Por qué todos quieren copiar el estilo de la realeza
El efecto Meghan no es nuevo. La fascinación por la nobleza ha espoleado la maquinaria de la industria de la moda desde sus inicios.
Ya lo sabía Rose Bertin, la marchante de modas de María Antonieta que hizo buen negocio de ello: la vestimenta de la realeza vende, y mucho. “Su papel simbólico, especialmente por ser simbólico, históricamente ha implicado ejercer de valla publicitaria de la industria de moda nacional”, señalaba la crítica de The New York Times, Vanessa Friedman, en un artículo refiriéndose a la influencia de la reina Letizia. El recurso era conocido...
Ya lo sabía Rose Bertin, la marchante de modas de María Antonieta que hizo buen negocio de ello: la vestimenta de la realeza vende, y mucho. “Su papel simbólico, especialmente por ser simbólico, históricamente ha implicado ejercer de valla publicitaria de la industria de moda nacional”, señalaba la crítica de The New York Times, Vanessa Friedman, en un artículo refiriéndose a la influencia de la reina Letizia. El recurso era conocido hasta por Napoleón, que utilizó la proyección de Josefina Bonaparte (emperatriz, pese a no tener sangre real) para reactivar la poderosa industria textil francesa a principios del siglo XIX.
La moda tiene mucho de fantasía, casi tanto como reinas y princesas, que evocan un mundo ajeno y mágico, alejado de la cotidianidad, en el que evadirse y al que aspirar. Una fuente de inspiración transversal de la que beben tanto firmas de lujo como grandes cadenas. Sin ir muy lejos, la tienda online Asos publicaba esta misma semana su nueva campaña: Party like a royal. “Esta temporada, los looks de fiesta se han tomado muy en serio el protocolo real”, dicen en un editorial que busca plasmar “lo que te pondrías para un ‘sarao’ con la reina”.
Las propuestas «reales» triunfan también, con distintos enfoques, en las últimas colecciones de firmas como Dolce & Gabbana, Erdem, Moschino, Rodarte o Valentino. Precisamente esta última sabe bien las demandas de un armario real: la casa ha vestido tradicionalmente a las monarquías europeas (de la reina Sofía a Máxima de Holanda o Magdalena de Suecia). El público busca tanto emular un estilo barroco y aristocrático como copiar directamente su vestuario pieza a pieza. Tampoco es nuevo: “La gente siempre ha querido tener los vestidos que ha llevado la realeza. Antes, por ejemplo en la época de la princesa Alexandra, las mujeres de la corte les pedían a sus modistas que les hicieran algo similar; luego lo copiaban los círculos aristocráticos y después terminaba filtrándose al gran público. La fascinación sigue existiendo hoy, pero ahora es más inmediato, va directo a las tiendas”, explicaba en BBC Elly Summers, la comisaria de la exposición Royal Women (hasta el próximo 28 abril en el Fashion Museum de Bath).
En Reino Unido es un fenómeno especialmente acuciado: antes de Meghan, Kate o incluso Diana estuvo por ejemplo la princesa Alexandra de Dinamarca (reina consorte con Eduardo VII) a la que hace referencia Elly Summers. La nuera de la reina Victoria es la responsable entre otros del auge del choker (cuenta la leyenda que lo utilizaba para cubrirse una cicatriz en el cuello). También de la implantación del corsé Swan-Bill, que alteraba la postura para no oprimir tanto el abdomen (pero curvaba la espalda) o del triunfo de la sastrería entre las mujeres. “Fue un icono de moda, la gente copiaba lo que llevaba”, cuenta Summers, “forjó su estilo, estuvo muy involucrada en crear una imagen propia y fue una trendsetter”.
Un poder de influencia que han heredado las actuales duquesas de Cambridge y Sussex. Una búsqueda rápida en Google del estilo de Meghan Markle en inglés arroja 123 millones de resultados. Una cifra esquizofrénica que aumenta en varios miles cada día. No es simplemente información: el público está ávido de copiar literalmente sus estilismos. Solo con la aparición tras su pedida de mano hace un año, la exactriz logró que colapsara la web de Line, la marca que firmaba su abrigo blanco. Ha conseguido que el tráfico a la tienda online de la joyería Birks se incremente un 400%, ha descubierto innumerables marcas con carácter y, como su suegra Lady Di, ya puede presumir de tener un bolso con su nombre. El modelo Meghan, de Strathberry que se vende a unos 600 euros. Aunque la lista de espera es interminable. ¿El alternativa? Pujar por las ediciones que lanza a subasta con fines benéficos la casa que fabrica en Ubrique. Eso sí, el precio se multiplica. En la última llegó a alcanzar los 2.000 euros. Porque nadie dijo que subirse al trono fuera fácil… ni barato.