¿Ha llegado el fin de la moda tal y como la conocíamos?
La publicación del manifiesto ‘anti-fashion’ de Li Edelkoort abre el debate sobre la necesidad de reformular la industria. ¿Se avecina un cambio de paradigma?
Ni el primer desfile de Alessandro Michele para Gucci ni tan siquiera la caída de Christophe Lemaire desde lo más alto de la pirámide para pasar a diseñar ropa en cadena –pronto lanzará una colección cápsula para Uniqlo tras su salida hace un año de Hermès–. En los últimos días, el tema estrella en los mentideros de la moda ha sido el manifiesto anti-fashion publicado por la célebre experta en tendencias Lidewij Edelkoort. Lo presentó el pasado fin de semana en la conferencia a...
Ni el primer desfile de Alessandro Michele para Gucci ni tan siquiera la caída de Christophe Lemaire desde lo más alto de la pirámide para pasar a diseñar ropa en cadena –pronto lanzará una colección cápsula para Uniqlo tras su salida hace un año de Hermès–. En los últimos días, el tema estrella en los mentideros de la moda ha sido el manifiesto anti-fashion publicado por la célebre experta en tendencias Lidewij Edelkoort. Lo presentó el pasado fin de semana en la conferencia anual Design Indaba, en Ciudad del Cabo. Sus demoledoras conclusiones, recogidas en un decálogo tan amargo como la cicuta que mató a Sócrates, se resumen en la idea de que “la moda está literalmente muerta”. El diagnóstico constituye un desafío de primer orden a la idea vigente que articula esta industria milmillonaria, no tanto por lo novedoso del planteamiento –dar la extremaunción a este negocio se ha convertido en algo tan cotidiano como el estampado de flores en primavera– sino por la extrema dureza de sus palabras.
“La moda se ha convertido en una parodia ridícula y patética de lo que era antaño. Está gobernada por la ambición y el miedo a la innovación, lo que ha provocado el colapso del sistema. Que el modelo imperante sea del siglo pasado, tan centrado en el individuo que ignora el clamor contemporáneo por el altruismo y el consenso, supone la salida inmediata de la realidad actual. La moda está pasada de moda”. Estas declaraciones, ofrecidas a la revista Dezeen, son solo un aperitivo de lo que cuenta en el informe. Antes de seguir rebanando el caramelo agridulce de Lidewij Edelkoort no está de más que aclaremos el papel que desempeña el personaje entre los insiders de la industria. Se trata de una de las profesionales más respetadas del mundo en el arte de la predicción de tendencias. Esta neerlandesa de verbo subversivo lleva años ofreciendo servicios de consultoría a firmas de primera división y desde hace décadas elabora informes especializados que se anticipan varias temporadas. Desde su agencia parisina, Edelkoort habla siempre en futuro. Esa labor ha sido reconocida por, entre otros, el ministerio de cultura francés y la casa real holandesa.
La diseñadora Donna Karan y Li Edelkoort.
Cordon Press
Pero, ¿en qué se basa Edelkoort para certificar la muerte de la moda de forma tan categórica? Su manifiesto, dividido en sectores profesionales, ofrece varios argumentos. Primero, la educación que reciben los estudiantes de diseño “se centra en los personalismos» y tiene como objetivo fabricar “divas de pasarela” o “pequeños Karls”, en referencia a Karl Lagerfeld. Segundo, los tejidos que hoy se emplean se venden a “precio de sándwich” y los artesanos, que son “la esencia del oficio”, han pasado a mejor vida –o más bien, “los han sacrificado”–. Tercero, “la moda ha perdido su valor”, que actualmente se cotiza tan poco “como los preservativos que se desechan después de un solo uso”. La lista sigue y de la carnicería no se libra nadie: las revistas –“anuncios por editoriales”–, la crítica –“el análisis mordaz ha sido sustituido por textos llenos de generalidades”– o los diseñadores, que “centran su producción en los bolsos y los zapatos” en detrimento de las prendas. El broche de oro lo pone al hablar de los desfiles, esos “shows ridículos que duran 12 minutos cuando antes duraban 45 y nadie los mira porque todos están pendientes del teléfono móvil”.
