y su personalidad siguen intactos.
Su belleza le abrió las puertas del cine: fue definitivo su papel de chica Bond en la disparatada Casino Royale (1967), hizo de novia de Steve McQueen en Bullit (1968), se consagró con François Truffaut en La noche americana (1973) y formó parte del mítico reparto de Asesinato en el Orient Express (1974). Lleva trabajando más de 50 años y presume de tener los pies en la tierra. Jacqueline Bisset nos atiende desde su casa de Los Ángeles, y con amable desconcierto reconoce que se le habí...
Su belleza le abrió las puertas del cine: fue definitivo su papel de chica Bond en la disparatada Casino Royale (1967), hizo de novia de Steve McQueen en Bullit (1968), se consagró con François Truffaut en La noche americana (1973) y formó parte del mítico reparto de Asesinato en el Orient Express (1974). Lleva trabajando más de 50 años y presume de tener los pies en la tierra. Jacqueline Bisset nos atiende desde su casa de Los Ángeles, y con amable desconcierto reconoce que se le había olvidado la cita: «Me he despertado a las cuatro de la madrugada y desde entonces estoy haciendo cosas por la casa. He perdido la noción del tiempo. El insomnio es un fastidio. Pongámonos a ello», dice con energía.
Empezamos por las fotos de esta sesión exclusiva. ¿Cómo se ve?
Me gustan, porque muestran lo que soy. En realidad, estoy más guapa en estas fotos que en un día cualquiera como hoy [risas]. Tengo arrugas y he pedido que no las borren. Cuando se publique la entrevista, me gustaría que me enviasen una copia para comprobarlo.
¿Le preocupa mucho la salud y la belleza?
Soy disciplinada y me cuido, pero sin volverme loca. No soy miedosa, no siento terror por el futuro; preferiría ser algo más joven, pero me siento bien. No soy una histérica de la salud, bebo vino y me gusta la verdura. Si un día me salgo de mi régimen, no me atormento.
¿Le asusta la muerte?
Lo que me da miedo es no saber cuánto tiempo voy a vivir. Ese es mi temor más profundo, pero creo que uno debe abrazar lo que le ha tocado vivir. Nunca he sido especialmente ambiciosa. He aprendido y he cogido lo que la vida me ha brindado. No me gusta tener demasiados objetos. No es mi idea de la felicidad. Las cosas simples me producen mucha alegría.
¿Qué tipo de cosas sencillas?
Me gusta ir al mercado y cocinar para mis amigos. Está mal que yo lo diga, pero soy una buena cocinera [risas]. Antes solía hacer platos mucho más elaborados, pero desde que me mudé a California mi vida se ha vuelto más austera y no necesito guisar cosas complicadas. Uno de los placeres de hoy ha sido la lluvia, oír llover es maravilloso.
Precisamente, hablando de EE UU, usted que es ciudadana británica y vive allí, ¿cómo se ha explicado el cambio social que se ha vivido de apoyo a Trump?
Nunca me ha interesado la política y solamente recuerdo haber salido de mi indiferencia cuando Barack Obama fue elegido en 2008. Pero este año, con la llegada de Trump a la política, he tenido la sensación de que estábamos en un reality show de 24 horas, que se desquiciaba cada día un poco más. Me parece un mal chiste, aunque lamentablemente no es una broma. Es muy alarmante. No puedo votar, porque no soy americana, y me habría gustado hacerlo para pararle los pies.
¿Qué le preocupa exactamente de la política actual?
No hablo solo de EE UU, creo que el mundo vive un momento de gran desequilibrio. Conozco a muchas personas inteligentes que expresan afirmaciones muy razonables, pero ese discurso no es el dominante. Es importante cuidar a los ciudadanos, la desigualdad produce situaciones como la actual. Hoy parece imposible arreglar las cosas, la crispación está tan integrada en la sociedad que temo que ya no tenga arreglo.
En Europa también hay movimientos políticos muy extremistas. ¿Le preocupan?
Sí, el avance de los partidos de extrema derecha. Me preocupa el Brexit en Reino Unido, y sobre todo ver que la gente está tan enfadada. Entiendo que esa furia proviene de la ausencia de estabilidad económica.
