Gloria Steinem VS. Betty Friedan: la cruda guerra de dos mujeres que buscaban igualdad
La serie que emite HBO recupera la guerra abierta entre las dos históricas feministas en el movimiento por la igualdad de derechos. ¿Realmente pasó así?
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– No tendría que haber puesto a parir a Gloria y Bella en la prensa.
– Ellas lo hicieron. ¿No convencieron a Nora Ephron para que escribiera aquel artículo malicioso sobre ti en ‘Esquire’?
-A Nora no hay que convencerla de que escriba algo malicioso. Y eso es lo que piensan todos. Que yo soy la Malvada Bruja del Oeste y que Gloria es Glinda.
A los ojos de es...
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– No tendría que haber puesto a parir a Gloria y Bella en la prensa.
– Ellas lo hicieron. ¿No convencieron a Nora Ephron para que escribiera aquel artículo malicioso sobre ti en ‘Esquire’?
-A Nora no hay que convencerla de que escriba algo malicioso. Y eso es lo que piensan todos. Que yo soy la Malvada Bruja del Oeste y que Gloria es Glinda.
A los ojos de esos «todos», ¿quién era la más bruja de las feministas de los 70? Estamos en el cuarto capítulo de Mrs. America, la serie emitida en HBO en España sobre cómo se gestó la enmienda constitucional que garantizaría la igualdad de derechos entre sexos en EE UU en los años 70, conocida como ERA por sus siglas en inglés. Aquí, ¡al fin!, se abre el melón del gran salseo interno de la gesta del documento. Betty Friedan (interpretada magistralmente por Tracey Ullman), autora de La mística de la feminidad y del imbatible «ninguna mujer ha tenido un orgasmo encerando el suelo de su cocina», lamenta desde su sofá con la autora de La vida erótica de la esposa norteamericana, Natalie Gittelson (Miriam Shor en la serie) cómo se ha aireado su pérdida de liderazgo en el movimiento frente al huracán mediático del momento: la espectacular activista Gloria Steinem. También hablan de Nora Ephron. Y de su histórico artículo en Esquire. Un reportaje titulado Miami (traducido y recogido por Anagrama en Ensalada Loca) en el que Ephron viajó hasta la convención demócrata de la ciudad de 1972 y aireó, ojo avizor, la apasionante guerra interna entre las dos mujeres que lideraban la búsqueda de igualdad de derechos. La madre de todos los piques del feminismo. ¿Fue Betty Friedan tan bitchy y amargada como la serie plantea? ¿Era Steinem tan ecuánime y huidiza del conflicto? ¿Qué las separaba realmente?
Más allá de los ataques y bloqueos que recibió la enmienda por parte de antifeministas furibundas, la ERA también sirvió para cimentar la evidente escisión entre vieja y nueva escuela del feminismo de los 70. Con su melena canosa y vestidos cruzados a media pierna, Friedan, cada vez más aislada pese haber fundado la Organización Nacional de Mujeres (NOW) y la Junta Política Nacional de Mujeres (NWPC) sobre la que sustentaba la plataforma, se centraba en poner remedio a los dramas de las mujeres blancas de clase media tras conseguir la separación y no quería que su lucha se infectase de las ‘odia hombres’. Las más jóvenes, con sus ponchos, sus estampados geométricos y chaquetas de peluche se alineaban con las gafas de aviador situadas estratégicamente sobre la melena XXL de la periodista y activista Steinem. Como la editora de Ms., exigían la libertad para las lesbianas, clamaban por el derecho al aborto y los de las mujeres racializadas. Esto fue mucho más que una simplista y reduccionista pelea de gatas. Aunque una trató de esquivar el conflicto con bastante más ahínco que la otra, la batalla entre Steinem y Friedan simbolizaba un salto generacional ideológico y de poder político dentro del propio movimiento. La hija matando a la madre. Y nada mejor que la pluma de Nora Ephron para narrarlo.
«La única remotamente chic del movimiento es Gloria»
«Estoy harta y aburrida de eso de la-madre-de-todas-nosotras», relataría la propia Betty Friedan a Ephron en el icónico reportaje, francamente cansada de ser presentada como el dinosaurio de la habitación cada vez que la abogada y congresista demócrata Bella Abzug, bajo su eterno sombrero, se amarraba más a Gloria que a la fundadora de todo el tinglado en los actos públicos. «Betty tiene toda la razón» añadiría Ephron, «desde luego: en el movimiento feminista difícilmente puede tomarse como un cumplido el que le llamen a una madre de algo. Y lo que significa en este contexto, no nos equivoquemos, es que Betty, después de dar a luz, debe cortar el cordón. Escuchar. Callarse. Al menos, retirarse graciosamente al papel de ciudadana jubilada, profesora honorífica. Betty Friedan no tiene intención de hacer algo así. Es su hijo, demonios. Su movimiento. ¿Cómo va a quedarse sentada y quieta y permitir que una hermosa y esbelta dama se lo lleve?».