Pese a la embestida, Edelkoort también señala cómo se deben administrar los correctivos para animar el velatorio –básicamente hacer lo contrario de lo que se hace– y aplaude, por ejemplo, la resurrección de la alta costura, que considera “fundamental”, o el creciente interés que despierta la moda masculina, que “seguirá al alza”. La respuesta a la soflama de este oráculo de las tendencias no se ha hecho esperar. Hay reacciones para todos los gustos. Sarah Raphael, de la revista i-D, se muestra en desacuerdo con prácticamente todo lo que dice Edelkoort y solo coincide en la idea de que los desfiles son un anacronismo: “Esta industria trata de luchar, como cualquier otra, por definir su identidad en la era digital. No debemos echar la culpa a la educación ni a internet, pues eso es justamente lo que hace que la moda sea tan emocionante. Puede que el apogeo de los desfiles haya terminado, pero existe talento suficiente como para que la moda siga siendo relevante”.
En la misma línea se expresa Shefalee Vasudev, de la web Live Mint, que da la razón a Edelkoort siempre que sus ideas se apliquen al contexto general y no a casos concretos. “A veces llegamos al punto de no saber ni lo que es la moda”, asegura. Anne Niederoest, del blog Révérencieux, coincide plenamente con las palabras de la experta: “Hay sobredosis y mucha indigestión con tantos accesorios, colecciones, colaboraciones, etc. La urgencia y la carrera no son buenas consejeras”.
Resulta curioso que opiniones similares a las de Edelkoort hayan coincidido en el tiempo. Nos referimos, por ejemplo, a las declaraciones que hizo hace un mes Olivier Theyskens, exdiseñador de Rochas y Nina Ricci, que dijo que “hay demasiadas nuevas firmas” y que “la industria está saturada”. El mismo adjetivo que empleó hace poco la excrítica del diario The New York Times Cathy Horyn en The Cut, pero añadiéndole el prefijo ‘super’. Su texto sobre la semana de la moda de Nueva York desprendía cierta antipatía hacia un universo que en los últimos años le ha hecho pasar por los momentos más difíciles de su carrera –en 2012 llamó “perrito caliente” a Oscar de la Renta y Hedi Slimane la vetó en su debut como director creativo de Saint Laurent–. “Todo está supersaturado. Los diseñadores tienen una presión desmedida y nadie quiere ser tachado de aburrido”, opina Horyn.
Más allá de los lamentos, hay quien ofrece datos concretos para certificar el cambio de ciclo. Russell Flannery, de Forbes, cita al empresario Leo Cantagalli para defender su idea de que en 2015 la industria del lujo se verá resentida. “La era dorada de los precios desorbitados ha terminado como consecuencia de la caída del rublo en Rusia y la madurez que ha alcanzado el consumidor chino, hoy mucho más selectivo”. Si, como muchos aseguran, es cierto que nos enfrentamos a un cambio de paradigma, no debemos olvidar que el intento de asesinato de la moda está a la orden del día. Probablemente no haya un muerto más acribillado y al mismo tiempo tan vivo. Esta industria ha superado el declive de la alta costura, el intrusismo de las celebridades en las portadas, la nueva mirada de los blogueros o la desaparición de las supermodelos, tal y como afirmaba Cindy Crawford el año pasado –no sabemos si ha escuchado hablar de Cara, Gigi o Kendall–.
Como sucede con el periodismo –ni la radio se cargó a los periódicos ni la radio sucumbió a la televisión–, la crisis perpetua parece ser algo consustancial a la moda. Quizás se deba a la propia naturaleza del sector, que vive en una paradoja espacio-tiempo permanente por culpa de los calendarios que obligan a inspirarnos en el ayer para enseñar hoy lo que se llevará mañana. A pesar de la confusión, la mayoría de las teorías académicas siguen vigentes. Ya lo dijo Georg Simmel en el siglo XIX: “La moda es un producto de la división de la sociedad de clases”. ¿Acaso ha cambiado algo? Según algunos, casi todo; para otros, solo un poco. Lo necesario para que todo siga igual.