‘Quiero ser’, de Sara Carbonero, el bodrio del verano
Se trata un auténtico espacio wannabe. Un “quiero y no puedo”. Una burda imitación de las producciones de Cuatro Cabezas para Cuatro, también del grupo, pero sin su fascinante postproducción
El primero de los 30 capítulos del programa Quiero Ser se emitió anoche y seríamos injustos si no reconociésemos que el enésimo formato de tele realidad de Mediaset hace honor a su título: se trata un auténtico espacio wannabe. Un “quiero y no puedo”. Una burda imitación de las producciones de Cuatro Cabezas para Cuatro, también del grupo, pero sin su fascinante postproducción y con el que Telecinco tampoco pasará a la historia de la audacia televisiva pero sí a la del oportunismo: si estamos reseñando el programa, es porque Sara Carbonero es su ceb...
El primero de los 30 capítulos del programa Quiero Ser se emitió anoche y seríamos injustos si no reconociésemos que el enésimo formato de tele realidad de Mediaset hace honor a su título: se trata un auténtico espacio wannabe. Un “quiero y no puedo”. Una burda imitación de las producciones de Cuatro Cabezas para Cuatro, también del grupo, pero sin su fascinante postproducción y con el que Telecinco tampoco pasará a la historia de la audacia televisiva pero sí a la del oportunismo: si estamos reseñando el programa, es porque Sara Carbonero es su cebo.
De Sara Carbonero podemos decir que su formación la avala para presentar formatos televisivos, pero ha elegido muy mal su regreso. Como se supone que el programa iba a ser sobre moda (hecho que discutiremos más adelante), es obligada la referencia al mono verde camuflaje que llevaba y que anoche resultó del todo funcional para ocultarla. No pronunció más de una docena de coordinadas y eso ha sido lo único inteligente que vimos ayer: hubiera sido imposible que locuacidad de ninguna clase superase el impacto que la inconsistencia, zafiedad y falta de chispa de los protagonistas de Quiero Ser causaron en los pocos espectadores que consiguieron aguantar casi una hora frente a la tele sin cambiar de canal y sin que le paguen por ello.
Cabe preguntarse por qué alguien con las necesidades cubiertas se aviene a participar en semejante ramplonería. Pero todo encaja si pensamos que, igual que el formato persigue fabricar un influencer para el tercer mundo catódico, las ansias de permanencia en aquello que en los noventa se llamó “el candelabro” son inescrutables.
Antes de correr el riesgo de juzgar el programa tomándolo en serio, evaluemos por qué el mundo es hoy un lugar mejor que anoche como puede que piensen los responsables de Quiero Ser. En primer lugar, destacaremos que el formato anticipa, por fin, el pinchazo de la burbuja del coaching, esa disciplina que en cuanto nos descuidemos pasará a formar parte del currículo universitario de lo que quede de la UE. Los profesores-coach contratados para la tarea pedagógica han sido, hasta el momento, tan instructivos como el interior de una chimenea. Habrá que ver si evolucionan sus lecciones pero de momento, su abuso -es un decir- del anglicismo (influencer, it girl, foodies, it girl, fashion, it girl, boyfriend, it, girl, it girl, it girl, etc.) y su lenguaje binario los sitúan en una posición bastante destacada para aparecer en la Wikipedia como los responsables de que el negocio del entrenamiento personal ajeno pase a la historia.
En segundo lugar, hasta anoche no conocíamos a los seis concursantes de Quiero Ser y, ¡qué demonios!, en estos tiempos revueltos no necesitamos referentes ni ejemplaridad, sino gente que nos ayude a caernos mejor a nosotros mismos, que es lo que, suponemos, cualquier coach nos dirá en la primera sesión “eres la/el mejor”, “tú lo vales”, “querer es poder”, etc., etc. Pues bien, los responsables de casting del programa de Telecinco pueden dormir tranquilos o llamar a los responsables de guión tal y como querríamos hacer nosotros para saber si, de verdad, no aprendimos nada de Aída Nízar (de Julio César en la Guerra de las Galias, mejor no hablamos) y sigue habiendo por ahí gente que habla de sí misma en tercera persona. La respuesta, por desgracia, es que sí, pero además hay gente que considera una gran suerte “tener una buena delantera”, gente que presume de tardar dos horas en arreglarse, gente que dice “en plan” nueve veces por segundo, gente que obligó a sus padres a comprarle una corona… Gente con cotas tan altas de complacencia propia y tan bajas de autocrítica que en lugar de un programa de televisión debería apuntarse a un programa de prevención de la imbecilidad.
Por último, desde anoche sabemos por qué la moda es ninguneada en según qué entornos y por qué el futuro de la televisión está en la red. Sobre la primera afirmación, basta con lamentar que Telecinco haya presentado a “los interesados en la moda” como una caterva de ignorantes sobre la misma pero ávidos de un fatuo minuto de gloria. Sobre la segunda, basta con esperar a que se extinga una audiencia a la que reírse del otro, aunque el otro se postule, le resulte estimulante. Falta tiempo y sobran talent shows para eso… que no talento.