Kyra Sedgwick, del ‘grunge’ al chic francés

Ha dicho ‘Bye Bye’ a ‘The Closer’. Y ahora, Kyra Sedgwick quiere disfrutar de su marido (Kevin Bacon) y de su casa en Manhattan.

Cuando tenía 29 años un agente me dijo que me estaba haciendo vieja», le cuenta Kyra Sedgwick a S Moda en la terraza de un hotel en Madrid durante una preciosa tarde de otoño. La actriz acaba de cumplir 47. No le da ningún reparo reconocerlo. Tampoco se lo dio ponerse unas gafas graduadas para leer su discurso de agradecimiento en los premios Emmy de 2010. De pasta y rectangulares, le daban un aire entre hipster e intelectual a su envidiable y voluminosa melena rubia. Pero con ellas plantaba firmemente los pies en la realidad durante una gala repleta de pómulos rellenos, cu...

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Cuando tenía 29 años un agente me dijo que me estaba haciendo vieja», le cuenta Kyra Sedgwick a S Moda en la terraza de un hotel en Madrid durante una preciosa tarde de otoño. La actriz acaba de cumplir 47. No le da ningún reparo reconocerlo. Tampoco se lo dio ponerse unas gafas graduadas para leer su discurso de agradecimiento en los premios Emmy de 2010. De pasta y rectangulares, le daban un aire entre hipster e intelectual a su envidiable y voluminosa melena rubia. Pero con ellas plantaba firmemente los pies en la realidad durante una gala repleta de pómulos rellenos, culos artificiales y vestidos de princesa. Subió al escenario con las gafas en la mano, se las puso, hizo ademán de enfocar bien el texto que llevaba escrito y no se dejó ni un nombre por citar: de sus compañeros a sus hijos, de su agente a su marido. «Estados Unidos tiene una obsesión ridícula con la juventud. Es un peligro porque al final todos nos hacemos mayores. De envejecer no se libra nadie, así que más nos vale hacernos a la idea y empezar a celebrarlo», apunta ahora. Igual de visceral es su reacción al bótox. «Lo he probado», confiesa, «y por eso puedo decir que no lo entiendo. Un actor no se puede permitir el lujo de no ser capaz de usar los músculos de su rostro. Tu trabajo se basa en tus expresiones y con el bótox estás ahí plantada ante la cámara creyendo que haces gestos y ¡resulta que no se mueve nada!».

El Emmy de 2010 se le había estado resistiendo cinco años. Los mismos que estuvo nominada por el papel de la subjefa Brenda Johnson de The closer, una policía sureña, neurótica y descarada, capaz de sacarle una confesión a Al Capone y lograr que después el gánster le diera las gracias por dejarle desahogarse. Ya le habían dado un Globo de Oro por ese personaje en 2006. Así que a Brenda le debe un reconocimiento que, a pesar de sus casi 30 años de carrera, no había llegado tan fácilmente. «Puedo ser tan dura como ella, pero no nos parecemos en nada», explica. «Es una gran buscadora de la verdad, pero se olvida de sí misma y pone su carrera por encima de su propia vida. Eso es algo que yo no haría jamás».

«No entiendo el bótox en los actores. Trabajas con la expresión del rostro. Estás ante la cámara creyendo que haces gestos y ¡no se mueve nada!»

