Martina Navratilova: leyenda del tenis, icono lésbico y ahora pareja de Gwyneth Paltrow en televisión
La ganadora de 18 títulos de Grand Slam, que tuvo que pedir asilo político para poder competir y fue una de las primeras estrellas en declarar públicamente su homosexualidad, interpreta a la sorprendente amante de Gwyneth Paltrow en la serie ‘The Politician’.
Algo va mal en este mundo cuando, al teclear en Google las palabras ‘Martina Navratilova Politician’, uno de los primeros resultados que arroja el buscador es un artículo del periódico británico Metro con el titular, ‘¿Quién es Martina Navratilova, la amante de Gwyneth Paltrow en la serie de Netflix The Politician?’. La cuestión, a la altura de ‘¿Quién es Michael Jordan, el compañero...
Algo va mal en este mundo cuando, al teclear en Google las palabras ‘Martina Navratilova Politician’, uno de los primeros resultados que arroja el buscador es un artículo del periódico británico Metro con el titular, ‘¿Quién es Martina Navratilova, la amante de Gwyneth Paltrow en la serie de Netflix The Politician?’. La cuestión, a la altura de ‘¿Quién es Michael Jordan, el compañero de equipo de Bugs Bunny en Space Jam?’, es, más allá de sus manifiestas intenciones SEO, la desesperanzadora prueba de los flagrantes lapsos de memoria que asolan a la opinión pública en lo referido a las leyendas del deporte –no futbolísticas–. Porque sí, Martina Navratilova es la sorprendente amante de Paltrow en la recién estrenada ficción pero, además, es la ganadora de 18 títulos de Grand Slam, un icono pionero en la lucha por los derechos de las homosexuales y la protagonista de una historia que bien podría ser la materia prima de una gran serie de televisión. Si tú también descubres ahora a la tenista, esto es todo lo que deberías saber de ella (sin spoilers).
The Politician narra la lucha sin cuartel de un adinerado estudiante (Ben Platt) por ser elegido presidente del Consejo Estudiantil de su instituto. Su madre, a la que da vida Gwyneth Paltrow, tiene una relación extramatrimonial con Brigitte, una amazona interpretada por la tenista nacida en Praga. Una sorprendente decisión de casting que, teniendo en cuenta las cuestionables dotes dramáticas de Navratilova y lo breve de su intervención, no parece sino un homenaje por parte del creador, Ryan Murphy (Glee, American Crime Story), a uno de los referentes fundacionales de la comunidad LGTB. Cuando una tuitera preguntó a la deportista si volvería a repetir en una hipotética segunda temporada de la ficción, esta acompañó su afirmación con una confesión sintomática: “Es divertido hacer de otra persona, no tienes que ser responsable de lo que dices”. A sus 62 años, seguro que la deportista encontró alivio en despegarse, al menos durante unas pocas escenas, de la tremenda responsabilidad que ha supuesto ser Martina Navratilova durante las últimas cuatro décadas.
Con solo 18 años ella ya era calificada como «un prodigio» y una de las tres mejores jugadoras del mundo. Un éxito súbito e internacional que también se convirtió en su condena, amenazada por el gobierno comunista checoeslovaco con “cortarle las alas” si el proyecto se escapaba de sus manos. La jugadora tenía que dar el 20% del importe de sus premios a unas autoridades que controlaban hasta el extremo su calendario y sus viajes, temerosos de que la joven se “americanizara” demasiado. Otros atletas antes que ella habían tenido que abandonar su carrera deportiva sin mayor explicación que una carta gubernamental. La noche previa a viajar hacia el US Open de 1975 su padre le rogó que “no volviera jamás”. Navratilova pidió asilo político a las autoridades estadounidenses y, a pesar de pasarse la mayor parte de la competición encerrada en su habitación junto a agentes del FBI y funcionarios de la oficina de inmigración, logró llegar hasta las semifinales del torneo. La propaganda comunista la convirtió en una traidora en su país de origen, retirándole una nacionalidad que no recuperaría hasta casi tres décadas después. Ella repetía incansable el mismo argumento en su defensa: “Yo solo quería libertad”.