Bisset salpica la conversación con palabras en un impecable francés, que aprendió de pequeña en el Liceo Francés de Londres. En los años dorados de su carrera cinematográfica trabajó a las órdenes de grandes directores como Polanski, John Huston o George Cukor, pero no ha dejado de actuar en ningún momento, y asume con total naturalidad «el haber dejado de ser la chica de la película».
Hablemos de su carrera. Usted sigue muy activa.
Hago lo que me divierte. Y en este momento me ofrecen papeles pequeños y elijo los que me gustan, sin más presión. [Tiene pendiente de estreno cuatro proyectos: The Last Film Festival, Nine Eleven, Backstabbing for Beginners y Asher]. Mi próximo trabajo es con François Ozon, en su película voy a interpretar a la madre de Marine Vacth, la actriz de Joven y bonita (2013).
¿Qué es lo que peor lleva de su profesión?
Los rodajes tienen horas y horas de espera. La vida es corta y no me interesa nada pasarme 14 horas al día encerrada en un camerino. Disfruto mucho con la interpretación, me resulta muy estimulante y me sirve para aprender. Pero, a estas alturas, ya sé que cuando te contratan compran tu tiempo, tu corazón y tu vida. Y no estoy dispuesta a eso, a no ser que sea algo realmente apasionante.
¿Cómo ve el negocio del espectáculo en la actualidad?
Todo ha cambiado. La industria se ha vuelto descomunal y los actores deben estar en las redes sociales y tener seguidores, cosa que antes era impensable. Ahora algunos intérpretes se comportan como estrellas de rock y personajes de los realities. Pero no los justifico, siempre ha sido difícil empezar y no caer en la estupidez de la fama.
¿Cómo recuerda sus comienzos?
Fueron un desastre. Hice algunas sesiones de fotos y querían que fuera modelo, pero no me gustaba. Además, no estaba suficientemente delgada y tenía el pelo rizado. Fue una auténtica pesadilla. Lo hacía para ganar dinero y pagar las clases de interpretación. Recuerdo que ganaba muy poco y ellos querían que yo llevara mis propios complementos para las sesiones: zapatos, vestidos… Era muy complicado.
¿No le interesaba la moda?
Nunca he sido una mujer obsesionada con la moda; me gusta, pero sin pasión. De joven no tenía mucha ropa porque no tenía dinero. Por ejemplo, en la época en la que rodé La noche americana (1973), François Truffaut me pidió que fuera al rodaje como mis trajes de noche de estrella de cine. ¡Y no tenía ninguno! Vivía en la playa en plan hippy, en una cabaña con montones de gatos. Usaba vestidos largos y vaqueros.
¿Y ahora tiene un ropero de estrella de cine?
Sigo siendo austera. Me atrae la moda, pero no compro mucho. Soy exigente, me gusta la ropa clásica y bien cortada. Nunca sé qué llevar.
Podría utilizar un estilista o alguien que le ayude a elegirla.
Sí, sí, podría, pero no quiero. Me horroriza que decidan por mí. No tengo estilista, ni asistente, ni secretaria, ni cocinero. Soy una mujer orquesta. Disfruto hacer mis cosas y ser dueña de mi vida.
¿Lo hace todo?
Sí, cuido el jardín y cocino. Soy independiente. Cuando tengo que ir de viaje, hago la maleta, como todo el mundo.
¿Siempre ha sido así?
Sí, desde muy joven aprendí a valerme por mí misma. Mi madre enfermó cuando yo era una adolescente y desde entonces me acostumbré a tomar decisiones importantes. Por eso soy así.
Volviendo a su carrera como actriz. ¿De qué interpretación se siente especialmente orgullosa?
En el año 2000 hice una muy pequeña, The Sleepy Time Gal: ha sido, sin duda, mi papel más complejo y mi mejor interpretación. También estoy orgullosa de Ana Karenina (1985), una miniserie que hice con Christopher Reeves; me gusta Ricas y famosas (1981), de George Cukor. En cualquier caso, no soy una mujer especialmente nostálgica. De momento, lo que tenemos entre manos es esta entrevista con estas fotos. Y le vuelvo a pedir que no las retoquen. Me acepto como soy.