Tino Casal, el rey embrujado
Ideaba sus propios estilismos, inspirado en los héroes de cómic y en las revistas de tendencias británicas. Sus amigos recuerdan su espíritu provocador y su creatividad que aplicaba a su música, a la pintura y al diseño de moda.
La lluvia le corría el maquillaje a lo Blade Runner. Eran las seis de la mañana en Madrid y había cerrado la sesión de Voltereta. «Parecíamos muñecas del infierno», recordaba en una ocasión Antonio Villa-Toro. «En eso, siete ejecutivos salen de una boca de metro y se quedan petrificados mirándonos. Y Tino, de repente, se vuelve hacia ellos y les grita: “¡Maricones!”. Creo que todavía siguen allí».
Pepe Rubio, diseñador de moda e íntimo amigo de Tino Casal, confirma la anécdota. «No vestía a la moda, era una expresión de su personalidad y un modo de protesta, una ruptura con lo forma...
La lluvia le corría el maquillaje a lo Blade Runner. Eran las seis de la mañana en Madrid y había cerrado la sesión de Voltereta. «Parecíamos muñecas del infierno», recordaba en una ocasión Antonio Villa-Toro. «En eso, siete ejecutivos salen de una boca de metro y se quedan petrificados mirándonos. Y Tino, de repente, se vuelve hacia ellos y les grita: “¡Maricones!”. Creo que todavía siguen allí».
Pepe Rubio, diseñador de moda e íntimo amigo de Tino Casal, confirma la anécdota. «No vestía a la moda, era una expresión de su personalidad y un modo de protesta, una ruptura con lo formal. Era muy coherente en todas sus manifestaciones: dormía de día, salía de noche y su ropa era justamente para eso». Si iba al banco a hacer una gestión, lo hacía de esa guisa. «Pero no éramos ningunos payasos: había mucha información detrás de todo aquel estilismo. Era una caricatura de los cómics, mezclada con lo barroco del espectáculo. Comprábamos revistas británicas y Tino se inspiraba mucho en la ropa que salía en ellas». Pero siempre les añadía elementos. «Tenía un armario repleto de botones, tachuelas, plumas, pedrería y lentejuelas», cuenta Carmen Toro, su modista. Artista polifacético, era músico, pintor, escultor y diseñaba sus propios trajes y accesorios.
Antes de trabajar con Carmen, era Pepe Rubio quien llevaba a la práctica sus invenciones textiles. «Pero al final había cierta rivalidad creativa: él tenía muy claro cuál tenía que ser el efecto final, por eso le recomendé a La Carmen», reconoce. Julián Ruiz, su productor, lo ve de otra manera: «¡Tino era mejor que él!», ríe. «Entonces no había cultura de comprar a diseñadores caros y las modistas eran de arreglos, tenían una visión demasiado clásica de la ropa. Era todo más casero. Tino y Pepa, su novia [que actualmente cose piezas para el teatro], eran mucho de hacerse los trapitos ellos mismos», recuerda Rubio.
Cuando íbamos a la playa de Ibiza, además de tomar el sol, nos cosíamos lo que íbamos a llevar esa misma noche a Amnesia. Él usaba una chaqueta que se había comprado en un mercadillo en Londres y le ponía pedrería en las solapas. Todo tenía que tener mucho brillo». Algunas de esas piezas están guardadas en casa de Julián Ruiz. «Me la regaló porque sabía que la apreciaba». Según dijo Casal en una entrevista: «En España la gente no se viste, se reboza».