Una vez en suelo estadounidense, y mientras arrasaba en el circuito femenino con una autoridad solo comparable a la ejercida después por Serena Williams, Navratilova fue una de las primeras deportistas en declarar públicamente su homosexualidad. No sin un coste. Durante los primeros años de su carrera y al igual que predecesoras como Billie Jean King, en esos tiempos en los que las atletas lesbianas confundían de forma deliberada a sus amantes con sus asistentes, trató de desviar la atención sobre su vida privada. Lo hizo, según confesó, por miedo a perder la nacionalidad estadounidense y a asestar un golpe fatal al circuito femenino. Firmas patrocinadoras como Avon, la marca distribuidora de productos de cosmética, había amenazado con retirar su inversión publicitaria si Martina salía del armario. “Ella fue el primer ejemplo a seguir para mi generación de lesbianas. Veías de repente a una mujer con una inmenso talento, feminista convencida y que incluso contaba con el respeto de los deportistas masculinos. Pensabas que si ella lo había conseguido después de todo por lo que pasó, tú también podías”, escribía la autora Julie Bindel en The Independent.
Pese a que no fue oficial hasta finales de los ochenta, su homosexualidad era un secreto a voces en las pistas. Perdió contratos de patrocinio millonarios, fue abucheada en decenas de partidos y hasta otra de las más legendarias jugadoras de la historia, Margaret Court, hizo de ella un enemigo público. «El tenis debe proporcionar una moral correcta y el lesbianismo de Navratilova fomenta que las jugadoras jóvenes sigan su mismo estilo de vida. Hay un grupo de jugadoras lesbianas y bisexuales que dan mal ejemplo a las jóvenes», declaró en una radio australiana. 29 años después de esas declaraciones, Megan Rapinoe, capitana del equipo femenino de fútbol de Estados Unidos y abiertamente homosexual, alza el trofeo del Campeonato del Mundo convertida en la Navratilova de la nueva generación.
Con el paso del años, su espíritu reivindicativo no solo no se ha extinguido sino que parece acentuado por la cada vez más convulsa actualidad sociopolítica. “Mi madre solía preguntarme, ‘¿Por qué tienes que coger la bandera arcoíris?, ¿por qué tienes que ir en la primera fila?’ Y yo le decía, ‘Pues porque no hay nadie detrás de mí’. Ahora sí hay gente detrás de mí. Es genial que ya no sea la única sosteniendo la bandera o luchando la lucha necesaria. Pero me entristece que siga siendo necesario”, aseguró la que para Andy Murray es la mejor tenista de la historia. Navratilova no ha dudado en denunciar públicamente a la BBC por pagarle diez veces menos que a su homólogo masculino, John McEnroe, por comentar los partidos de Wimbledon en televisión y también fueron muy polémicas sus declaraciones en las que tildaba de “tramposo” que las mujeres transexuales reversibles puedan competir en el deporte femenino.
La de The Politician no es su primera incursión en los platós de rodaje, habiendo hecho de sí misma en cameos en series como Will & Grace o Portlandia. Navratilova acudió a la premiere acompañada de su pareja, la miss y modelo Julia Lemigova, con quien mantiene una relación desde 2009. Aunque residen en Florida, la pareja se dio el ‘Sí, quiero’ hace casi cinco años en Nueva York, estado en el que está legalizado el matrimonio entre personas del mismo sexo. Lo hicieron tres meses después de una mediática pedida de mano llevada a cabo por la tenista durante el descanso de la semifinal masculina del US Open, con las cámaras y decenas de miles de espectadores como testigos.
Su activismo político sigue siendo una de sus principales ocupaciones, como demuestra en las decenas de beligerantes tuits que publica cada día en un timeline que bien podría pasar por el de cualquier medio informativo. Sus críticas a Trump son feroces y diarias –“demente” es de los calificativos más suaves que le ha dedicado en los últimos días– y hasta los primogénitos del magnate la han atacado personalmente. Su cuenta de Twitter la preside una imagen de una gorra roja que imita a las que se conviertieran en una seña de identidad de la campaña electoral del presidente de los Estados Unidos pero con un eslogan diferente, Make America Greta Again, en apoyo a la figura de la activista medioambiental Greta Thunberg.
Otra gorra la convirtió en protagonista de titulares durante el pasado Wimbledon. Los responsables del torneo obligaron a Navratilova a quitársela mientras jugaba un partido de viejas glorias por aparecer en ella el término Impeach, en relación a los supuestos delitos que podrían significar el final abrupto del mandato de Trump. Si alguien cree que tuvo que afrontar represalias tras el episodio, se equivoca. Unos días después, la deportista compartía grada, confidencias y carcajadas con Kate Middleton y Meghan Markle, una imagen que refuta el hecho de que si el mundo del deporte internacional quisiera fundar su propia real academia, la rusa sería una de las pocas con silla asegurada e indiscutible. Es lo que tiene ser una leyenda.