Un talismán llamado Inma Cuesta
Raza, temperamento, los pies en el suelo y las ambiciones colmadas. La actriz, que celebra una década de éxitos en nuestro cine, encarna la belleza clásica española por los cuatro costados.
Se recuerda a sí misma, a comienzos de la década de los 90, con tan solo 11 años, jugando con sus hermanos Fátima y Diego, de siete y cinco respectivamente. En aquel entonces Inma vivía en la casa familiar de Arquillos, un pueblo de 1.200 habitantes a 70 kilómetros de Jaén. En su habitación, la pequeña escenificaba las películas que haría de mayor y los personajes que interpretaría. Y explicaba a Fátima y a Diego que, en ellas, cantaría y bailaría como Concha Velasco o Marisol, sus ídolos infantiles. Sus hermanos se reían y pensaban que, como tantas otras veces, soñaba despierta. «Lo tenía cla...
Se recuerda a sí misma, a comienzos de la década de los 90, con tan solo 11 años, jugando con sus hermanos Fátima y Diego, de siete y cinco respectivamente. En aquel entonces Inma vivía en la casa familiar de Arquillos, un pueblo de 1.200 habitantes a 70 kilómetros de Jaén. En su habitación, la pequeña escenificaba las películas que haría de mayor y los personajes que interpretaría. Y explicaba a Fátima y a Diego que, en ellas, cantaría y bailaría como Concha Velasco o Marisol, sus ídolos infantiles. Sus hermanos se reían y pensaban que, como tantas otras veces, soñaba despierta. «Lo tenía clarísimo. Realmente lo creía. No es que yo fantaseara con eso: es que sabía que iba a ser así», dice Inma Cuesta.
Y así fue. Su visión se transformó en realidad. No en vano en su familia la apodan la bruja, y durante la sesión de fotos de este reportaje somos testigos de sus artes adivinatorias. Sentada en el camerino del estudio, nota que la maquilladora está embarazada de cinco meses, le mira la barriga y le dice: «Va a ser una niña. Lo sabes, ¿no?». La futura madre asiente sorprendida. «Esas cosas se ven», añade la actriz.
Pendientes de oro blanco y diamantes de Suárez, collar rígido de oro blanco y diamantes de Nicol’s, cruz de diamantes sobre platino y dos cadenas en plata de ley de Tiffany & Co.
Sergi Pons
A sus 33 años, Cuesta ha sido capaz de alcanzar buena parte de sus objetivos siguiendo un mismo lema en su vida: tirarse a la piscina. Eso sí, siempre ha sabido muy bien qué es lo que quiere y lo que no, separa el grano de la paja y hace caso, en un 50%, a su razón y a su instinto. Mientras explica su trayectoria se da cuenta de que se cumplen 10 años de su llegada a Madrid. Dos han sido las películas que han marcado su carrera en esta década: La voz dormida y Tres bodas de más, dos largos muy distintos que le han valido sus dos nominaciones al Goya como Mejor actriz. «Siempre tengo miedo de no estar a la altura, pero cuanto más miedo tengo menos freno me pongo. Me pasa con las cosas que, intuitivamente, sé que van a ser importantes, porque eso, en el fondo, se sabe».
Acaba de grabar la sexta temporada de la serie Águila roja (TVE) y el filme Las ovejas no pierden el tren de Álvaro Fernández Armero (donde es esposa de Raúl Arévalo, hermana de Candela Peña e hija de Kiti Mánver). Pero su mayor temor ahora es interpretar a la protagonista de La novia, el segundo largometraje de la directora Paula Ortiz, una adaptación libre de la obra Bodas de Sangre de Federico García Lorca. «Es el Shakespeare español, y yo me lo he comido y bebido desde chica. Tenía una edición antiquísima que me regaló mi tío Diego, en la que me escribió: “Para ser una gran artista tendrás que coger la vida por los cuernos”. Y eso es justo lo que he tratado de hacer».
Vestido de tul de Blumarine y pendientes y sortijas Garzas de oro amarillo y diamantes, todo de Carrera y Carrera.
Sergi Pons
Aptitudes de hechicera aparte, lo que no se le puede negar a Inma es su buen ojo para escoger sus trabajos: la suma de la recaudación de sus películas en 2011 la convirtió en la actriz española más taquillera del año; entre los tres títulos que estrenó en 2012 se pueden reunir 39 candidaturas a los Goya y Tres bodas de más fue, en 2013, el filme español más visto de la temporada. «No me paro a pensar en cómo he hecho las cosas. Sé que he sido valiente en algunos momentos, pero también he tenido mucha suerte: tengo una estrella en la frente. Hay compañeros de mi escuela que siguen en Madrid buscando representante, subsistiendo como pueden. Lo mío es una excepción», reconoce. Fue valiente, por ejemplo, al abandonar su primer trabajo en pleno éxito, el musical Hoy no me puedo levantar. «Me fui con una mano delante y otra detrás, con 1.500 euros de hipoteca. Pero sentía que se había acabado para mí. Y eso que fue la primera vez que me gané la vida como actriz… Pasé dos meses pensando que nada me saldría bien, pero llegó un trabajo, luego otro, y hasta hoy».
En plena conversación, suena el teléfono. Es su padre –Diego, también– que llama para ponerla al día de cómo está su sobrina, que acaba de nacer. En Arquillos, Inma aún es la hija del tapicero, la que aprovechaba los fines de semana para recoger los trozos de tela que sobraban en el taller, coserlos, ponerles una cremallera y convertirlos en bolsos que luego vendería a sus colegas de la Escuela de Arte Dramático en Córdoba, donde estudió. «Mi madre siempre me dice que de niña era muy payasa y que me encantaba imitar a todo el mundo. Al parecer, incluso una vez me subí a una mesa y casi hago un striptease… Una vez y nunca más, claro», relata con risa perpleja.