Gonzalo Machado

Quizá la televisión la haya descubierto para el gran público, pero Sedgwick es una presencia constante en el cine desde los años 80. También en el imaginario colectivo norteamericano: forma junto a su marido, Kevin Bacon, la última gran pareja estable de Hollywood. Probablemente el quid de sus 24 años de matrimonio radique, entre otras cosas, en que su hogar está en Nueva York y no en Tinsel Town. Aunque el rodaje de la serie la ha obligado a vivir en Los Ángeles al menos un semestre anual durante los últimos ocho años. «Ha sido muy duro y no lo voy a echar de menos; a Brenda sí; la adoro». Ahora que The closer cierra sus puertas (el episodio final de la última temporada lo emite en España Calle 13 el 17 de octubre) y que sus hijos abandonan el nido («Travis, el mayor, ha terminado la carrera; Sosie está en la universidad, pero no sabe muy bien qué hacer con su vida»), Kyra está deseando recuperar la plena potestad tanto de su relación como de su apartamento en el Upper West Side de Manhattan. «Y pasearme desnuda por casa si me apetece. No es algo que haga muy a menudo, pero me encanta pensar que existe esa posibilidad». Para los momentos en los que prefiera ponerse ropa encima cuenta con un armario muy bien surtido de botas –«no sé por qué, pero tengo muchísimas»– y piezas básicas. «Me gusta la ropa que te puedes poner durante años y que te sigue sorprendiendo. Teniendo en cuenta que todo es tan caro ahora, quiero comprar cosas que se puedan usar muchas veces con la misma emoción que la primera vez. ¿Es mucho pedir?». De momento, ella ha logrado una historia de amor así con una camisa de Bottega Veneta que la acompaña en todos sus viajes. «La compré hace ocho años y es mi favorita». De hecho, la describe con tanto esmero que cualquiera diría que no ha traído más que eso en su maleta. Si se trata de defender su propio estilo, Kyra le busca adjetivos como «cómodo, sí, pero con un toque rockero chic. Pocos vestidos girlie, muchos pantalones y trajes de chaqueta».

Ahora tiene claro qué le sienta bien y para los grandes eventos no duda en ponerse en manos de su estilista, la cotizada Cristina Ehrlich –la misma que ha transformado a Penélope Cruz en la heredera de las divas italianas sobre la alfombra roja–. Pero reniega de sus comienzos. En 1991 varias revistas eligieron a la pareja como la peor vestida de la gala de los Globos de Oro. «Nos lo merecíamos. Yo llevaba un vestido turquesa de Cynthia Rowley y chaqueta a juego; Kevin vestía algo igual de horrendo, un traje de terciopelo, creo recordar. ¿En qué estaríamos pensando?». Eran otros tiempos. «Sí, ya, pero reconozco que en cuestión de estilo estaba perdida; era un desastre: botas de cowboy, vestidos de flores, ropa enorme, mucho negro, jerséis de vagabunda…». Otros no opinarían los mismo. Porque Kyra está definiendo las claves del grunge, que, curiosamente, vuelve a hacerse fuerte en las pasarelas. De hecho, la película Solteros, de 1992, la alzó al pedestal de icono de estilo del movimiento. «¡El grunge!», exhala; «fue mi forma de vestir durante más tiempo del que me gustaría reconocer. Hasta que mi cuñada se apiadó de mí y me llevó de compras. Tiene un gusto excelente, le sale de forma natural, y me enseñó a distinguir entre lo que me sentaba bien y lo que me quedaba fatal». Se refiere a la diseñadora de joyas Gabriela de la Vega, casada con su hermano Nikko, un artista plástico, y dueña de una pequeña boutique con su nombre en el barrio de Fort Greene, en Brooklyn. Hasta allí peregrinan otras residentes ilustres de Manhattan, como Leighton Meester, Blake Lively o Taylor Momsen, en busca de piezas exquisitas. «Tiene una selección de ropa muy escogida». Ahora se confiesa fan rendida de Isabel Marant y de Reed Krakoff, pero también de Giambattista Valli. Y de Urban Zen, la nueva tienda de Donna Karan en Manhattan. «El otro día me compré allí una cazadora de cuero marrón», confiesa. Le costó entrar en esto de la moda. Y eso que lo icónico y el estilo los lleva en la sangre: Edie Sedgwick, socialite y musa de Andy Warhol, a quien muchas siguen imitando, era prima carnal de su madre.

Chaqueta de Sandro, camiseta de Comptoir des Cotonniers y cadena de Helena Rohner.

Gonzalo Machado

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