Pete Doherty: confesiones de un hijo de la década pasada
El ex de Kate Moss intenta sacarle partido a su reputación de chico malo dentro y fuera de la pantalla.
Ah, 2006. En aquellos lejanos días, los españoles compraban casas pensando que siempre las podrían vender más caras. Nadie sabía qué era la prima de riesgo, ni el iPad ni Justin Bieber. Pero había un hombre del que se conocía cada movimiento. Vestía sombrero pork pie (su tremeda influencia en la industria sombrerera es solo comparable a la de Madonna y el gorro de cowboy de la era de Music, que aun se deja notar en las despedidas de soltera más remotas), era enfermizamente pálido, escribía poemas con su sangre, tenía una novia modelo y no había día que no saliese en los pe...
Ah, 2006. En aquellos lejanos días, los españoles compraban casas pensando que siempre las podrían vender más caras. Nadie sabía qué era la prima de riesgo, ni el iPad ni Justin Bieber. Pero había un hombre del que se conocía cada movimiento. Vestía sombrero pork pie (su tremeda influencia en la industria sombrerera es solo comparable a la de Madonna y el gorro de cowboy de la era de Music, que aun se deja notar en las despedidas de soltera más remotas), era enfermizamente pálido, escribía poemas con su sangre, tenía una novia modelo y no había día que no saliese en los periódicos. Era Pete Doherty, que parece condenado a ser una reliquia de aquella década. Cuando, dentro de diez años, alguien celebre una fiesta temática de los 2000 como hoy se hacen de los ochenta y noventa, más de uno y más de dos coincidirán en el rellano vestidos con una casaca roja y un maquillaje que implique mala vida.
Pero Doherty no se resigna a la irrelevancia. Esta semana se le ha visto en Cannes, donde presentó su primera película como protagonista, la adaptación cinematográfica de la novela Confesiones de un hijo del siglo, de Alfred Musset. Dirige Sylvie Verheyde, que se ganó el respeto de la crítica con su anterior filme, Stella, y, todo indica, corre riesgo de perderla con este filme, que no ha tenido buena recepción en el festival. En parte por su decisión de dar a Doherty un papel que es la versión decimonónica de su imagen pública, un libertino vividor aficionado a los duelos y a las orgías.
La aspereza del día a día de un festival como el de Cannes, con sus interminables colas para todo, su durísimo sistema de castas (hay hasta seis colores de acreditación, que dividen a la prensa en distintos niveles que van de los elegidos, con etiqueta blanca a los últimos de la fila, con etiqueta amarilla), sus horarios draconianos y sus gendarmes y encargados de seguridad, siempre velando por dificultar la vida del asistente, y, este año, la inclemencia de la lluvia y el viento, incrementa día a día el sadismo de los críticos, que a su vez están esperando que llegue una película que realmente odien para liberar así sobre el Word la tensión de la semana. Todo indica que muchos han encontrado lo que buscaban en este drama de época y, sobre todo, en la interpretación de Doherty. La revista Cine Vue publicaba que "Doherty se une a una larga lista de músicos que son terribles actores". The Guardian da al filme una estrella sobre cinco (no aceptan media) y califica el papel del ex-Libertine de "catastrófico" y The Hollywood Reporter cree que "es difícil recordar a un actor que se sienta más incómodo en la pantalla".
El rodaje del filme también fue tumultuoso. Doherty declaró el pasado abril al New Musical Express que él y la coprotagonista, Charlotte Gainsbourg, mantuvieron un romance y que ella incluso dejó a su pareja, el director de cine Yvan Attal, con quien tiene una hija, para trasladarse a Londres con él. "Pero, por decirlo de alguna manera, cuatro días más tarde ya se había ido. Creo que no estaba acostumbrada a mi estilo de vida", dijo el músico a la revista.
Gainsbourg no ha estado en Cannes presentando el filme, pero sí la modelo y actriz Lily Cole y el propio Doherty, que se ha esforzado por mantener su imagen de chico malo. El músico, que ha ganado bastantes kilos desde los días en los que salía con Kate Moss, se presentó a una entrevista con el programa de la televisión francesa Le Grand Journal con una botella de whisky en la mano y acudió a varias entrevistas del lunes con la misma ropa que llevaba el domingo. Se sabe que estuvo de fiesta en el Nikki Beach Club, una de las discotecas playeras de la ciudad, y que el sábado dio un concierto privado en una fiesta patrocinada por una marca de joyas. Además, declaró a varios medios que "Cannes es como una violación". Al parecer los sentimientos entre él y el festival son mutuos.