Body de Veronique Leroy, pendientes y anillo Camaleón de oro blanco oscurecido con tsavoritas, rubíes y zafiros, todo de Boucheron.
Sergi Pons
Los vecinos de su pueblo se han convertido en sus más entregados admiradores. «Cuando terminé la obra de teatro ¡Ay, Carmela! en Jaén vinieron varios autobuses desde Arquillos y trajeron imágenes y medallas de San Antón, nuestro patrón, para todo el mundo». La gente la recibe con los brazos abiertos, casi nada ha cambiado: «Bueno, ahora me saludan personas que antes no lo hacían porque no me conocían. Me da vergüenza porque no sé cómo reaccionar, pero intento tomármelo como algo normal porque siempre recibo alegría y cariño. Antes, sin embargo, en el pueblo pasaba muchas tardes solitarias en la azotea de casa con mi guitarra. Era el único lugar desde el que veía la luna, donde siempre me he sentido segura». En ese mismo sitio todavía atesora cajas con cientos de recuerdos, desde una botella de agua con arena de una playa a textos que algún día redactó: «Nunca he escrito un diario, pero sí he plasmado algunos pensamientos en papel y he hecho algunos dibujos. Aún me gusta verlos cuando voy».
La familia Cuesta era humilde y su hija mayor no podría haber estudiado de no ser por las becas recibidas. «Creo que me dieron la primera en preescolar y no dejé de tenerlas hasta que terminé la carrera. Me preocupa mucho la situación actual en la que contar con ayudas económicas no es tan viable. Ya no se trata de tener más o menos oportunidades. El problema es que están haciendo que los jóvenes pierdan lo último que se le puede quitar a un ser humano: la esperanza. Como no hay salida, ¿para qué formarse? Me parece muy preocupante. La cultura va mal, pero aún peor está la sanidad o la educación. Sin una buena formación no hay inquietud para pisar un cine o un teatro. No se dan cuenta de que el problema es global».
Pendientes del siglo XVIII realizados en oro y granates de Bárcena y bañador de H&M.
Sergi Pons
Inma estudió en Córdoba, de ahí se fue a realizar unos cursos a Sevilla y una beca de teatro musical la trasladó a Madrid. «El dinero se acababa, pero yo pensaba: “Menos volver, lo que sea”. Así que me puse a trabajar en Cortefiel y me pareció la bomba». Pasaron unos meses hasta que se presentó (ella y 2.000 aspirantes más) a las pruebas para conseguir un protagonista en el musical de Mecano. Y fue una de las elegidas.
Aquello cambió su vida. Hoy es una de las actrices más solicitadas del país y también una de las más deseadas. «Bueno, yo nunca me he sentido así. Puedo considerarme graciosa, avispada, pero… ¿sexy? En las fotos que hemos hecho para este reportaje me veo mona. Pero, claro, te ponen el pelo precioso, los ojos ahumados, te tratan la piel… De repente, hasta pareces guapa. Pero a mí por la calle nadie viene a decirme que estoy tremenda. Todo lo contrario».
Llegados a este punto de la conversación, desaparece Inma y aparece la Cuesta y su carácter (que lo tiene, y mucho) concentrado en su 1,59 centímetros. «Yo soy actriz únicamente en el set, fuera casi se me olvida, hasta el punto de meterme un viernes en hora punta en un Zara. Solo entonces me doy cuenta de que la gente se gira y pienso: “Eres tonta, ¿cómo se te ocurre?”. Pero mira, solo así te pasan cosas tan curiosas como que se te acerque alguien y te diga sin medias tintas que no eres para tanto. A eso, yo respondo: “¡Pues claro, señora, es que yo no voy a diario con el corsé y los rizos al viento!”. El otro día hubo una persona que me comentó que le parecía muy graciosa, simplemente porque estaba tomando algo en un terraza, “como cualquiera”, me dijo. Yo, la verdad, no sé si es que antes las artistas se tomaban los refrescos en lugares privados…».
Collar Serpenti de oro blanco con dos diamantes en forma de pera y pavé de diamantes y pendientes Serpenti de oro blanco y pavé de diamantes, todo de Bulgari.
Sergi Pons
Cuesta entiende que haya quien se interese por ella, especialmente cuando se emite la serie Águila roja, que entra en el hogar de casi siete millones de personas. «Yo también he tenido encuentros con gente a la que he admirado. Hace unas semanas, vi a Luz Casal y me aparté de su paso pensando que no se acordaría de mí y de otras veces que nos hemos visto. Pero no, ¡resulta que ella venía a saludarme! La he podido escuchar mil millones de veces, así que en ese momento soy su fan absoluta, aquella que fue a su concierto en 1996. Todavía guardo la entrada».
El éxito de Inma probablemente resida en su naturalidad: «Creo que soy muy noble y tengo buen corazón. Pero eso sí, como me quieras pisar no te vale ni la Macarena, así seas King Kong. La gente no debería dejarse amedrentar, nadie lo merece. Como decía mi abuela: “Si las hormigas se revuelven, ¿no lo voy a hacer yo?”». Y cuando se le olvida o se siente insegura, recurre a una imagen: «Pienso en aquella niña de 11 años que tenía claro que iba a ser actriz, e imagino que estuviera aquí viéndome, flipando, cantando y bailando en un teatro, rodando películas y ganándome la vida, tal y como ella quería. Entonces voy, y piso el escenario como un toro».