Fila resucita: estas son las claves de su retorno
La marca italiana que vistió a Björn Borg y a los paninari ha protagonizado una lenta pero segura resurrección.
A principios de los 70, el gerente de Fila, Enrico Franchey, se fijó en un tenista sueco que despuntaba en el Master de Monte Carlo. Además de su saque, le impresionó su melena rubia y que tuviera eso que a veces se llama swagger. Franchey lo fichó como imagen de su marca en 1975 y el diseñador de la casa, Pier Luigi Rolando, diseñó para él toda una línea de ropa que rompía todo lo que se había visto hasta entonces en ese deporte. Las cinco veces que ganó Wimbledon, Björn Borg lo hizo vestido con un Fila Settanta, el mítico polo blanco con raya fina azul marino...
A principios de los 70, el gerente de Fila, Enrico Franchey, se fijó en un tenista sueco que despuntaba en el Master de Monte Carlo. Además de su saque, le impresionó su melena rubia y que tuviera eso que a veces se llama swagger. Franchey lo fichó como imagen de su marca en 1975 y el diseñador de la casa, Pier Luigi Rolando, diseñó para él toda una línea de ropa que rompía todo lo que se había visto hasta entonces en ese deporte. Las cinco veces que ganó Wimbledon, Björn Borg lo hizo vestido con un Fila Settanta, el mítico polo blanco con raya fina azul marino y cuello a juego. Y después, para recoger el trofeo, se calzaba su Terrinda, la sudadera estilo ciclista que en los 80 se conoció en Italia como “el jersey de Wham” porque la solía llevar Andrew Ridgeley, el otro de Wham.
El dúo puso, junto a otras bandas británicas como Duran Duran, la música a la escena paninari, los pijos italianos que se reunían en un Burger de Milán con looks marquistas y coloristas, vaqueros arremangados, calcetines Burlington, sudaderas Best Company y zapatillas Ellsesse, Diadora y, por supuesto, Fila. Las fotos de esos grupos de adolescentes con bronceado de esquí y mechas casi naturales se cotizan ahora bien en Pinterest y su estética encuentra eco en los actuales hypebeasts, los obsesos de las marcas que viven esperando el próximo drop, la salida al mercado de cada zapatilla, cada sudadera.
Todo eso ha beneficiado a la marca italiana, que ha vivido una lenta pero segura resurrección. El pasado septiembre, Fila organizó una exposición temporal en el Museo de la Triennale de Milán y un desfile de hombre y mujer con el que presentaba sus credenciales como marca a tener en cuenta. Curiosamente, la zapatilla que les ha vuelto a colocar en el mapa, la Disruptor II, no hizo aparición. En su lugar, chanclas con el logotipo bien visible y bambas de tenis. En la frente de los modelos, la cinta con la F con la que se identifica a Bjorn Borg. En junio, por cierto, la marca, que ya no es de capital italiano sino coreano, fichó al hijo del tenista, Leo Borg, como imagen. Éstas son las claves del retorno de Fila.
La zapatilla. El modelo Disruptor, que Fila lanzó primero en 1996, lo tenía todo para volver a triunfar. Es grande y “de padre”, con suela ortopédica y, al menos en su modelo original, de un blanco nuclear que hace que destaque todavía más el logo. Aun así, su éxito en los últimos meses cogió por sorpresa a la marca. En Lyst, el buscador de moda, es la segunda prenda más requerida tras el cinturón con el logo de Gucci. El CEO de Foot Locker, Dick Johnson, la destacó como una de las zapatillas que en estos momentos se vende sola, junto a los modelos clásicos de VANS. Ubicua en Instagram, es casi la única razón por la que tan sólo en el mercado estadounidense, donde la marca solía estar muy lejos de las grandes del deporte, sus ventas se hayan disparado un 21% en un solo trimestre. Aprovechando bien la ola de popularidad, Fila ha relanzado otros modelo clásico, la Mindblower de 1995, con sus obligatorias versiones de edición limitada, y la Ray, que es, según High Snobiety, “menos hardcore y más dadcore” que la Disruptor II. La división Heritage de la marca, dedicada a estos rescates del propio archivo, ha aumentado sus ventas en un 146% en lo que llevamos de 2018.
La presencia en la cultura pop. A Fila no le ha ido nada mal el estreno de Borg vs McEnroe, la película en la que, por cierto, Leo Borg interpreta a su padre de joven. Aunque el gran momento de la marca en el cine siempre estará asociado a los estilismos de Luke Wilson en The Royal Tenenbaums. En la película, Richie Tenenbaum llega a ser una estrella del tenis, hasta que tiene un colapso emocional en un campeonato debido a la boda de su hermana adoptada Margot, de la que está enamorado. Deja el deporte pero nunca abandona sus muñequeras, su cinta y sus polos Settanta, que combina con trajes de pana.
El abrazo del lujo. Los matrimonios de conveniencia entre las firmas de moda y las deportivas no dan ninguna señal de desfallecimiento. En su colección de primavera-verano de 2017, Gosha Rubchinskiy expresó su amor por el casual italiano de los 90 versionando prendas de Fila y Kappa. Estéticamente, las prendas no estaban muy lejos de las piezas reales de Fila en los noventa, sólo que unas 10 veces más caras. Al menos, como advertían en el portal What Drops Now, “su precio de reventa estará a la altura”. A principios de este año, Karl Lagerfeld ideó el cruce de las dos F más famosas de la moda italiana, Fendi y Fila, y creó una serie de prendas para la firma peletera con un logo híbrido, diseñado por Reilly, que se ha hecho famoso bastardizando el grafismo de las marcas de lujo.
Los amigos que cuentan. No sólo hay que codearse con los más que establecidos, también con los emergentes. Fila encargó este año una colección a Liam Hodges, el diseñador londinense que bebe de las subculturas urbanas, que hizo para la marca una serie de prendas innegablemente noventeras en colores lavados, lejos del habitual azul, rojo y blanco de la marca. También se han emparejado con la marca de skate neoyorquina Alife para hacer una versión de su Disruptor II.