La esbelta dama era Gloria Steinem. Alérgica al matrimonio, de espíritu nómada, activista, periodista, fundadora de la revista Ms. y, según la describiría Ephron, «la única cosa remotamente chic relacionada con el movimiento». El huracán Gloria. La melena prodigiosa que se había infiltrado de incógnito como conejita en Playboy para denunciar las míseras condiciones de las trabajadoras de Hugh Hefner a principios de los 60 y erigida en los 70 en la activista más atractiva de EE UU. Ella odiaba que la redujeran a la cara bonita del movimiento. «Como Jane Fonda, se ha consagrado a la lucha de un modo un tanto aterrador y casi sobrecogedor; está pidiendo que la tomen en serio, y eso es una exigencia que sus detractoras, que prefieren etiquetarla como la izquierda exquisita, no pueden soportar concederle», diría Ephron de ella.
Steinem detestaba la idea de que le pusieran el micro por estar buena. Aunque en la serie su personaje todavía no ha transformado su armario y hasta la fecha hemos sido testigos de unos más que envidiables minichalecos, abrigos de pelo, botas de cordones hasta la rodilla, batas setenteras ultrasexys y manicura de garra; en realidad, Steinem abandonó toda estridencia en aquella época para ganarse la confianza de los críticos. Desechó los estampados de Pucci, las faldas cortas y los anillos David Webb para que no se frivolizase con ella. «Ahora lleva vaqueros y sencillos niquis de manga corta; y a menudo lleva el mismo atuendo dos días seguidos. Lleva las uñas tan largas como siempre, pero sin limpiar, y los dedos desnudos. Y sobre todo, proyecta una atmósfera tranquila, pacífica, sosegada. Su humor es suave y moderado», apuntaría Ephron.
Nada que ver con Friedan. Ephron destacaría que gritaba a oídos de todos en la convención de Miami que estaba «muy enfadada con Gloria». Voceaba a diestro y siniestro que Steinem estaba «destrozando el movimiento». También reveló que Friedan llamaba todos los días al cuartel general de la NWPC «al sórdido hotelucho Betty Ross, amenazando con convocar una rueda de prensa para denunciarlas: todos los días […] las líderes del movimiento aguardaban, presas de una suerte de fascinación y espanto, por ver por dónde saldría Betty Friedan».
Friedan se vengaría de ellas en 1973 firmando un sonado artículo por el décimo aniversario de La mística de la feminidad donde aprovechó la tribuna para atacar a Steinem y Azbug en The New York Times: «Las peturbadoras del movimiento feminista fueron las que trataban continuamente de forzar el lesbianismo o el odio hacia los hombres». Las perturbadoras, según Friedman, también eran Kate Millett o Flo Kennedy.
«La antipatía duraría años», recordaría sobre esta guerra abierta en apenas unas tres páginas de sus memorias la propia Steinem en Mi vida en la carretera (editadas por Alpha Decay y traducidas por Regina López en 2016). Una cuantas décadas después, y con Friedan muerta y enterrada, Steinem zanjaba el asunto y rompía su silencio. Allí deja claro que ella nunca quiso ser portavoz ni liderar la NWPC (como se puede observar en la serie), pero que de poco le sirvió. «Todavía no había aprendido yo que, al evitarlos, solo consigues que los conflictos vayan a buscarte». En su libro, Steinem destaca que la animadversión que tenía Friedan hacía ella rozaba lo pesadillesco. «Había dejado claro en los medios de comunicación desde hacía varios años que su opinión de que Bella (Azbug), Kate Millett, yo y muchas otras estábamos perjudicando el movimiento al respaldar las causas de las lesbianas, las madres dependientes del sistema y otros colectivos que ella consideraba al margen del mainstream«.
Steinem asegura que Friedan les acusó de «sacar tajada del movimiento» y que incluso se negó a estrechar la mano a su madre cuando Millie Jefferson, líder sindicalista, las presentó. «Yo jamás entraría al trapo, ni en persona ni en prensa, creyendo que eso solo alimentaría el estereotipo de que las mujeres no nos llevamos bien, y por ese motivo Friedan no me tenía ningún miedo y se ensañaba todavía más».
En la serie, para limar asperezas, Steinem llama a Friedan por teléfono y le da las gracias por todo lo que ha hecho. En la vida real, la activista únicamente tuvo la deferencia de poner en sus memorias que el cabreo de Friedan era justificado. «La autora de La mística de la feminidad –un libro que salvó de la locura a millones de amas de casa tituladas que en sus barrios residenciales se decían ‘tiene que haber algo más en la vida’– había sido coronada por The New York Times como ‘la madre superiora de la liberación femenina'». Otra vez «la madre de todas». La etiqueta que más la sacaba de quicio. Ni hasta después de muerta pudo quitársela.