Lenny Kravitz: «Hay que volver a la espiritualidad, a la fe y a Dios»
Magnate de la música, decorador, Caballero de las artes y las letras de Francia y reputado seductor. Le faltaba conquistar Hollywood y lo ha hecho con dos actuaciones de peso en El mayordomo y Los juegos del hambre. Y parece solo el principio.
Tiene sentido del humor, una actitud desenfadada y estilo a la hora de vestir. Es el hombre que cualquiera querría entrevistar. Más ahora que, a sus 47 años y tras conquistar la industria de la música, se ha convertido en una estrella del cine. Apareció en dos de los filmes más sonados de 2013, y ya ha firmado para convertirse en el hijo de un veterano músico de jazz interpretado por Christopher Walken en Little Rootie Tootie. Pero a Kravitz no le gusta el exceso de atención. No sería de extrañar que le diera por desaparecer (una vez más).
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Tiene sentido del humor, una actitud desenfadada y estilo a la hora de vestir. Es el hombre que cualquiera querría entrevistar. Más ahora que, a sus 47 años y tras conquistar la industria de la música, se ha convertido en una estrella del cine. Apareció en dos de los filmes más sonados de 2013, y ya ha firmado para convertirse en el hijo de un veterano músico de jazz interpretado por Christopher Walken en Little Rootie Tootie. Pero a Kravitz no le gusta el exceso de atención. No sería de extrañar que le diera por desaparecer (una vez más).
El director de Los juegos del hambre, Gary Ross, dijo que le dio el papel porque era «el tío más sexy».
No podría estar más de acuerdo [ríe]. Ross tiene gusto e intuición. Sabe lo que hace. Yo solo había actuado en una película antes, Precious. Y él se basó en ese trabajo para tomar la decisión. Me sentí halagado, la verdad.
¿Más que cuando The New York Times lo llamó «el dios internacional del amor con gusto (además) para la decoración»?
Nunca pensé que lo del diseño diese tantos puntos para ligar. Aunque ahora es una parte importante de mi vida, la verdad: en estos momentos estoy metido con mi empresa en la construcción de un hotel de lujo en Miami. De niño ya me preocupaba la estética de lo que me rodeaba. Siempre estaba redecorando mi habitación. Crecí rodeado de gente colorista. En aquella época mi madre trabajaba en teatro. Me movía entre personas como Miles Davis.
¿Qué le atrajo del cine?
Que no tiene nada que ver conmigo. Hacer música es autoindulgente. Escribo, produzco, toco… Trata sobre mí y lo que quiero. Y así debe ser: es mi arte. Pero es agradable ponerse a las órdenes de otros, hacer lo que ellos quieren.
¿Haría una película con su hija Zoë?
Como padre e hija no podemos tener una relación más cercana. Pero hay cosas que no mezclamos: ella tiene su vida y yo la mía. Claro que, si un día aparece el guión adecuado, no me importaría trabajar con ella.
¿Hablan de trabajo?
Sí, aunque probablemente ella me da más consejos a mí que yo a ella. En fin, es más lista que yo. En Los juegos del hambre interpreta a Cinna, el estilista personal de Katniss, la protagonista.
En la vida real, ¿cuál es su definición de «tener estilo»?
Ser fiel y representarse a uno mismo. Cuando alguien intenta ser quien no es, se nota a leguas. La gente cree que el papel me pega porque soy un icono de moda, un tío con estilo. La verdad es que yo no pienso en lo que me pongo o dejo de poner. Solo le dedico energía a la moda cuando diseño el vestuario de una gira. El resto del tiempo, en mi cabeza solo hay música.
¿Cómo ha sido trabajar en una superproducción como Los juegos del hambre?
Esperaba más drama entre bastidores, pero el reparto era genial. No había divas ni piques. Y Ross es el tipo de director que sabe manejar a su equipo y sacar lo mejor de él.
¿Qué le llamó la atención de la historia?
Cuando empezó la locura de los realities, pensé que algún día veríamos a gente luchar por su vida en televisión. Que hayan hecho una película basada en un libro sobre ello y que haya creado tantísima expectación tiene doble lectura.
¿Algún otro libro que le haya parecido tan instructivo?
En el colegio, El guardián entre el centeno lo cambió todo para mí. También tuve una etapa kafkiana. Me encantó La metamorfosis.
La religión ha jugado un papel importante en su vida.
Sí, y mucho, pero para mí es algo más que hacer lo correcto de forma mecánica. Tener una relación con el creador como la que yo tengo es vital para sentirme conectado al mundo. Estamos rodeados de distracciones. Hay que volver a la espiritualidad, a la fe y a Dios. Por eso me fui a Bahamas a escribir mi último álbum, Black and White in America (2011).
¿Cómo fue la experiencia?
Viví en la isla dos años, dentro de un tráiler, en un pueblo de 400 habitantes. No tenía televisión ni Internet. En una ocasión, vinieron a verme unos amigos. No habían pasado 48 horas cuando uno de ellos tuvo un ataque de ansiedad. Es curioso cómo el silencio afecta a la gente. Allí, solo pude escucharme a mí mismo, perdonarme por cosas que hice en el pasado y lidiar con la muerte de mis padres. No había sido capaz de hacerlo aún. Encontré la mayor felicidad que he sentido nunca.
¿Y su hija qué opina?
Ella tiene que llegar a sus propias conclusiones. Es lista. Y joven. Sé que desarrollará su visión.
¿Cuál ha sido su mayor victoria hasta ahora?
Aunque suene a cliché, Zoë. Su madre la tenía de noche; yo, durante el día. Con nuestro estilo de vida fue un logro que saliera tan centrada. Hicimos un buen trabajo.
¿Le gustaría volver a ser padre?
Me encantaría.
¿Y tener una gran familia?
No sé si soy un Brad Pitt… Pero sí me gustaría tener un par más.
¿Admira a muchos directores?
Woody Allen es el número uno. Soy un fanático de su trabajo. También de Scorsese y Fellini. Godard no está mal, ha hecho algunas cosas buenas. Y Tarantino… es fantástico.