Crónica de una muerte anunciada: por qué los desfiles de Victoria’s Secret estaban condenados a desaparecer
El ‘ángel’ Shanina Shaik asegura que este año no habrá show. La firma lleva tiempo atravesando una crisis de imagen y de ventas al rechazar la diversidad y sexualizar a las mujeres.
«Desgraciadamente, no va a celebrarse este año. Me siento rara, porque siempre por estas fechas estoy entrenando como un ángel». Con estas palabras la modelo Shanina Shaik, que ha desfilado en cinco ocasiones para la firma de lencería Victoria’s Secret, confirmaba el fin de sus controvertidos shows a la edición australiana de The Daily Telegraph. Los rumores al respecto llevaban meses circulando y, aunque desde la firma aún no han hecho un comunicado...
«Desgraciadamente, no va a celebrarse este año. Me siento rara, porque siempre por estas fechas estoy entrenando como un ángel». Con estas palabras la modelo Shanina Shaik, que ha desfilado en cinco ocasiones para la firma de lencería Victoria’s Secret, confirmaba el fin de sus controvertidos shows a la edición australiana de The Daily Telegraph. Los rumores al respecto llevaban meses circulando y, aunque desde la firma aún no han hecho un comunicado oficial, las palabras de uno de sus ángeles parecen dar por cerrada una era de exuberantes cuerpos en biquini
“La sociedad ha cambiado. Victoria’s Secret no”, afirmaban hace unos meses desde The Business of Fashion intentando explicar la imparable caída de sus ventas. El año pasado la compañía perdió un 50% de su valor, el precio de sus prendas alcanzó mínimos históricos y se cerraron 20 tiendas. Sus competidoras apostaban por modelos de talla grande en sus campañas o por incluir a mujeres transexuales en sus casting, pero Victoria’s Secret se negaba en redondo a mostrar cualquier atisbo de diversidad. Eso, sumado a la cosificación de los esculturales cuerpos de sus modelos, sometidas a estrictos entrenamientos y dietas, provoca que el show carezca de sentido en plena revolución feminista. Mientras las mujeres se movilizaban por todo el mundo reclamando sus derechos reproductivos, el fin de los femicidios o una sentencia justa contra los violadores de La Manada, las ‘celestes criaturas’ de la firma lencera seguían lanzando besos a cámara desde el backstage. En el mismo espacio-tiempo convivían dos realidades bien distintas en el universo femenino: sus top models en ropa interior parcialmente cubiertas con sus batitas rosas de raso y las decenas de mujeres enfundadas en capas rojas –en referencia al uniforme de la serie El cuento de la criada– para plantarle cara a Trump. Una anacronía tan sangrante que año tras año parecía la crónica de una muerte anunciada.
Y todo apunta a que el momento de escribir el obituario ha llegado. Al menos, de decir adiós a sus desfiles tal y como los conocemos. Ya el año pasado, la CNBC tuvo acceso a un informe en el que el CEO de L Brands, grupo al que pertenece la marca lencera, afirmaba que la televisión no era el «canal más adecuado» para el evento y donde confirmaba su intención de crear un «nuevo estilo de show«. Una reflexión tan lógica como necesaria después de que la emisión de 2018 hiciera la peor audiencia de la historia. Apenas 3,3 millones de espectadores siguieron el desfile cuando en años anteriores la cifra solía llegar a los diez. Una diferencia que ejemplifica bien el cambio de paradigma social de los últimos tiempos. Seguir perpetuando una ropa interior y un desfile pensados para el deleite de la mirada masculina (no en vano la marca que nació en 1977 con la idea de crear tiendas de lencería en las que los hombres no se avergonzaran de entrar) no parecía pertinente. Menos aún para las nuevas generaciones que incluyeron a la firma el año pasado entre las diez marcas en las que no volverían a comprar, según una encuesta de la consultora Piper Jaffray.
Más allá de los muchos consumidores que exigían diversidad de cuerpos a la firma en redes sociales, la propia industria llamaba al boicot. Modelos como Robyn Lawley (la primera talla grande en protagonizar la portada de Sports Illustrated en 2015), escribía en su Instagram: “Es hora de que reconozcan el poder de compra y la influencia de las mujeres de todas las edades, formas, tallas y etnias. La mirada femenina es poderosa y juntas podemos celebrar la belleza de nuestra diversidad”. Ashley Graham, otra de las modelos curvy más famosas y respetadas, hacía lo propio e incluso colgaba una ilustración imaginando cómo sería ella convertida en un ángel. La firma hizo oídos sordos y se limitó a subir a la pasarela a Winnie Harlow, modelo con vitíligo, una enfermedad que provoca manchas blanquecinas en su piel. Mientras, sus propias top se bajaban del barco. Adriana Lima confesó sentirse presionada por tener que cuidar sus medidas y estar “cansada de las imposiciones” y Gisele Bündchen aseguró que el motivo que la hizo abandonar la pasarela en 2007 fue sentirse cada vez más incómoda desfilando en ropa interior.
Aunque probablemente volvamos a tener noticias de un nuevo espectáculo de la marca, quizá reformulado y en otro formato, ni siquiera sus diseños se corresponden con las demandas actuales. Además de resultar repetitivos (¿alguien podría diferenciar un biquini de la colección de 2018 de uno de 2014?) resultan poco prácticos. La comodidad es una de las cualidades intrínsecas a la moda del siglo XXI –solo hay que ver el aplastante triunfo de la zapatilla sobre el tacón– y también afecta a la ropa interior. Mientras muchas mujeres pasan incluso de llevar sujetador liberando sus pezones (#FreeTheNipple), otras tantas declaran la guerra a los sostenes con aro y relleno y prefieren las bragas de algodón al tanga de encaje. De ahí que la reformulación de la marca debiera ir mucho más allá del planteamiento del show.
Empecinada en perpetuar su propia idiosincrasia, Victoria’s Secret ha logrado mucha más atención mediática por sus polémicas que por sus diseños. La apropiación cultural es un fantasma que lleva años planeando sobre sus colecciones. En 2012 Karlie Kloss pidió perdón en Twitter por haber desfilado con un penacho de plumas, símbolo de respeto para muchas tribus. Lejos de aprender la elección, la firma lo volvió a incluir en 2017. Para rematar, ese mismo año varias modelos blancas fueron grabadas en el backstage utilizando el ofensivo término nigga. Desde la firma, además, confesaron a la edición estadounidense de Vogue que no tenían ninguna intención de incluir a modelos transexuales. «¿Deberíamos incluir a modelos trans en el show? No, no lo creo, porque el show es una fantasía, un especial de entretenimiento de 42 minutos y es el único en su clase», declaró Ed Razek, responsable de marketing del grupo L Brands. Además, añadió, que en el año 2000 intentaron incluir a modelos de tallas grandes, pero “nadie estaba interesado y aún no lo están”. Solo un año después de sus declaraciones una bofetada de realidad ha terminado con el desfile. Parece que se equivocaba.