Sol Picó, revolución sobre punta
Que la danza era su vida lo tuvo claro desde la infancia. En los armarios de su hogar, el vestuario de sus espectáculos habita entre sus pertenencias.
La llaman muchas madres de Alcoy consultándole dónde llevar a sus hijas para que estudien la carrera de danza. «Cómo ha cambiado todo», comenta. De su promoción, solo ella y otra compañera –ahora profesora– han podido seguir su vocación. «Recuerdo la cara de extrañeza de mi padre cuando manifesté la intención de ser bailarina. Bailar de niña, bien, pero hacer de eso una carrera profesional no se entendía entonces». Su sólida formación en danza clásica y en técnicas contemporáneas –Martha Graham, Dorothy Moses Alexander, Merce Cunningham– y sus estancias en París y Nueva York...
La llaman muchas madres de Alcoy consultándole dónde llevar a sus hijas para que estudien la carrera de danza. «Cómo ha cambiado todo», comenta. De su promoción, solo ella y otra compañera –ahora profesora– han podido seguir su vocación. «Recuerdo la cara de extrañeza de mi padre cuando manifesté la intención de ser bailarina. Bailar de niña, bien, pero hacer de eso una carrera profesional no se entendía entonces». Su sólida formación en danza clásica y en técnicas contemporáneas –Martha Graham, Dorothy Moses Alexander, Merce Cunningham– y sus estancias en París y Nueva York se transmiten en el carácter iconoclasta de sus espectáculos. Taconear con sus zapatillas de punta rojas –o con modernos diseños– le caracteriza. Sus propuestas, de lírica profundidad, son una mezcla de ironía, crítica, humor, sensibilidad y ejecución impecable. Sol Picó es impredecible dentro y fuera del escenario.
«El mundo de la moda me atrae, me ha gustado siempre. No solo por lo que significa de disfraz, sino por la idea de vestirme en cada momento según lo que fuera a hacer», explica. De pequeña le encantaban prendas muy concretas. «Mi madre y yo solíamos estar de acuerdo. Me ponía vestiditos, pero nada de puntillas ni lazos. También llevaba muy contenta unos shorts del mismo color que la falda, que me hacía una amiga suya. Veo las fotos y me encuentro graciosa», comenta. Los vestidos siguen siendo ahora su prenda favorita. «Recuerdo uno largo que tenía a los 17 años. Lo llevé muchísimo porque me sentía muy bien con él, como una reina».
No podía faltar la típica época de zapatillas deportivas y vaqueros. «Las Adidas no me las quitaba ni para dormir, creo que fue el único encontronazo que tuve con mi madre. Mi tía Elvira, de Alcoy, que es guapísima y muy elegante, también me decía: “Marisol, haz el favor de hacer caso a tu madre y con el abrigo ponte zapatos”. Pero yo, rebelde, ni caso».
Los taconazos son su medio natural. «Lo mío son los andamios, hay quien dice que acabaría yendo en puntas por la calle. De hecho, en el punto álgido de las puntas es cuando más alta estoy. Es genial». Y en la calle le gusta disfrazarse. «A estas alturas sé qué es lo que me queda bien. Nunca me verás con un pantalón largo y ancho porque no le va a mi altura. Mi armario está lleno de faldas, vestidos –ni cortos ni largos–, camisetas y pantalones ajustados, mucho color y mucho estampado. Conozco lo que me favorece, pero no tengo prejuicios», afirma.
Petra, la mujer araña, y el putón de la abeja Maya, inspirada en el mundo de Fassbinder, es su último espectáculo. Con él lleva meses actuando y viajando por Europa, pero ya le da vueltas al siguiente, con el título provisional de Arroz tres delicias. Una reflexión sobre la pérdida que hará con dos bailarines, Valentí Rocamora y Carlos Fernández. «Se trata de un trío especial sobre quitarse las mochilas, los vacíos y huecos que quedan… El mundo que vivimos ahora. Perder para renacer y la dureza que todo ello conlleva». Lo estrenará en noviembre en el Festival Temporada Alta de Girona.
La Piconera es su lugar de trabajo. Sede de la compañía, este antiguo garaje acoge la gran sala de ensayos, donde se hacen otras actividades relacionadas con la danza. «Poco a poco me gustaría abrirlo a nuevas experiencias. De momento, trabajamos con niños y con mayores», explica. A pocos metros, su casa. Un ático inundado de luz que mira al mar. «La obsesión era encontrar un piso con terraza y, al entrar, la explosión de luz nos cautivó. Como no soy de Barcelona, no tengo ningún apego a un barrio concreto». Poble Sec, donde vive casi por casualidad, parece ser el entorno perfecto. «Vamos mucho al teatro y aquí tenemos muy cerca el Paralelo, el Teatre Lliure de Montjuic y el Teatre Grec», nos dice. En un radio corto, tiene la mayoría de los teatros de la ciudad.
En La Piconera guarda el extraordinario vestuario de todos sus espectáculos. «Dado que el mundo del personaje me interesa mucho, la ropa es básica en mi trabajo porque delimita al personaje que interpreto». Suele prepararlo con Valeria Civil, la responsable de vestuario, una mujer con una gran fantasía. «Respecto al movimiento, no es lo mismo bailar con un vestido vaporoso, que propicia las vueltas y los giros, a bailar con un pantalón y una camiseta donde el cuerpo está apretado y el movimiento parece de autómata».
Con el vestuario de su espectáculo Amor-Diesel.
Pere Peris
En las entregas de premios es donde suele dar el campanazo. «Es una ocasión muy estimulante para disfrazarte. En mi primer Max, con Bésame el cactus, llevé un vestido negro de Dolce & Gabbana, una faja estrecha apretada y unas botas rojizas que me compré en Sicilia cuando estaba de gira». Sus botas fetiche. «Al cabo de dos meses de comprármelas, hace ya 10 años, empezaron a darme premios y no han parado. Les tengo un amor especial».
El vestido baby doll de plástico negro con una calavera blanca fue otro de sus atuendos más comentados. «Lo compré en una tienda gótica de Barcelona donde consigo muchas cosas». También recuerda bien la entrega de 2010 por El llac de Les Mosques. Se vistió como una cigarrera, con una faldita con estampado de fresas y unas botas altísimas. Un look muy desenfadado que contrastó con el serio discurso sobre la SGAE que pronunció. «Sí, mi imagen era frívola y entré en un discurso muy serio, que ni yo misma esperaba, pero me obligaron las circunstancias».
Este doble perfil, sin embargo, la acompaña a menudo. Bajo la ironía, el sarcasmo y el humor, están la crítica y la reflexión. «Soy de Alcoy, he vivido las fiestas de moros y cristianos desde antes de tener uso de razón. La vistosidad y locura del colorido en el vestuario de las fiestas que hay allí es fascinante y creo que lo llevo metido en vena. Ese punto me excita y me acompaña».
Sus perfumes favoritos: Moschino, DKNY y Chanel n?5.
Pere Peris
Sobre la silla, chaleco de plumas de Celia Vela.
Pere Peris
Abrigo de La dona manca, vestido color teja de Diva Divina y vestido negro de Dolce&Gabbana.
Pere Peris
Diez premios Max y dos butacas.
Pere Peris
Las rosas son uno de sus primeros pares de zapatillas de ballet. Las rojas, sus favoritas.
Pere Peris
Fotografías de su infancia junto a su hermano y Gabriel García Márquez.
Pere Peris